"La ambición la tengo compensada. Es sentido del deber" aseguraba Artur Mas, a propósito de lo que para él significaba el Poder, en una reciente entrevista en La Vanguardia. Y a continuación añadía: "[El Poder] Comporta sacrificio, pero no lo diría así, porque es algo deseado. Más que sacrificio es sentido del deber. Además, también hay, y no lo digo con petulancia, algo de mártir. No de héroe, sino de mártir. El mártir es el que sabe que la causa a la que sirve es más importante que su propia persona".
En definitiva, Artur Mas se presentaba a sí mismo como héroe y mártir por la causa del independentismo. Él no quiere, o quizá sí, pero lo cierto es que todo cuanto hace es por altruismo, por estricto sentido del deber. Es, en suma, un héroe, una víctima, un político honrado que ha aceptado por propia voluntad inmolarse en el altar del pruces, ese contubernio al que todo catalán o asimilado con ambiciones, perdón, con vocación de mártir, está dispuesto a contribuir y, es de suponer, entregar hasta la última gota de su sangre.
A continuación, este gran estadista, este hombre honrado, desprendido, sacrificado, generoso, padre vocacional de todos y cada uno de los catalanes, sean de pura cepa o emigrados –aquí, empero, hay ciertas dudas–, ensalza las excelencias de su querida tierra, de sus virtudes y de todo aquello que, a su juicio, la escinde sociológicamente de esa nación dispersa, mohína, paleta y sin músculo llamada España. Cataluña es otra cosa, asegura. Otra cosa mejor, se entiende.
El mismísimo Al Capone podría liderar el 'pruces' y no pasaría absolutamente nada. Hasta el más indeseable mafioso sería ungido de gran estadista. Porque la causa lo es todo y el altruismo manda en sus corazones
De lo demás, ni palabra. Es decir, de la colosal corrupción de la clase dirigente nacionalista catalana, de la que él es hoy, tras el desmoronamiento del pujolismo, sumo sacerdote, ni una sola mención. Corrupción made in Cataluña que, según se van desvelando sus entresijos, va a dejar en anécdota escándalos de la talla del caso Púnica, incluso del estremecedor caso de los ERE de Andalucía. Porque la patria catalana, en efecto, a diferencia de esa cateta e insustancial España, donde los pillos se organizan como vulgares partidas de salteadores, es un territorio muchos más desarrollado, homogéneo y, sobre todo, patrimonial, es decir, coto privado de caza de los mártires pata negra.
Así se comprende, por ejemplo, que a todos los independentistas, sean de izquierdas o de derechas, progresistas o conservadores, les importe un bledo quién lidere el pruces. De hecho, podría liderarlo el mismísimo Al Capone y no pasaría absolutamente nada. Hasta el más indeseable mafioso sería ungido de gran estadista. Porque la causa lo es todo y el altruismo manda en sus corazones, no hay duda, no puede haberla.
Tampoco cayó en la cuenta Artur Mas, el héroe, que la independencia de Cataluña es el salvoconducto que necesita para escapar a la acción de la justicia española. En efecto, cegado por su altruismo debió pasar por alto que solo teniendo plena jurisdicción sobre los más altos tribunales se librará de infinidad de pleitos y querellas, incluso, quién sabe, de dar con sus huesos de santo en la trena.
Romper España, partir a la sociedad catalana en dos mitades, conducir a Cataluña a la más desoladora irrelevancia internacional, a la quiebra institucional y económica, poniendo en riesgo el futuro de millones de ciudadanos no debe preocupar a nadie. Son los daños colaterales de los hombre buenos. Es lo que tiene el Poder, que comporta sacrificios. Palabra de mártir.
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