Hace pocos días Raül Romeva, cabeza de lista de la candidatura independentista de Junts Pel Si en las próximas elecciones catalanas, era entrevistado en Hardtalk, un programa (bastante duro) de la BBC. La casi media hora que dura el show es impagable por muchas razones: realmente merece la pena verlo. Pero para mí el mejor momento del vídeo es cuando Romeva se empeña en que los países europeos no pueden dejar a siete millones de ciudadanos fuera de la Unión. "They cannot. They cannot", repite. "No pueden. No pueden”. El periodista le insiste, pero él se mantiene: "They cannot". En estos veinte segundos de televisión está condensada una maraña que atrapa al proceso secesionista. Pero que al deshacerse revela que no se acaba en las fronteras de Catalunya.
Si Romeva mirase a Grecia vería el futuro. O uno de los futuros posibles
El primero viene de la actitud tozuda de Romeva. La respuesta que da no es nueva. Se la hemos escuchado o leído de una forma o de otra a varios miembros de la plataforma, incluyendo al President Mas, así como a periodistas, opinadores favorables, líderes de la sociedad civil. Sencillamente, consideran que los países miembros de la UE no se atreverán, no considerarán adecuado, proporcional, necesario... dígase como se quiera, el caso es que no cruzarán la línea de la expulsión de Catalunya de la Unión ante una eventual declaración de independencia. Y si piensan en hacerlo o si lo afirman en público mas no en privado, suele añadir Artur Mas, será por la presión de España. Lo segundo es obvio: por supuesto que España presionaría en ese sentido, pero probablemente otros países tendrían todos los incentivos del mundo para no permitir que uno, o una parte del mismo, se salte a la torera la legalidad nacional e internacional. Respecto a lo primero, me parece particularmente remarcable que Romeva, Mas y compañía se atrevan a defender tal postura justo ahora. Justo cuando el otro partido que osó seguir la misma lógica del "no se atreverán" se enfrentó a unas nuevas elecciones el pasado domingo: Syriza.
Si Romeva mirase a Grecia vería el futuro. O uno de los futuros posibles. Pongamos que hay declaración unilateral de independencia tras las elecciones. O un nuevo referéndum donde gana el secesionismo, éste con el respaldo de la Generalitat pero sin el de Madrid ni el de los tribunales. ¿Qué pasaría en Bruselas? Nada. Ni siquiera haría falta echar a Catalunya de la Unión porque simplemente no sería reconocida como Estado porque no tendría los elementos básicos para serlo: monopolio de la violencia y la capacidad de recaudar impuestos sobre un territorio, algo harto difícil donde la mitad de tu población no quiere la independencia. Incluso en el hipotético caso de que se llegase a tal extremo, o a medida que éste dejase de parecer imposible como ahora, el tono de las amenazas de la UE crecería en paralelo. Como sucedió con el Gobierno griego entre enero y julio. Si el Ejecutivo catalán decide alimentar las esperanzas de la mitad de su ciudadanía, la frustración será inevitable porque las amenazas que puedan lanzar desde Europa son creíbles mientras que las suyas no. Exactamente igual que no lo eran las de Tsipras. Éste se dio cuenta por la fuerza, y le costó la escisión del ala más extremista de su coalición y unas elecciones anticipadas para minimizar daños. No resulta tan difícil imaginarse a Mas en un escenario similar, incluyendo partición y comicios por derrota, a que no.
En el segundo visionado del pedazo de entrevista referido mi atención viró hacia el periodista. Hacia su insistencia, su determinación, el grado de información sobre un asunto que en principio le es ajeno, y sobre todo la claridad y la certeza de sus preguntas. Resulta sobresaliente porque uno piensa en lo mucho que costaría encontrar en Catalunya algo siquiera remotamente parecido. No nos debe sorprender, a la luz de la excepcional investigación realizada por Jordi Pérez Colomé. En un trabajo tan profundo como completo, el autor nos está relatando los entresijos de la relación entre el poder político y los medios en Catalunya. Lo más significativo de los textos es lo fantásticamente bien que explican la sorpresa que nos produce ver a un político catalán sometido a un interrogatorio tan duro. Allá, según el relato de Pérez Colomé los poderes públicos (particularmente bajo el gobierno de CDC, pero no sólo) tienen cooptados a multitud de periodistas, a medios enteros, mediante diversas técnicas: subvenciones, contratos más o menos oscuros, imposiciones de contratación o despido... La lista es muy larga, y la verdad intuida se vuelve evidente bajo la luz de la investigación: los partidos políticos mantienen un excesivo control sobre los medios de comunicación, impidiendo que éstos hagan su labor fiscalizadora.
La entrevista de Romeva en Hardtalk deja una sensación agridulce por comparación: qué lejos queda algo así en España
Algo así sucede en Grecia, sí, donde la mayoría de medios cuentan con afinidades políticas más o menos evidentes, más o menos ligadas por intereses pecuinarios. Pero es que también pasa en Madrid y en otras regiones de España. El politólogo Lluís Orriols ha empleado el concepto de "guerra de trincheras" para definir el efecto de retroalimentación entre este enroque partidista de las posiciones y la tendencia de los ciudadanos a 'consumir' aquello con lo que tendemos a estar más de acuerdo: como dice él y el resto de coautores en el capítulo correspondiente de su reciente libro Aragón es nuestro Ohio, a los humanos nos molesta la incoherencia. Pero si esta molestia se une a una batalla de información formada por frentes en lugar de por actores dialogantes, entonces la duda, la vacilación y el intercambio sale más caro. El debate auténtico se vuelve imposible.
La semana pasada, Roger Senserrich pedía encarecidamente que incluyésemos en el debate sobre la independencia muchos más matices, muchas más valoraciones de costes y beneficios. La entrevista de Romeva en Hardtalk deja una sensación agridulce por comparación: qué lejos queda algo así en España. Qué distancia nos queda por recorrer. Y sobre todo cómo vamos a hacerlo si no contamos con la suficiente cantidad de periodistas independientes que, ante un "They cannot, they simply cannot" exijan mejores razones, datos más específicos, y hagan que los políticos enfrenten los hechos. Hay excepciones, sí. Cada vez más, parece. En televisión, en radio y en prensa escrita, tanto digital como impresa. Afortunadamente, el panorama mediático de hoy no es el de hace dos décadas. Pero mientras se consoliden el hilo que une a las tres capitales nos ata de una manera tan enrevesada que ahoga los argumentos más sensatos, vengan del lado que vengan.