A Pedro Sánchez le recordará la Historia. Era uno de sus objetivos y lo puede dar por conseguido. No será por sacar a Franco del Valle de los Caídos, ni por los indultos o la amnistía. Sánchez ha hecho de la mentira su divisa y ha logrado la sublimación de una ideología política personal e intransferible: hacer de la necesidad virtud (lo dijo él mismo). Nadie le quitará ese mérito.
Vienen días aciagos en el nombre de España. Dolerá a la vista y al oído. Nos sentiremos mal. No hay que dulcificarlo. El perdón selectivo que se va a otorgar a un grupo de delincuentes, por muy políticos que sean, es una ruptura del principio de igualdad sin precedentes en un Estado de Derecho como España.
El Poder Judicial, pilar fundamental del equilibrio democrático, es el peor parado de este envite. La amnistía sucede porque, entre otras cosas, la credibilidad de nuestros jueces y fiscales como mera correa de transmisión de los intereses del PP y el PSOE está tan o más dañada que la de nuestros políticos.
El PSOE, partido de minorías
Sánchez va a conservar La Moncloa. El precio para él es lo de menos. Pero las consecuencias van a ser difíciles de digerir para el socialismo. El ciclo sanchista, heredero en muchos sentidos del zapaterismo, confirma una tendencia irreversible. El PSOE jamás volverá a ser un partido de mayorías en España, ni jamás podrá tener un proyecto autónomo de país, comunidad autónoma o ciudad.
El PSOE se enfrenta a un inevitable cambio político en el que será una formación residual sin poder municipal, autonómico y en última instancia nacional. Y el único que conserve dependerá de los mismos aliados cuestionables que le sostienen en La Moncloa.
El socialismo ya no tiene más proyecto que parchear ideas según la coyuntura. No hay planes de futuro, ni luces largas. Y los intelectuales que han sostenido la socialdemocracia como cosmovisión utópica del bien común seguirán perdiendo terreno frente al redondismo filosófico que fuma argumentarios plagados de lugares comunes, citas de todo a cien sacadas de Google y diálogos de El ala oeste elevados de anécdota a categoría. La política convertida en un guion de Razzie.
Es el consumo de un día para otro. Un argumento y su contrario sin importar el qué sino el quien. Hay mucho de Sánchez en España. Sostienen algunos que es el político que mejor ha sabido interpretar esta sociedad en la que casi nadie puede permitirse el lujo de pensar en lo que va a hacer mañana. Una sociedad olvidadiza a la fuerza que ha desarrollado su instinto de supervivencia al sol que más calienta, en el ámbito público y el privado. Y que de esta forma llena sus cuentas corrientes y retroalimenta el nihilismo de mediocridad reinante, que se traviste de convicción y profesionalidad en muchos órdenes pero que es mera servidumbre. Hay que ser frío y tener sobradas dosis de inteligencia emocional para callar cuando te arrastra la corriente. Visto lo visto vamos sobrados de silencio y peloteo de redil. Y el que alza la voz o aparece donde no debe se puede dar por muerto.
Sánchez ha cambiado tantos colchones para ampliar su red de poder que hemos perdido la cuenta. Nadie había llegado tan lejos con tan poco. Y ni siquiera así ha evitado la creciente desconexión ciudadana con el PSOE. Seguirá recaudando voto de izquierda por tradición y obediencia debida pero será imposible que pase de los 120 escaños. Y no siempre va a tener a Vox. Incluso aunque lo tenga.
Sobrevivirá en el País Vasco y Cataluña, que son ya comunidades fallidas en las que el régimen nacionalista expulsa todo pensamiento ajeno a sus intereses. Son islas gobernadas por una élite convertida en casta familiar –solo se relacionan entre ellos- que se ha enriquecido con el poder y que –Cacho dixit- sabe que la independencia es inútil e imposible, aunque les convenga seguir alimentándola.
Amnistía: ruptura emocional
Pero la amnistía supone, ante todo, una ruptura emocional en el seno del PSOE. Se han minimizado las críticas de la vieja guardia con argumentos gerontófobicos. Pero todo el legado que representan será fulminado del partido con esta decisión. No volverán y con ellos otra mucha gente. El PSOE como tal ha dejado de existir. Lo de menos es si nace o no otro partido. Eso es querer tapar el dedo con la luna. Da igual.
Y no. España no se romperá. Al contrario. La unidad del país está hecha a prueba de bombas. Puigdemont es un personaje insignificante con aires de grandeza. Los hemos tenido a montones a lo largo de los tiempos. Y acabará, como todos esos personajes, en el basurero de la memoria y las hagiografías mínimas del nacionalismo.
Los primeros cinco años de Sánchez en La Moncloa han barrido al PSOE de casi la totalidad de instituciones autonómicas y municipales por un largo período de tiempo. El segundo ciclo que arranca ahora con la amnistía es el punto de partida de una nueva etapa de gobiernos nacionales de derechas que durará más de una década y que no tendrán oposición, porque el PSOE ha muerto.
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