Opinión

Ana Obregón y todas las aberraciones consentidas

La gestación subrogada es una de esas opciones que llevan a plantearse si la carne humana también debe ser objeto de las transacciones comerciales

El horror es un concepto que cuesta apreciar desde fuera. A Ana Obregón se le murió un hijo de 27 años y eso abre la puerta a una realidad incomprensible para quienes no la hayan experimentado. Enterrar a quien diste de mamar, después de que el cáncer se lo comiera, debe provocar una sensación similar a la de prenderse fuego y arder lentamente. Dicen los psicólogos que las emociones tienen un ciclo de vida determinado y que, tarde o temprano, hasta las más intensas, se mitigan, lo cual debe conducir hacia la esperanza en quienes sufren calamidades. Aun así, dudo mucho que alguien que ha visto consumirse a quien era 'carne de su carne' pueda aspirar a regresar a su estado mental anterior. Hay tormentos difíciles de mitigar.

Así que lo primero que debería hacerse al juzgar su última decisión -la de contratar un vientre de alquiler para tener un hijo a los 68 años- es tener cierta indulgencia. Ana Obregón está rota y busca desesperadamente analgésicos que alivien su sufrimiento. Se apreció en las Campanadas de Nochevieja de hace un par de años, cuando se puso delante de las cámaras de TVE para inaugurar el nuevo año y dejar atrás el infernal 2020, el de la pandemia y el de la muerte de Álex Lecquio. Estaba destrozada, pero intuyo que consideró ese esfuerzo como algo terapéutico. Como un intento de volver a la normalidad.

Ahora adopta una niña y lo primero que ha publicado en sus redes sociales es un mensaje en el que afirma: “Ya nunca más volveré a estar sola. He vuelto a vivir”. Como cualquiera a la que le duele el alma, busca remedios para sus penas. Seguramente, de forma irreflexiva o incluso torpe, dado que siempre será vieja para su hija y abocará a la criatura a una infancia regida por una abuela y una orfandad que seguramente sea muy larga. Aun así, a una madre que ha perdido un hijo -como Obregón- nunca hay que dejar de demostrarle cierta compasión. E incluso merece la pena hacer un esfuerzo por comprender los motivos de su torpeza.

Ayuda en estos casos la relectura de El hombre, en busca del sentido, de Víctor Frankl, quien describió las diversas formas a las que recurrían los prisioneros de los campos de concentración en la Alemania nazi para aferrarse a la vida. Había quien tiraba de humor macabro para mitigar el impacto de las torturas, suicidios y ajusticiamientos que veía alrededor. También quien mantenía largas ensoñaciones con su mujer mientras realizaba trabajos forzados a 20 grados bajo cero. Eran pequeños trucos para mantener la esperanza en salir con vida de allí. Quienes lo lograron, al llegar a sus casas, se desencantaron. Entre otras cosas, porque desearon su liberación en cada minuto de su cautiverio. Y la idealizaron. Cuando aquello terminó, se dieron cuenta de que regresaban a un lugar que no era idílico.

Imagino que, a partir de ahora, Obregón podría enfrentarse a un proceso similar. Quizás tenga un nuevo motivo para vivir, pero la ausencia del difunto seguirá ahí. También sus fotografías, su ropa, sus cosas y los recuerdos de su decadencia. Un clavo no saca otro clavo. Ése es el típico pensamiento de quienes están desesperados.

La jauría vuelve a la carga

Dicho esto, Ana Obregón ha tenido la mala suerte de convertirse en el nuevo objeto de debate político, lo que le transforma, sin quererlo, en el arma arrojadiza entre portavoces radicales y articulistas trastornados, que intentarán sacar conclusiones en los próximos días sobre un tema tan espinoso como es el de la gestación subrogada a partir del único ejemplo de la actriz.

Irene Montero y compañía la han emprendido contra ella porque consideran que los vientres de alquiler son el resultado de una relación desigual entre ricos -compradores- y pobres -gestantes-. En este caso, han visto un filón porque Obregón es de familia bien, así que no están obligadas a guardar el silencio que demuestran, por ejemplo, con Judith Butler, filósofa feminista, y teórica de 'lo trans', que considera la subrogación como “una forma de ganarse la vida”. Una vez más, los radicales demuestran que su concepto de la política consiste en defender lo indefendible de los míos y destrozar a los otros, sin compasión.

El caso es que tienen bastante razón al denostar una práctica tan inquietante como la de los vientres de alquiler, la cual, como en otros casos, como el del aborto, supone una alteración de las reglas biológicas y, por tanto, no debería resolverse con un debate tan chabacano como el que proponen los medios o los políticos. Los mensajes son tan simplistas y reduccionistas que asustan e ilustran sobre las consecuencias que entraña el haber conformado una sociedad que se alimenta de titulares fáciles y de política de bandos. Y, sobre todo, de ideologías que no sirven para explicar la compleja realidad contemporánea, como la que promueve la igualdad a brochazo limpio.

La gestación subrogada es una de esas opciones que llevan a plantearse si la carne humana también debe ser objeto de las transacciones comerciales. El mercadeo de vientres tiene un punto siniestro, tanto en lo que respecta a quien lo alquila como a quien lo presta. Sobra decir que quien paga tiende a encontrarse en una situación ventajosa con respecto a quien recibe la remuneración. Ni se enfrenta a los riesgos del embarazo y del parto; ni al posible brote de malestar porque le han arrebatado algo que sentía como suyo.

El reduccionismo de los oportunistas

La estúpidez política y mediática suele llevar a obviar este tipo de consecuencias, que son también las que sufre la mujer que aborta entre dudas o el hombre al que le vendieron los tratamientos de hormonas como la solución para sus problemas de personalidad, pero, una vez finalizado, cae en la cuenta de que su nueva vida no es idílica. O incluso que se ha equivocado.

No hay soluciones sencillas para los grandes problemas, ni, por supuesto, para los dilemas morales de este tipo. El problema es que los mesías se aprovechan de los dubitativos y los despistados para medrar en las sociedades más débiles, en las que los individuos tienden a tomar peores decisiones. Por eso, hay quien, como Montero, hace bandera de estos temas para mantener su sueldo público a costa de engañar al personal. Y hay quien, como Ana Obregón, acude a una opción como la gestación subrogada con la idea de encontrar respuestas, y no un mero alivio.

En ambos casos, las opciones parecen equivocadas. Lo que ocurre es que una de ellas puede llegar a ser comprensible; y, la otra, es puro oportunismo de políticas sin muchos escrúpulos. ¿Libertad para alquilar vientres? Cuesta pensar en conceder vía libre a cualquier opción que genere un efecto en 'un tercero' que no tenga la capacidad de decidir al respecto. Es lo que ocurre en este caso y en algunos otros en los que también trata de cerrarse el debate con un simplismo atroz.

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