"Por un beso de la flaca/daría lo que fuera/por un beso de ella/aunque sólo uno fuera”, cantaba Jarabe de Palo años ha, y la flaca Letizia debió quedarse de palo viendo al rey saliente, hierático rey, envarado monarca cesante, rey a punto de ebullición/emoción, disminuido físicamente, casi en las últimas, viendo digo al rey recién abdicado cómo cuidadosamente la ignoraba, olímpicamente pasaba de ella, como si nada es, nada fuera, como si no estuviera, ella que tal vez estaba reclamando ese beso furtivo que casi al bies consiguió arrancarle la cesante reina Sofía, terrible cara envejecida la de esta mujer, reina sufriente, ojeras de kilómetros para una reina triste que durante años trasteó solitaria por Zarzuela, ama sin casa, sin cariño, sin siquiera un buenos días, esposa y madre doliente que jamás pensó ver este día, porque ella siempre creyó que los reyes sólo pueden caer depuestos por golpe militar o por el definitivo y traidor golpe de la parca: muertos.
Eran pasadas las 6 de la tarde y en la solemnidad del salón de columnas del Palacio Real se oficiaba el final de 39 años de reinado, años de vida colectiva, luces y sombras, en una ceremonia artificialmente alargada, mal planteada como todo el histórico espectáculo de la abdicación de Juan Carlos I que estamos viendo, todo improvisación, todo a matacaballo, de tapadillo todo, todo aderezado con toneladas de precipitado baboseo, ese melifluo baboseo que despiden los cortesanos de la pluma y el micrófono, pero todo teatral al tiempo, el teatro de lo pendiente de un hilo, “y él me da una pena enorme, porque tiene por delante un pastel que no veas”, se lamenta alguien que le quiere, “Felipe es muy buena persona, pero sin personalidad; a él siempre le manejaron primero las novias, que le putearon, y luego los amigos, que lo mismo, y terminará haciendo lo que ésta diga, pero ¿la has visto? Ella es un puro teatro, tan poco natural, tan mal vestida, porque hoy se imponía un traje de chaqueta, señora, ¿no hay nadie ahí capaz de aconsejarle? ¿Y te has dado cuenta de que se ha pasado la ceremonia haciendo señas a las niñas sobre cómo debían comportarse…?”.
Por un beso de la flaca/daría lo que fuera. Se levantó el rey pesado, dubitativo, quebradizo, y con paso incierto se acercó a la famosa mesa de las esfinges donde rubricó, preciosa la pluma, la ley de su abdicación, el final de un cuento con la sociedad española que pudo ser de hadas y terminó en desengaño/desencanto colectivo tras décadas de silencio y desafueros, y ahora, ¿qué…? Ahora dicen que quiere viajar, divertirse, pero quiere también mantener una especie de tutoría moral sobre su sucesor, Felipe VI, y por eso no abandona el palacio de La Zarzuela, pretende que negocie con él los asuntos importantes, dos reyes separados por escasos 200 metros, difícil y peligrosa bicefalia, cohabitación imposible que puede terminar saltando por los aires y haciendo la vida imposible al joven monarca, por mucho que, como opinan otros, vaya a pasar poco tiempo en Madrid, deseoso de escapar de esa tremenda, amarga, clamorosa soledad que los fines de semana le invadía en la casona del monte del Pardo, abandonado por casi todos tras el episodio de Botswana.
¿Separación de Juan Carlos y Sofía a la vista?
Quiere viajar y dice el rumor, Madrid capital mundial del rumor, que en pleno ferragosto podría haber un discreto comunicado anunciando la separación, ruptura de iure de un matrimonio que de facto hace muchos años, casi una glaciación, dejó de funcionar, y hay quien dice que tal vez tenga en Mónaco una especie de segunda residencia, aunque lo de Corinna no está claro, no está clara la relación entre ambos una vez las partes consigan ponerse de acuerdo sobre las cuentas, que lo que ahora está en cuestión no son cuentos, sino cuentas, y tal vez por eso, por esa soledad de fondo de quien todo lo tuvo y ahora a casi nadie tiene, el rey abdicado lucía ayer ese aire de irrefrenable tristeza, la del hombre que al final de su carrera ve la nave por la que luchó navegando a la deriva, todo o casi le ha salido mal, dicen algunos íntimos que se ha ido porque “se le han hinchado los huevos”, porque el matrimonio del hijo le costó el disgusto de su vida, porque su ojito derecho, que no era otro que Cristina, le ha metido en un embolado judicial de cojones, y porque cree que esto está acabado, que tras el 25-M esto se cae, no hay nada que hacer, y llega un momento en que tira la toalla y mirando entre anonadado y displicente al tendido suelta aquello de “allá os las apañéis, que yo me largo”.
Muy lejos no podrá ir, porque el rey doliente está físicamente mal, no sabemos lo que dirá aquel locuaz doctor Cabanela que dijo le iba a poner como una moto, le iba a dejar niquelado hasta el techo, pero lo cierto es que la recuperación no avanza sino al revés, la cara hinchada, las manos hinchadas cuando manejaba la pluma del adiós, y ese paso dubitativo, incierto, quebradizo, los huesos podridos como todos los Borbones que en el mundo han sido, todos acaban igual, terrible metáfora de la situación española actual, temible el pastel que el Príncipe recibe por herencia, tremenda la humillación de la joven reina plebeya, por un beso de la flaca daría yo la vida, que ni una simple mirada recibió del Rey saliente, una más a la larga lista de ofensas que empezó en aquellos meses que la periodista Letizia (“Former CNN reporter to become Queen of Spain”, titulaba ayer la cadena) pasó semiescondida en las habitaciones del Príncipe en Zarzuela, sin bajar a comer con los reyes, sin ver a los reyes, mientras los ayudantes de cámara la educaban, le enseñaban a comportarse como futura Reina consorte, oculta en la trastienda de palacio hasta que el compromiso se hizo firme. “No sé si ella podrá aguantar como Reina, porque ese sí que es un oficio difícil”, sostiene la misma fuente, “aunque en realidad aguantar en la España de hoy será el gran problema de Felipe VI”. Solo un rey revolucionario, dispuesto a regenerar un sistema muerto, podría asegurar el futuro del trono. Terrible contradicción: Monarquía y Revolución.