Opinión

América para los hispanoamericanos

Desde tiempo inmemorial, las estructuras de poder dominantes han tratado de imponer su cultura a los territorios dominados. En este contexto, existe un hecho anacrónico por excelencia en términos de denominación de países y de gentilicios nacionales y e

Desde tiempo inmemorial, las estructuras de poder dominantes han tratado de imponer su cultura a los territorios dominados. En este contexto, existe un hecho anacrónico por excelencia en términos de denominación de países y de gentilicios nacionales y es el que nombra a una nación con el nombre de un continente, tomando así el todo por una parte, y a sus habitantes como los únicos ciudadanos auténticos del mismo. No existe ningún país que reciba la apelación de los Estados Unidos de Europa, de África, de Asia o de Oceanía… Sin embargo, paradójicamente el país más poderoso del mundo se llama “Los Estados Unidos de América” (ni siquiera de Norteamérica) y sus habitantes reciben el gentilicio de “americanos”, así sin matices, como si los demás lo fueran de segunda mano. Mientras, su vecino del sur, mucho más modesto y realista, se conforma por autodenominarse “Estados Unidos mexicanos”. No existe, contrariamente a lo que piensan algunos ingenuos, y defiende la misma Wikipedia (sólo en su versión en español), el gentilicio “estadounidense” en inglés. Sólo aparece en español como pseudónimo coloquial, pero no es una denominación oficial.

La Guerra Cultural se lleva a cabo a través del hábil y astuto manejo de tres instrumentos: la falsificación del relato, la manipulación de las imágenes y la imposición de los nombres. Normalmente esas tres herramientas van unidas o se utilizan de forma que las unas se apoyan en las otras, reforzando así su efecto multiplicador. Crea una marca y tendrás también la fama por lo que podrás echarte a dormir. Quien domina el lenguaje, domina la realidad, la historia y el imaginario colectivo pues las palabras condicionan la manera en que percibimos el mundo ya que afectan a nuestro inconsciente.

Sin embargo, mientras los manipuladores del lenguaje no descansan, el mundo hispano se muestra especialmente ingenuo ante la batalla terminológica. Aceptó, de manera extrañamente pasiva, que el “Nuevo Mundo” fuera bautizado por otros como “América”. Y esos “otros” no fueron precisamente los indígenas, como podría reclamar hoy el movimiento “woke”, sino unos oscuros geógrafos centroeuropeos que lograron imponer, con sorprendente facilidad y anticipación (en 1507, apenas 15 años de la primera llegada de los españoles), la peregrina tesis de que quien descubrió el nuevo continente fue un tal Américo Vespucio —dejando caer además, como quien no quiere la cosa, que actuaba a las órdenes del Rey de Portugal— y no Colón, al parecer un simple despistado Fue tal el error, que su principal impulsor Martin Waldseemüller, se arrepintió de tamaña fechoría, retractándose en 1516 al reconocer entonces la labor del Almirante Colón y proponiendo para el continente el nombre de Cuba. Ya era tarde, la campaña de desinformación estaba en marcha con un grande, incomprensible y rápido éxito. Para más información me remito a mi libro El Sacro Imperio Romano Hispánico. Una mirada a nuestro pasado común para una nueva Hispanidad, ed. Sekotia.

Aceptar este secuestro terminológico afecta directamente a la autoestima colectiva de los hispanoamericanos, produciendo un caso singular de vasallaje cultural inducido, que llega a su exaltación esquizofrénica cuando algún hispanobobo despistado clama que “¡ojalá nos hubieran conquistado los ingleses!”

