En algunos colegios españoles se ha puesto de moda establecer un "periodo de adaptación" durante la primera semana de septiembre para que los niños se incorporen progresivamente a sus tareas y así evitarles el trauma que, según los nuevos gurús de la enseñanza, les generaría una inmersión total en las aulas desde el primer día.
Esa ocurrencia provoca un enorme quebradero de cabeza a los padres que, después de habérselas ingeniado para atender a sus hijos durante julio y agosto, se ven sometidos al estrés de una vuelta al cole caótica: el lunes sólo un par de horas, al día siguiente tres... Los niños, por su parte, suelen acabar desorientados, pues no entienden a qué se debe semejante despiporre horario.
Ese "periodo de adaptación", que como toda soplapollez se está extendiendo como la pólvora, seguramente cuenta detrás con sesudos estudios que lo avalen, pero no deja de ser un síntoma más del infantilismo de nuestra sociedad, donde se tiende a eliminar cualquier cosa que suponga cierto esfuerzo o sacrificio.
Lo curioso del asunto es que ese esnobismo típico de país opulento que ya no tiene cuestiones importantes de las que preocuparse todavía no se ha extendido a nuestra clase política, y eso que tenemos unos líderes muy dados a asumir este tipo de chorradas. Tras haberse ido unas semanas de vacaciones, nuestros políticos no han caído en la tentación de hacer una entrada progresiva en el nuevo curso... aunque no descartemos que algún día alguien proponga entre sus 370 medidas electorales una que obligue a "volver al trabajo poco a poco para no caer en la depresión típica del mes de septiembre".
El menú político habitual
Por eso, tras un agosto tranquilo, ha resultado especialmente llamativo cómo la primera semana de la nueva temporada política nos ha traído con toda crudeza el menú habitual y sin "periodo de adaptación": un porrón de imputados del Partido Popular, la resurrección de la crisis de identidad de Ciudadanos, las regañinas de Pablo Iglesias con ceño fruncido incluido y las ocurrencias del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, quien en vez de preocuparse en reunir los 176 escaños que necesita para seguir en el cargo anda más pendiente de la puesta en escena y de ganar eso que ahora se llama "la batalla del relato".
De entre las nuevas ocurrencias de Sánchez, la más grave es la que tiene que ver con la última oferta del PSOE a Podemos. Como es sabido, los socialistas ya no quieren entregar carteras ministeriales a sus socios parlamentarios, sino que ahora abogan por ofrecer otro tipo de cargos relevantes.
Si el trapicheo de cargos ya fue sonrojante en la investidura fallida, la última oferta del PSOE es repugnante, pues demuestra que no tiene ningún respeto por la independencia de la CNMV o el CIS
La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, salió el miércoles pasado a explicar que entre esos cargos que podrían ocupar gente de Podemos estarían las cúpulas de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) o del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dos organismos donde precisamente la independencia de cualquier partido político debería ser la norma para formar parte de los mismos.
Si el trapicheo de cargos entre PSOE y Podemos ya fue sonrojante el pasado 25 de julio durante la sesión de investidura fallida, esta última oferta del PSOE es sencillamente repugnante, pues demuestra que no tiene ningún respeto por la independencia de organismos tan sensibles como la CNMV, que deberían estar a salvo de caer en manos del político de turno.
El hueco de Valls
Ante tanto desvarío, no es casual que aparezca en el horizonte la figura de Manuel Valls. Como contó este periódico el domingo, el ex primer ministro francés está empezando a moverse para crear un nuevo partido político de ámbito estatal. ¿Por qué? Porque Valls ha visto que hay claramente un hueco en el panorama político español, el de un progresismo con principios y valores democráticos sólidos.
El ex primer ministro francés cree que el PSOE se equivoca cuando se echa en brazos de las modas progres de turno, ya tengan que ver con la inmigración, el feminismo radical o un supuesto ecologismo
Valls cree que en España hay millones de personas que se consideran de izquierdas pero que no quieren que se flirtee con los independentistas ni que se usen las instituciones en beneficio propio. Está convencido de que el PSOE se equivoca cuando se echa alegremente en brazos de las modas progres de turno, ya tengan que ver con la inmigración, el feminismo radical o un supuesto ecologismo.
Ese espacio ha quedado desatendido porque Sánchez está empeñado en aniquilar a su enemigo por la izquierda, Podemos, pero también porque el otrora centrista Ciudadanos ha emprendido una deriva hacia la derecha con la pretensión de querer sustituir algún día al Partido Popular.
Valls, que es listo donde los haya, ha visto una oportunidad. Y, aunque su primer paso lógico quizás debería ser empezar por presentar una candidatura a la Generalitat de Cataluña, tras su discreto paso por el Ayuntamiento de Barcelona, lo cierto es que él ya le ha dicho a sus allegados que su objetivo está mucho más allá del Ebro.
El problema para Valls es que el tiempo se le echa encima y que las elecciones del 10 de noviembre, de celebrarse finalmente, llegarían demasiado pronto. Sobre todo porque antes tiene previsto casarse y disfrutar de unos días de luna de miel. Veremos.
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