Decían que la suya era la revolución de las sonrisas, pero al final ni ha sido revolución ni las sonrisas se han visto por ninguna parte. Tras la propaganda, asoma la cara siniestra del proceso: sus vínculos con el mundo terrorista.
Otegui, el hombre de paz
Casualidad, llaman los necios al destino. Y si un destino estaba cantado era el de la ayuda que el movimiento pro etarra presta a la república catalana y a sus apologistas. Ver recibir poco menos que en triunfo a Arnaldo Otegui por parte de la flor y nata del independentismo es una de las mejores pruebas. Otegui, que se entrevistó con gran alharaca mediática por parte de los medios afines al régimen en la sede del Parlament con su presidenta, Carme Forcadell; Otegui, retratándose junto a diputados separatistas como Lluís Llach y Joan Tardà, sonrientes, felices, encantados de conocerse; Otegui, el siniestro consigliere en materia legal de Carles Puigdemont, el Otegui que conocemos y detestamos los demócratas, el mismo con el que los manifestantes separatistas no tienen el menor pudor en hacerse fotografías como si se tratase de un astro de la gran pantalla.
El papanatismo histórico del movimiento separatista con respecto a ETA y las organizaciones terroristas hace poner los pelos de punta. Digo más, no es tan solo imbecilidad, es la terrible pulsión de quien admira al asesino porque tiene lo que a él le falta. Los que vivimos en Cataluña, y siempre nos hemos mostrado acérrimos enemigos del crimen etarra, sabemos muy bien que no es infrecuente escuchar en labios de los de la revolución de las sonrisas expresiones como “Estos vascos sí que tienen cojones” o “Si los catalanes tuviésemos una ETA, otro gallo nos cantaría”. No hablo de estos tiempos convulsos, hablo de hace diez, quince, veinte años atrás. Son palabras que jamás osarán pronunciar en público, claro, no fuera cosa de que los emplumasen por un delito de apología del terrorismo. Eso sí que no, ellos son buenos, demócratas, pacíficos, dulces. Pero el ahora interno en Soto del Real Jordi Sánchez, de la ANC, fue líder de la Crida a la Solidaritat, entidad separatista que daba por buenos los comunicados de Herri Batasuna a propósito del criminal atentado de Hipercor en Barcelona. Nadie se lo reprochó jamás entre los suyos. Jamás.
Vean las “coincidencias” de éstos últimos días. El abogado belga de Puigdemont es un profesional del derecho conocido por retrasar extradiciones a España, especialmente de etarras
Más allá de todo esto, vean las “coincidencias” de éstos últimos días. El abogado belga de Puigdemont es un profesional del derecho conocido por retrasar extradiciones a España, especialmente de etarras. Paul Bekaert se llama, y se autodefine como persona de izquierdas. No hace falta añadir nada más.
Por otra parte, uno de los impulsores de la pretendida huelga general que ha de paralizar a Cataluña esta semana no es otro que Fredi Bentanachs, uno de los fundadores de la organización terrorista catalana Terra Lliure, entrenado por la propia ETA en uno de sus campos en Bayona. Sus maestros fueron, nada menos, que los militantes etarras Dolores González Katarain y Txomin Iturbe Abasolo. Todo es un no parar de sonrisas, como puede apreciarse. Con este ambiente, ya no nos sorprende que se entreviste en TV3 a un ex miembro de Terra Lliure y el periodista, por llamarle de alguna manera piadosa, lo califique como alguien que es “un patriota de piedra picada”.
Aunque, en honor a la verdad, las amistades peligrosas entre el nacionalismo burgués en Cataluña y los terroristas no viene de ahora.
Cuando Jordi Pujol dijo basta
Los ex convergentes se han jactado siempre del papel que jugó Jordi Pujol con respecto al tema etarra. Han defendido su posición en contra de la barbarie terrorista, su condición de hombre de estado, su férrea voluntad en combatir lo que, y ahí sí que no se equivocan, ha sido la peor lacra que ha padecido España desde el advenimiento de la democracia.
