Análisis

11S o la Tormenta Perfecta

Este año veremos al frente de la manifestación de la Diada al Presidente de la Generalitat, a la Presidenta del Parlament y a la alcaldesa de Barcelona, haciendo gala de su desprecio del principio de representación.

Cataluña se adentra en otro 11 de septiembre, fecha escogida para la celebración del día de nuestra Comunidad Autónoma, una vez más, desde hace pocos años. Desde que el nacionalismo catalán se quitó la careta y puso en marcha lo que creen el último capítulo hacia la ruptura del conjunto de España, se ha transformado en un aquelarre en el que al separatismo le gusta encuadrar disciplinadamente a la población y fracturar en dos mitades a la ciudadanía, creando la sensación de que solo se puede ser catalán y secesionista o, como mínimo, se es catalán y sospechoso.

Se asume con naturalidad que unas fuerzas políticas tengan una “hoja de ruta” que en verdad es un golpe de Estado por capítulos

Imagino que para quien no viva en Cataluña le será difícil comprender las dinámicas que empujan a unos pocos centenares de miles de catalanes a manifestarse los 11 de septiembre, entender cómo es posible que en democracia se planteen propuestas políticas totalitarias y no haya una respuesta social de rechazo. Se asume con naturalidad que unas fuerzas políticas tengan una “hoja de ruta” que en verdad es un golpe de Estado por capítulos en el que se describe, sin rubor alguno, el fin de la separación de poderes, la arbitrariedad y el autoritarismo. Leamos una frase el punto 9 del acuerdo entre JxSi y las CUP en el que plantean la creación de una asamblea que tendrá el poder total y el control absoluto sobre los catalanes

Las decisiones de esta asamblea serán de cumplimiento obligatorio para el resto de poderes públicos y para todas las personas físicas y jurídicas. Ninguna de las decisiones de la asamblea será susceptible de control, suspensión o impugnación por parte de ningún otro poder, juez o tribunal.”

Pues bien, la Diada concentra todos los ingredientes con los que se ha cocinado a fuego el lento el plan de ingeniería social diseñado en las postrimerías de los años ochenta por el exMolt Honorable Jordi Pujol, el llamado Programa 2000. Vemos cómo los medios de comunicación públicos y subvencionados –la inmensa mayoría de los editados en Cataluña- se convierten en el factor de propaganda y tensionamiento social para lograr una alta participación en las concentraciones, utilizando no solo informativos, tertulias o documentales, sino también espacios de entretenimiento con el objetivo de alcanzar al público poco interesado en política, naturalmente, dichos medios harán un seguimiento casi exclusivo y monográfico –como si de un publirreportaje se tratase- del discurrir de las manifestaciones, todo ello con la consigna de hacer creer que la inmensa mayoría de los catalanes están en la calle y, por tanto, inculcar axiomáticamente que Cataluña es separatista.

Este año veremos al frente de la manifestación a los cargos institucionales más importantes de Cataluña haciendo gala de su desprecio del principio de representación

Pero hay un dato aún más revelador del nivel de descomposición de la cultura democrática en nuestra comunidad, de la conculcación de los principios básicos de la democracia, de cómo se utilizan las instituciones públicas para ponerlas al servicio de un interés privado y minoritario como es el independentismo. No solo hablo del simbolismo, de la asunción de la bandera de la división –la Estelada- como la bandera del partido y de su país imaginario al modo en el que lo hacían en los países más allá del Telón de Acero. También de la competencia entre figuras institucionales para asistir a los actos independentistas. Este año veremos al frente de la manifestación a los cargos institucionales más importantes de Cataluña, al Presidente de la Generalitat, a la Presidenta del Parlament y a la alcaldesa de Barcelona, haciendo gala de su desprecio del principio de representación al que deberían estar sujetos, denostando a esa mayoría social de catalanes no rupturistas.

Esta foto, la imagen de esa Triada separatista, esconde una tormenta política perfecta para el Estado y para el futuro de nuestro país. Estamos asistiendo a la basculación de este “prusés” hacia posiciones más radicales si cabe, hacia el secuestro de mayorías sociales desde los populismos de “izquierda”. Se está pergeñando un Soviet anticapitalista cuyo sustrato cultural es profundamente hispanofóbico. Si hasta ahora el independentismo estaba liderado por ERC y la CDC (o como decidan llamarse ahora) más las CUP, el resultado de la radicalización política y social ha derivado en la descomposición del centroderecha nacionalista (aquellos que en 2010 se autodenominaban “business friendly”). Sin embargo, lo que podría derivar en una auténtica bajada del suflé independentista ha destapado la operación que el separatismo puso en marcha para penetrar en el llamado Cinturón rojo de Barcelona, para acaparar el descontento popular provocado por la Gran Recesión y por la enorme crisis moral que vivimos desde hace muchos años: el asalto a las organizaciones surgidas del movimiento del 15M.

El nuevo trío más los restos de Convergència que se dibuja en el horizonte político es el paroxismo de nuestra contemporaneidad, un populismo nihilista que bebe de las escorias de la fusión de los grandes metarrelatos escatológicos que creíamos enterrados tras la caída del Muro. Nos encontramos ante la creación artificial de mayorías sociales reducidas a simples comparsas del separatismo cuyo proyecto más allá de la separación es más inquietante que el proceso en sí mismo, una confluencia de intereses personales, añejas ideologías y anacronismos cotidianos, que aumenta la sensación de anomia en la sociedad catalana y cercena cualquier posibilidad de recuperación económica y cualquier intento de regeneración política e institucional.

España y los españoles necesitamos un Pacto de Estado, un plan en el que la inteligencia y la razón acaben con los aventurismos, la sinrazón y el provincianismo

Cabría preguntarse, si con una minoría social del 47,74%, una mayoría parlamentaria insuficiente ni para cambiar al Síndic de Greuges (el Defensor del Pueblo catalán) son capaces de empujar hacia el abismo a Cataluña, ¿qué no harían si sumasen a los comunes? Pero ante esta situación, ante este contubernio, ¿qué están haciendo los grandes partidos constitucionalistas para proteger los derechos y libertades de la ciudadanía catalana?, ¿son conscientes de la "tormenta perfecta" que se avecina y que afectará el porvenir de todos los españoles?, ¿en serio están jugando con unas terceras elecciones y mantener la interinidad del Gobierno?, ¿hasta dónde están dispuestos a llevar el cortoplacismo electoralista mientras nos estamos jugando nuestro país y nuestra democracia?. España necesita hombres y mujeres de Estado, altura de miras y generosidad. España y los españoles necesitamos un Pacto de Estado que reconduzca la situación, un plan en el que la inteligencia y la razón acaben con los aventurismos, la sinrazón y el provincianismo, un plan que nos lleve a una senda de progreso en el que el horizonte sea Europa, la Europa de los ciudadanos y la Libertad.

José Rosiñol Lorenzo es socio/fundador de Societat Civil Catalana

@JosRosinol

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