¿Qué más da, podría decirse, darle el nombre a un continente de América en lugar de Columba o Colombia, si los dos marineros eran italianos y trabajaban a las órdenes del rey de España? Nada es casual. De hecho, la situación geopolítica y la estructura mental de los habitantes del continente serían muy diferentes si se hubiera llamado al continente “Las Indias”, como lo llamaban los españoles; o “Colombia”, como llegó a proponer un tal Bolívar; o Pinzonia, por la relevancia olvidada de estos marinos como propuso el profesor Francisco Morales Padrón; o Balboa, por ser éste quien realmente constata físicamente que se trata de un continente independiente al descubrir el Pacífico. En ese caso, los estadounidenses no osarían llamarse “indios”, “colombianos”, “pinzonianos” o “balboanos”, ni podrían decir las “Indias para los indios” como sí hacen, con asombrosa pasividad del resto de ciudadanos americanos, con el apelativo “América”. Esta estrategia terminológica ha permitido que el norte protestante y anglosajón de América, siendo los recién llegados, se apropien no sólo política y económicamente, sino también cultural y psicológicamente de todo el continente, además sin matices.

¿Es una exageración? Recuerden que la economía es un “estado de ánimo”. ¿Qué pensaríamos por estos lares si los franceses se autodenominaran únicamente “europeos” o Alemania tomara el nombre de los “Estados Unidos de Europa”? Aceptar este secuestro terminológico afecta directamente a la autoestima colectiva de los hispanoamericanos, produciendo un caso singular de vasallaje cultural inducido, que llega a su exaltación esquizofrénica cuando algún hispanobobo despistado clama que “¡ojalá nos hubieran conquistado los ingleses!”. No se han enterado de que, en efecto, lo hicieron en 1820 y que esa es la causa real, entre otras como la falta de autocrítica, de la decadencia que empieza entonces y no antes. Un apelativo más sureño, como las Indias, habría dificultado asimismo la tentación de que los mapas se diseñaran para empequeñecer al sur, especialmente a América, como ocurre con los de Mollweide y Mercator, o girasen hacia el norte, a pesar de que la luz viene del sur. ¿No influyen los mapas geográficos en nuestros mapas mentales?

El fracaso de la opereta imperial mexicana de Maximiliano

Tampoco es casual la imposición de la denominación “Latinoamérica” en lugar de “Hispanoamérica” o “Iberoamérica”, mientras no existe “Angloamérica” o el calificativo “hispano” adquiere connotaciones negativas en los EEUU. Incluso aceptando el nacimiento del nombre “Latinoamérica” dentro del propio mundo hispano, la clave es la intencionalidad política que está detrás y que acaba consagrándose por fuentes francesas. Éstas de hecho, paradójicamente, no aplicaron ese concepto a Quebec o a Luisiana (con presencia real francesa) sino a la América Hispana con el fin de conquistar de nuevo por las palabras lo que les negaba la realidad fáctica, histórica y el fracaso de su opereta imperial mexicana con Maximiliano.

Tal vez no haga falta modificar el nombre de todo un continente, aunque recientemente la India haya cambiado el suyo, sin demasiadas resistencias, por el de Bharat. ¿Qué tal el más neutral, de contenido geográfico, de “Atlántica” como ocurre con Australia? Si quieren los estadounidenses, que encuentren un nombre propio que los singularice como han tenido que hacer todos los demás países de la zona. Ni siquiera es legítimo que se apropien de “Norteamérica” pues en ese espacio también viven canadienses y mexicanos. Ya fue mucho aceptar que los actuales EEUU adquirieran su tamaño definitivo (el tamaño importa y más en geopolítica) a costa del expolio del vecino Estado independiente de México, consolidado en el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848 (verdadera carta fundacional de los EEUU como potencia mundial), pero asumir que, siendo los últimos en llegar, se queden con el nombre de todo el continente sólo puede entenderse desde una posición de vasallaje cognitivo inducido o “indefensión aprendida”, lo que explicaría la situación actual de Hispanoamérica.

Un continente no es de nadie o es de todos, pero si América debe ser de alguien en particular sólo puede serlo de aquéllos que crearon las primeras universidades, los primeros colegios, los primeros hospitales, las ciudades más bellas de la tierra (20 patrimonio de la Humanidad), que practicaron el mestizaje, también en el arte, en la religión y en la medicina; aquellos que hicieron de América el centro comercial del mundo... Basta despertar, dejarse de auto-engaños, de tonos lastimeros y recuperar la grandeza del que fue el verdadero heredero del Imperio romano “plus ultra”. ¡América para los Hispanoamericanos!

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