Sería bueno conocer de una vez para siempre los lazos que han unido nacionalismo y terrorismo
Es cierto que en Cataluña solamente padecimos, amén de los crímenes de ETA, un terrorismo autóctono, la anteriormente citada Terra Lliure. Su escasa pericia no excusa los abominables propósitos que albergaban. Ahora bien, algún día se deberán explicar los contactos que con Pere Bascompte tuvieron lugar para que los integrantes de esa banda dejasen las armas, cierta llamada desde Palau, unas cartas que desaparecieron misteriosamente y con quien se entrevistó Bascompte en algún lugar de Cataluña. Sería bueno conocer de una vez para siempre los lazos que han unido nacionalismo y terrorismo. También habrá que añadir en esa investigación, imprescindiblemente, los contactos que mantuvo el Conseller de la Generalitat del Tripartito Josep Lluís Carod Rovira, en Perpiñán, con miembros de la dirección de ETA. Que pactó, de que se habló y a quien se traicionó. Carod, recordémoslo, era por entonces el líder de Esquerra, ese mismo partido que ahora va de la mano de Otegui. Poco cambian las cosas, aunque no lo parezca.
Está clarísimo que, en la vieja Convergència, y ya no digamos en Unió, no comulgaban con la estrategia del tiro en la nuca. Me aventuro a decir que muchos de sus dirigentes, patricios catalanes de bien, acostumbrados a su palco en el Liceo, sus negocios, sus amantes y a quejarse todo el día de lo torpes que eran en Madrid, lo de la bomba les debía recordar a los anarquistas que persiguieron a sus abuelos en la guerra civil, haciendo que los pudientes en Cataluña se exiliasen en zona nacional a la que pudieron.
Ese es el miedo que ha tenido el gobierno de la nación ante los blufs nacionalistas, miedo a que se radicalizase el independentismo
Está menos claro, sin embargo, que, al igual que sus ancestros, no hayan acariciado la posibilidad de utilizar esa amenaza como un elemento más en el perpetuo chantaje al que han tenido sometidos a los diferentes gobiernos españoles que se han sucedido a lo largo de las cuatro décadas de democracia. “Fíjense si somos buenos que no empleamos la violencia”, me parece estar escuchando decir a un Pujol con aire mefistofélico al ministro del interior de turno. “Claro, claro, y no queremos para nada que Cataluña se convierta en un segundo País Vasco”, me imagino a este respondiendo azorado como un chiquillo ante su profesor. Ese es el miedo que ha tenido el gobierno de la nación ante los blufs nacionalistas, miedo a que se radicalizase el independentismo. Por eso le consintieron que hiciese lo que le viniese en gana en Cataluña. Era un auténtico virrey, sin duda alguna.
El estado debería entender, y su gobierno el primero, que la cesión ante el chantaje solo sirve para fortalecer al chantajista. De ahí la sorpresa que reina entre los independentistas. “No se atreverán a meter a nadie en la cárcel”, decían condescendientes. Era lógico, dentro de sus esquemas. Si nadie les había dado el alto hasta ahora, ¿por qué debía hacerlo Mariano Rajoy?
No entienden que no es el gobierno ni el PP ni ninguna otra formación política quienes tienen en sus manos los destinos de los encarcelados. Es la justicia, a través de sus jueces, la que está actuando, la Ley con mayúsculas, el ordenamiento jurídico del que nos hemos dotado. De ahí la bochornosa sensación de vergüenza ajena que se experimenta cuando Marta Rovira dice, entre lágrimas de cocodrilo, que igual Esquerra no se presenta a las elecciones del 21-D si el gobierno de España no suelta a los dos Jordis y a los consellers encarcelados.
Los que tienen una mentalidad totalitaria creen que meter o sacar a alguien de la cárcel es potestad de quien gobierna
Los que tienen una mentalidad totalitaria creen que meter o sacar a alguien de la cárcel es potestad de quien gobierna. Eso equivale a pensar que España es todavía un reino feudal, en el que el señor del castillo es dueño de vidas y haciendas. De ahí también sus improperios contra el Rey. Desconocen todo acerca de lo que es una monarquía constitucional, el papel asignado a la corona, la separación de poderes, en fin, es tan oceánica su ignorancia que no es de extrañar que su república idílica sea un batiburrillo entre tesis leninistas y bucólicos remansos dignos de Prat de la Riba. Son pura contradicción, porque nada lógico – la lógica es el sostén de todo lo bello, decía Baroja – puede formar parte de su locura.
Por eso son tan peligrosos como sus amigos. Su enajenación es la misma, su totalitarismo, idéntico. Ambos forman parte dela sinrazón que se está apoderando de Occidente y que, si Dios no lo remedia, tantos quebrantos van a traernos.
Miquel Giménez
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