Análisis

El chulapo Correa y el decorado del boom

“Bastaba ver el decorado de 2003/2004 para comprenderlo todo”. Francisco Correa como espejo de una época. Los tiempos de un país que se volvió loco pensando que podía convertir en

“Bastaba ver el decorado de 2003/2004 para comprenderlo todo”. Francisco Correa como espejo de una época. Los tiempos de un país que se volvió loco pensando que podía convertir en oro los páramos de piedra que pueblan su geografía, el paisaje de grúas que como cuernos de la abundancia escoltaban los altillos de cualquier pueblo o ciudad de alguna importancia, el boom del ladrillo y el dinero barato que a espuertas vertían sobre la piel de toro las cajas de ahorro alemanas, los coches alemanes, y aquella súbita fiebre del piso que hoy valía 20 pero al año siguiente llegaba a los 30 y después escalaba a los 40, y era el milagro de los panes y los peces, venga alegría, todos ricos o tal parecen, en realidad era tal la abundancia que las sospechas de amaños, de trapicheos, de robo más o menos descarado, se disculpaban, pelillos a la mar, era normal que entre tanta abundancia abriera sus pétalos la flor del mal de una cierta corrupción, total, había para todos, “mi hijo tié dinero pa asar una vaca” que dijo la madre de un tal Juan Lanzas, cargo carguete de la Junta andaluza, el dinero de los ERE, Juan Lanzas y Juan Español, ciudadanos perplejos ante la repentina riqueza de los pobres de Kombach.

El decorado de la boda del Escorial, Ana Aznar y Alejandro Agag, el casorio del Régimen, fabuloso trampantojo por el que desfiló, Reyes a la cabeza, lo más granado de la España rica que se había vuelto loca con el dinero ajeno, y qué porte tan majestuoso el de Correa jacarandoso en su chaqué, desfilando engominado hasta las cejas con señora incorporada, hermosa mujer enjaezada con “vestido rosa largo con corpiño de shantung y tul entolado con falda de tres capas de gasa plisadas”, poderío, y la soberbia de esa vista al frente indiferente a las miradas curiosas del pueblo llano que tras el burladero observaba la escena, la arrogancia, la vanidad, la petulancia ataviada con el lujo de una época nueva que parecía haber dicho adiós a penurias viejas. “¡Es que, señoría, todo el mundo regalaba en Nochevieja…!” se admiraba ayer el rufián, el señorito de la Gürtel que reclama para sí derechos de autor, porque no es el “caso Gürtel”, reclama el gayón, sino el “caso Correa”, un respeto, hasta ahí podíamos llegar, no confundir al elegante Don Vito con el siniestro Fanucci, y claro que se regalaba, se tiraba la casa por la ventana, “es que había departamentos en Loewe y El Corte Inglés de regalos de empresa en Navidad”, porque la multinacional de Correa cobraba y repartía, engrasaba, regalaba, claro que sí, y uno ha conocido gente en aquel Madrid de la abundancia que aseguraba muy serio que “yo voy todos los años a Nueva York con la familia a comprar los regalos de Navidad, porque salen mucho más baratos que en Madrid”.    

Eran los casoplones en La Moraleja, en Somosaguas, en Puerta de Hierro, en El Plantío… Las fincas de caza en Extremadura, los coches de alta gama, los yates, ayer el chulamo recordaba a su amigo, “Alejandro [Agag], oye, ¿vamos a dar un paseo en barco?” Y claro que sí, los señoritos se iban a dar un garbeo por Ibiza o Porto Cervo, el oleaje de los potentes fuera borda en perfecta armonía con los bucles de ese pelito largo de pijo madrileño rico que luce el gachó, y ¿de dónde sacan pa tanto como destacan, en un país sin grandes fortunas, las de siempre, las históricas, ni grandes grupos industriales? Pues del boom, del milagro del boom del ladrillo, de la corrupción municipal y de la otra, del latrocinio consentido por unos y otros, “me entregó una carpeta Gerardo Galeote, mira, me la ha pasado un amigo de la Junta de Castilla y León y ahí va a haber una autopista o una carretera, ya no recuerdo, y hay que ver si algún amigo está interesado, alguna constructora como Hispánica está interesada…” Ese era el negocio, te doy negocio y me pagas una comisión, “y una parte se la daba a Bárcenas y otra me la quedaba yo para mis gastos personales”, porque gente tan elegante, rumbosa por naturaleza con el dinero ajeno, tenía muchos gastos, mucho que repartir, mucho que engrasar, muchos que corromper.

