Opinión

La desmayada America´s Cup: el poder del lobby azul

Son artilugios robotizados, aéreos más que náuticos, dirigidos por personas invisibles que sólo dejan adivinar la parte final de un casco de seguridad que sobresale del cuerpo de la nave

El elogio unánime de los medios catalanes, muchas veces desmesurado y patético, y la ausencia generalizada de algún comentario crítico, permite intuir que la mayoría somos conscientes de que la 37 edición de la América’s Cup que se está celebrando en Barcelona languidece entre la indiferencia de los ciudadanos. Mejor no mentar el juguete roto.

La Copa del América, como la llama La Vanguardia, el diario que mejor trata los nombres de toda la prensa española, o la Copa América como abrevian los demás (de ahora en adelante AC, America’s Cup) es un negocio privado en manos de la empresa o sociedad que venció en la última edición, el Emirates Team New Zealand, que representa al Royal New Zealand Yacht Squadron.

Hasta hace pocos años, el vencedor de la regata esperaba que surgiera un desafiante para organizar la competición, que siempre se celebraba en aguas del poseedor de la copa. No lo tenía fácil el retador. En 183 años de historia sólo se han celebrado 37 competiciones. Pero en los últimos tiempos, a la estela del proceso que ha convertido los deportes en negocios de la industria del espectáculo, la AC se ha transformado en un circo. El dueño de la copa diseña el divertimento, establece las reglas, organiza las regatas e impone el precio que ha de pagar quien quiera celebrarlo en sus aguas. El alcalde de Málaga, que estuvo tentado a pujar por ello, declaró que le exigieron 72 millones de euros para empezar a negociar. Desistió, claro.

Conviene recordar que la última edición de la AC se celebró en Aukland, capital de Nueva Zelanda, tal vez en país con mayor afición a la vela y que más éxitos recientes ha conseguido en este deporte. Acabaron en pérdidas, a pesar de todo, y obligaron a la empresa neozelandesa ganadora de la regata a endosar el paquete a quien tuviera dinero para derrochar.

Barcelona, por ejemplo, ciudad de prodigios que la razón no puede comprender y los gobernantes no quieren explicar, o quizás no pueden por temor a caer en el ridículo. La capital de Cataluña anda sobrada de visitantes, los vecinos del centro se quejan y los que pueden abandonan la zona a la economía turística: hoteles, alojamientos, comercios de ocasión y tapas, muchos bares y chiringuitos con tapas a cielo abierto.

El lobby azul amenazó con la posibilidad de que el acontecimiento se fuera a otro sitio, extremo altamente improbable porque los puertos y las ciudades sensatas (piensen en Francia, en Italia, en Alemania, en Inglaterra, en Irlanda, en Estados Unidos, en Australia…) saben que la AC es un buen negocio para los organizadores y un marrón para el pagano

¿A quién, cuándo y cómo, se le ocurrió comprar la 37 AC? ¿Por qué? ¿Acaso necesita Barcelona promocionar su imagen? Probemos una sencilla explicación: quien tuvo poder de decisión atendió las presiones interesadas de quienes pugnan por darle forma y extender lo que llaman “economía azul” (estamos sumergidos en la superstición de las palabras, no sólo por culpa del sanchismo que alimenta Diego Rubio, las palabras no crean la realidad). No era barato el envite, y sin duda habría dado mejores réditos invertido de otro modo, bajando impuestos para atraer inversión, por ejemplo, o mejorando la sanidad o la educación, pero el lobby azul amenazó con la posibilidad de que el acontecimiento se fuera a otro sitio, extremo altamente improbable porque los puertos y las ciudades sensatas (piensen en Francia, en Italia, en Alemania, en Inglaterra, en Irlanda, en Estados Unidos, en Australia…) saben que la AC es un buen negocio para los organizadores y un marrón para el pagano. La amenaza funcionó. Salvo excepciones los políticos viven en el miedo y la inseguridad permanente que provoca la ignorancia.

Necesario es hacer constar que quien fue alcaldesa de Barcelona durante dos mandatos con más sombras que luces, Ada Colau, ha sido la única dirigente política que ha demostrado personalidad, criterio y acierto. Se subió de mala gana al consorcio (Generalitat de Catalunya, Autoridad Portuaria de Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona y Gobierno de España) que firmó el contrato con el equipo neozelandés, dirigido por Grant Dalton, un ejecutivo habituado a imponer sus ocurrencias, pero siempre dejó claro que a ella la AC le parecía un error. Los miembros del consorcio se distribuyeron el coste de la firma, con la precaución de comprometer a 25 empresas privadas para cubrir hasta 25 millones en caso de pérdidas.

Un acontecimiento carente de emoción

Evidente el fracaso, a los jaleadores de la AC les resulta cada día más difícil mostrar ese entusiasmo candoroso en el que se afanan por todos los medios. La competición carece de elementos que conecten emocionalmente con el público, los artefactos en liza están tan alejados de lo que entendemos por navegar que incluso los conocedores del mundo de la vela deciden, con pocas excepciones, aposentarse en la indiferencia. La exhibición tecnológica que despliega la AC suscita un momento de curiosidad, nada más.

¿Son barcos los protagonistas de las llamémosles regatas? En cualquier caso, son artilugios robotizados, aéreos más que náuticos, dirigidos por personas invisibles que sólo dejan adivinar la parte final de un casco de seguridad que sobresale del cuerpo de la nave. Imposible conectar incluso con la razón. Demasiada distancia entre el placer de navegar y lo que ofrece la AC.

Una manzana indigesta

Como el montaje de la AC resulta complicado (mover un circo tan amplio requiere una logística muy cuidada), la 37 AC se ha desdoblado en varias fases. Más espectáculo, mejores posibilidades publicitarias y más tiempo para penetrar en la sociedad que paga la fiesta. El problema es que allí donde van causan trastornos de movilidad a los ciudadanos, cortan calles, cierran itinerarios y se apropian de espacios que nadie osa negarles. Mister Dalton es mucho Dalton.

Primero se presentaron en el puerto de Vilanova, a 50 kilómetros de Barcelona, algo preliminar para abrir la función. Luego, ya en Barcelona, a partir del 22 de agosto, se sacaron de la manga unas regatas que no eran exactamente la AC sino la Louis Vuitton Cup, en la que participaban los equipos que, acabada la Vuitton, competirían contra el New Zealand Team poseedor de la AC. Está previsto que el 27 de octubre, anuncien, ¡al fin!, el robot articulado ganador de la 37 América’s Cup.

Las pequeñas empresas que abogan por la economía azul habrán tenido la oportunidad de mejorar su actividad y quizás sus beneficios. El sector náutico de Barcelona se consolará con el sueño de haber albergado un acontecimiento molar, un espectáculo muy caro, pero vistoso. Nadie nos explicará por qué mordimos, primero en Valencia y ahora en Barcelona, una manzana tan innecesaria como indigesta y fracasada.

¿Valencia morderá el anzuelo?

¿Qué más? Anotar que en las velas de los artefactos en liza compiten las grandes marcas comerciales del lujo desorbitado y las tecnologías del futuro imperfecto. Y que los neozelandeses y sus socios locales, encantados con la generosidad de las autoridades, ya han empezado la campaña para que volvamos a tropezar en la misma piedra, como en Valencia. Les ha complacido el papanatismo afable de Barcelona.

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