Corría el segundo día del confinamiento obligatorio, a mediados de marzo, noventa días atrás -ahí es nada-, cuando aquí tocaba preguntarse por si la convivencia entre las parejas, más tensa que nunca, acabaría en baby boom o en aumento exponencial de los divorcios. Como decíamos entonces, habrá que esperar hasta dentro de unos meses para comprobar si la reclusión ha avivado los apetitos sexuales y, con ello, los embarazos (deseados o no) de las parejas. Pero ahora que al estado de alarma le queda una semana de vida, empezamos a tener la necesaria perspectiva para referirnos a los divorcios que, por lo que parece, son ya una epidemia.
Este sábado leíamos en El Mundo que, según datos de Legálitas, ese bufete de abogados que se anuncia en televisión más que todos los dodotis, los coches y las compresas juntos, durante los meses de marzo y abril, los más duros de la reclusión, se disparó un 41% la cifra de solicitudes de separación. No tenemos datos de las parejas que no estaban casadas (el amor y el matrimonio no son sinónimos), pero seguro que también unas cuantas se han quebrado. O sea, el amor en los tiempos del coronavirus dista mucho del amor en los tiempos del cólera que nos contó Gabriel García Márquez. La realidad siempre es más cruda que la ficción.
No sabemos si se les rompió el amor de tanto usarlo, como cantaba Rocío Jurado, o si simplemente es que se dieron cuenta de que ya no se aguantaban, pero el caso es que parece que miles de ciudadanos han decidido poner punto y final a sus matrimonios y relaciones durante estos días extraños. Enhorabuena, si es lo que querían, porque en este espacio de libertad -ese bien tan preciado y cada vez más escaso en unos medios de comunicación asfixiados por la pasta y el sectarismo- no caeremos en el moralismo de estos tiempos de dogmas y censuras.
La convivencia ha sido más intensa de lo soportable para todas las familias enclaustradas. Unas parejas han resistido y otras no
La epidemia de separaciones ha ocurrido básicamente (y sabiendo que es muy complicado generalizar en cosas de amores) porque la convivencia ha sido más intensa de lo soportable para todas las familias enclaustradas. Unas parejas han resistido y otras no. Quién sabe si cuando estén en la "nueva normalidad" los divorciados durante el confinamiento se arrepentirán o lo celebrarán con alborozo. Habrá de todo en la viña del señor.
Que la gente se divorcie es, al cabo, una cosa habitual y, por ello, es mejor no dramatizar. Allá cada cual con su esfera íntima. Los casos concretos serán demasiado variopintos como para adentrarnos en ellos. Aquí la cuestión más amplia es otra. La prisa. Esa es la clave que, como habrán notado en todos los artículos precedentes, me obsesiona. Porque esa velocidad desmesurada, esclavista, deshumanizadora, es la que nos estrangula y nos distorsiona la existencia. Sobre todo en las ciudades, claro, donde vivimos a salto de mata, corriendo sin pararnos a apreciar todas esas cosas buenas y bellas que, confinados y por fin ralentizados, tal vez hemos valorado como debíamos.
Nuestra forma de vivir previa a la pandemia ocultaba las múltiples carencias de tantas y tantas relaciones destinadas al naufragio y que flotaban únicamente por la fuerza de la costumbre
Hablar del amor, ese cielo que en un infierno cabe, quizás sea demasiado abstracto pero se antoja necesario reflexionar sobre cómo nuestra forma de vivir previa a la pandemia ocultaba las múltiples carencias de tantas y tantas relaciones destinadas al naufragio y que flotaban únicamente por la fuerza de la costumbre. Vivíamos tan deprisa que muchos no tenían tiempo ni para pensar en lo que sufrían y ansiaban.
Cuando llegaron esos días lentos por obligación, de pronto les sobraron los motivos y los momentos de reflexión. Pensaron tanto en esos sufrimientos y esas ansias que acabaron por cambiar de vida o de pareja. De alguna manera, el bicho, aliado con la pausa, ha posibilitado sus divorcios y separaciones, de manera que hasta podría decirse que los ha salvado de la amargura futura o de una convivencia baldía.
Otros, los que aún disfrutamos del amor, sabemos que es un sentimiento demasiado complejo y contradictorio como para comprenderlo o explicarlo, demasiado caprichoso como para controlarlo y demasiado traicionero como para fiarse de él. Pero en estos tiempos de coronavirus, de tanta tristeza, tanta oscuridad y tanta ceniza, toca recordar que, como escribía Pedro Salinas, "un día / es el gran rastro de luz / que deja el amor detrás / cuando cruza por la noche, / sin él eterna, del mundo". Amen y sean felices, que es mejor que no hacerlo.
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