Las miserias de un país quebrado

Lo cual que los 50 del patíbulo que ahora se sientan en el banquillo ante la España atónica que asiste al espectáculo deben estar tirándose de los pelos, preguntándose, un punto desesperados, cómo es posible que el gran marrón de una corrupción al por mayor me lo esté zampando yo y este puñao de pringaos, cuando son miles, decenas de miles, los que han sacado tajada del banquete del coge el dinero y corre que España vivió entre 1996 y el 2007, “¡No sé cómo esto causa tanta perplejidad, porque así era como funcionaba el Sistema…!”, aclara Correa, convertido el buzo en testigo de cargo de la muerte de un Régimen que se entregó al trasiego del dinero ajeno al por mayor hasta que la presa de la crisis reventó, dejando sobre el lecho de la ría y a la vista de todos las miserias de un país quebrado, con deuda y paro a mansalva, con instituciones averiadas, empezando por la propia Justicia, y una democracia de muy pobre calidad tironeada por la ambición de muchos y la cobardía de casi todos. “Nosotros trabajamos con todo el equipo de José María Aznar” afirma el águila, “para los Gobiernos de Aznar”, confirma el amigo de Agag, “y cuando llega Mariano Rajoy tengo entendido que Pablo Crespo no se llevaba bien con él en Galicia, no había química, y eso nos llevó a trasladarnos a Valencia”, dice con todo el morro este chulamo con melena, cínico redomado dispuesto a cargar el muerto a Franquito y aliviar, pacto mediante con la Fiscalía, las miserias de un Rajoy que aspira a lograr la investidura en plena tormenta judicial, en pleno relato salvaje del robo del siglo.

El tal Crespo era uno de sus mandaos, el Luca Brasi de Don Vito, porque Correa, sobrao, chuleta hasta en el atolladero, tiene especial cuidado en aclarar de forma reiterada que él era el jefe, el capo di tutti capi de la organización, que no había más patrón que él, “Era yo quién daba las órdenes y ellos seguían mis instrucciones”, y es claro que un jefe de verdad no conoce las miserias del negocio, nunca baja a lo accesorio, no desciende a los pormenores, “yo nunca he entrado en los detalles organizativos, de modo que no me lo pregunte usted eso, señoría, porque no me acuerdo”, una vez, “yo no estaba en la operativa de la persona que hacía las facturas falsas”, otra, “yo dirigía la compañía, pero no estaba en el día a día”, otra más. Paco Correa estaba por encima. “La relaciones directas con todos los políticos siempre las he llevado yo”, sostiene campanudo le galán.

-Y ¿cómo repartía? –pregunta perpleja la señora fiscal.

-Pues quedaba con ellos y les entregaba el sobre.

Sobrecogedor, sobrecogedora la descarnada sencillez del relato. Quedaba con ellos y les entregaba el sobre. Así de simple. Por eso sostiene el jayán que “hay mucho Correa repartido por los Ayuntamientos de España”, mucho juanero de gran porte dispuesto, a lo Rodrigo Rato, a enriquecerse de prisa porque se le ha pasado el arroz de la política, se ha enamorado tardío, y cree llegada la hora de hacerse una fortuna con el apoyo de los grandes empresarios del Sistema y con renuncia expresa a principio de honradez u honestidad. Correa tiene sobre Rato la ventaja de la desfachatez. De la desvergüenza. Él dirige tan lucrativo negocio sin fijarse en los detalles y festeja, a eso sí que se apunta, a las bodas y bautizos de sus gañanes, que ahí se abría de capa y regalaba viajes y coches y pisos y fiestas, ahí se mostraba espléndido con los hijos de Ana Mato y de todos los Matos que le prestaban servicio.

Sin propósito de enmienda

“Yo estaba más tiempo en Génova que en mi propio despacho, porque era tanta la actividad…”, proclama el golondrero, había tanto que robar, tantos Ayuntamiento en los que apandar, que el Partido Popular queda convertido en ceniza con la declaración de alguien que se movía en Génova como Paco por su casa. El juicio a una época, sí, pero nadie ha mostrado aquí el mínimo propósito de enmienda, nadie ha hecho ejercicio de contrición alguno capaz de alentar, siquiera como el vuelo de una mariposa, la esperanza de un país mejor, una España limpia de corrupción, un país vivible susceptible de ser vivido en paz y libertad. Correa dice que confiesa, pero en realidad engaña, guarda, chalanea, y lo hace con descaro. Nadie se avergüenza de haber robado. Nadie se suicida aquí. Todos gallean. Difícil, si no imposible, construir sin propósito de enmienda el país que merecen las nuevas generaciones. España sigue enlodada y Madrid, prostituido. “Carguen con Madrid y su vecindario todos los demonios, y permita Dios que sobre esta villa, emporio de la confusión y maestra de los enredos, caigan todas las plagas faraónicas y algunas más”, escribió Pérez Galdós en “Las tormentas del 48”. “Rayos arroje el Cielo contra esta ciudad, pestes la tierra, y queden pronto hechas polvo casas y personas. Hágase luego gigante el enano Manzanares, para que con revueltas aguas borre hasta el último vestigio de la capital, y quede el suelo de ésta convertido en inmenso charco donde se establezca un pueblo de ranas que cante noche y día el himno de la garrulería”.

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