Artur Mas se ha encerrado en su propio laberinto. En los últimos cinco años, ha disputado dos elecciones autonómicas y un simulacro de referéndum independentista. Ahora, acaba de convocar otros comicios catalanes en los que cosechará, con toda seguridad, un resultado muy inferior a los precedentes. Los números son tozudos y demoledores para el president. De los 62 diputados que CiU obtuvo con él como cabeza de lista en 2010 a los poco más de 30 que alcanzará, según todas las encuestas, el próximo 27 de septiembre. En suma, muchas urnas y cada vez menos votos.
Se pueden escribir, y de hecho parece probable y hasta inevitable que se escriban, varias enciclopedias sobre el independentismo, el proceso soberanista, el célebre 9-N, las últimas Diadas, la confluencia de fuerzas nacionalistas, las pretendidas listas únicas, las mil y una hojas de ruta diferentes y un largo, larguísimo, asfixiante y aburrido etcétera. Pero el hecho innegable (ay, los hechos que no ven ciertos adanistas) es que en este último lustro Convergencia i Unió, liderada por Mas, ha perdido apoyos y, en paralelo, ERC los ha obtenido. El original, la copia y todo ese rollo, ya saben.
El borrador que lo cambió todo
La pérdida de apoyos de CiU es evidente si se observan los resultados de las dos últimas elecciones autonómicas. La cita electoral de 2012, convocada por Mas con la clara y legítima intención de alcanzar los 68 diputados de la mayoría absoluta, estuvo marcada por la publicación del famoso borrador fantasma de la Unidad de Económicos Delitos y Fiscales (UDEF) que compendiaba presuntas corruptelas de la plana mayor de CiU.
Unos casos de corrupción que, fuera quien fuera el autor de aquel documento que olía a cloaca del Estado, se han revelado más dañinos para los convergentes de lo que se creía, incluida la histórica caída en desgracia del padre del catalanismo moderno, el gran Jordi Pujol, otrora visto como estadista y ahora cada vez menos honorable.
Si hoy alguien garantizase a Mas que va a lograr otros 50 escaños en la Cámara catalana, seguramente preguntaría: ¿dónde hay que firmar?
En 2012, como recordábamos, la coalición liderada por Mas se quedó en 50 escaños, 12 menos que los conseguidos en 2010. Entonces, hace ya tres años, ERC obtuvo 21 escaños (11 más) en el Parlament. Es decir, cuanto más pierde CiU, más ganan Oriol Junqueras y sus correligionarios. Si hoy alguien garantizase a Mas que va a lograr otros 50 escaños en la Cámara catalana, seguramente preguntaría: ¿dónde hay que firmar? Y es que las últimas encuestas publicadas en Cataluña apuntan a casi un empate técnico entre CiU y ERC. Ambos cosecharán entre 30 y 35 escaños cada uno. Y hasta es posible que Convergencia se quede sin Unió antes de septiembre.
Al independentismo, en todo caso, le ocurre como a su líder carismático: por muchas urnas que ponga en la calle, no crece como quisiera. Es sabido ya que en el famoso referéndum del 9 de noviembre el voto separatista se quedó estancado. E incluso parece que va a menos, dado que, según datos de la propia Generalitat, ya son mayoría quienes se oponen a la independencia. Un desastre, en suma, para cualquier observador que no esté nublado por las enseñas rojigualdas, sean más o menos gruesas y lleven o no una estrellita de regalo. Para el propio presidente de la Generalitat, en cambio, debe ser interesante, divertido, genial eso de convocar otras elecciones para comprobar cuántos votos pierde esta vez.
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