El destino, siempre puñetero, ha querido que el décimo aniversario de la muerte del primer presidente de esta democracia recuperada, Adolfo Suárez (1976-1981), coincida con el trágala que el PP se ha dejado imponer por Vox allí donde gobiernan en coalición: sustituir las leyes de Memoria Democrática aprobadas por anteriores gobiernos autonómicos de izquierda o, incluso, del PP -caso de Castilla y León-, por leyes de Concordia.
La “concordia” es un eufemismo fetiche de esta neolengua que nos invade -“Memoria democrática” es otro, según el interlocutor- con el cual la derecha intenta exorcizarse esa especie de mala conciencia que le entra cada vez que toca habla de la Guerra Civil, aunque haya pasado medio siglo desde la muerte de Francisco Franco y la mitad de los españoles de hoy no sepan de qué estamos hablando.
Vox se lo ha robado ahora a éste PP que, a su vez, hace unos años lo tomó prestado del Suárez ya alejado del poder. Antes de perder él la memoria y perderse en la nuestra, el ex presidente solía decir a todo el que se le acercaba que su legado, más allá de un sistema fiscal digno de tal nombre o la aprobación de la Ley de Divorcio tras la larga noche de cuarenta años de una dictadura religiosa, por encima de todo, su gran logro había sido la convivencia entre los mismos que apenas cuarenta años antes se mataban a tiros, puñaladas y garrotazos, como en el célebre cuadro de Goya.
“La concordia fue posible”, repetía Adolfo Suárez allá por los años 90, cuando Felipe González empezaba ya a dar síntomas de entrar en barrena y asomaba la cabeza un tal José María Aznar; el mismo que aceptó desde su mayoría absoluta (2002) que el Congreso aprobara una proposición de ley condenando el franquismo y presentó las ‘Memorias’ de Azaña… qué cosas
“La concordia fue posible”, repetía en las entrevistas crepusculares que le hacían allá por los años 90 del pasado siglo, cuando su sucesor en la dirección del país, el socialista Felipe González (1982-1996) -con permiso del breve Leopoldo Calvo Sotelo (1981-1982)- empezaba ya a dar síntomas de entrar en barrena después de catorce años de poder omnímodo, y asomaba la cabeza un tal José María Aznar; el mismo que, por cierto, aceptó desde su mayoría absoluta (2002) que el Congreso aprobara por unanimidad de todos una proposición de ley condenando el franquismo.
Aquellos eran otros tiempos, en los que Aznar presumía de su republicanismo democrático y hasta llegó a presentar la obra Los Cuadernos Robados, editada por Plaza & Janés con los diarios del último ex presidente de la II República, Manuel Azaña, que la hija del dictador, Carmen Franco, había entregado al Ministerio de Cultura… Qué cosas.
Tan célebre se hizo aquella frase de Adolfo Suárez que sus hijos quisieron que en la tumba de la Catedral de Ávila donde reposan los restos del ex presidente y de su esposa, Amparo Illana, figurara como epitafio del hombre que había empezado como miembro del Consejo Nacional franquista en su juventud hasta llegar a ser director de la última RTVE de la dictadura y transicionó -nunca mejor empleada la Transición que aquí- a padre por antonomasia de esta democracia… “La concordia fue posible”.
Pues no, presidente, tu concordia, no la de Vox -y a lo que se ve, del PP- para regocijo de cierta izquierda empeñada en revivir un neofranquismo inexistente, sigue sin ser posible; Y todo por el deseo de Abascal de sacar músculo en víspera del ‘triplete’ electoral a costa de unos miles de republicanos en fosas comunes, cuyos huesos reclaman sus descendientes para llevarles flores
Hasta Ávila fue llevado el féretro del fundador de esta España Constitucional en loor de multitudes, primero por las calles de Madrid, luego por la autopista de La Coruña en una retransmisión televisiva con helicóptero de RTVE incluido, como si fuera la Vuelta Ciclista… que si algo hacemos bien en España es “enterrar”, dejó dicho otro muerto exquisito de esta nuestra democracia, amado y odiado a parte iguales, Alfredo Pérez Rubalcaba; nuestro particular Giulio Andreotti.
Pues no, presidente, la “concordia” de verdad, la tuya, no la de parte que ahora promulga Vox, y a lo que se ve, este PP para regocijo inconsciente de cierta izquierda empeñada en revivir un peligroso neofranquismo inexistente, no fue posible; sigue sin ser posible una década después de tu desaparición y dudo que nunca lo sea por el sectarismo del que hacemos gala Hunos & Hotros a poco que nos rasquen.
Ahora es Santiago Abascal quiere sacar músculo frente a su socio, ni siquiera frente a la izquierda, en vísperas de un triplete electoral: vascas (21 de abril), catalanas (12 de mayo) y europeas (9 de junio); por eso y porque el PP viene a decirnos que sus pactos con Vox son “lentejas; si quieres las comes, si no las dejas”, miles de cuerpos de republicanos cuyos huesos reclaman sus descendientes para tener un lugar donde llevar flores, van a seguir malenterrados en fosas comunes.
Feijóo debería saber que lo que quita votos es dar sensación de que lo que haces, no haces o disimulas es para ganar votos; se lo puede contar Pedro Sánchez, que, con toda la intención, exhumó los restos de Franco a doce horas de que empezara la campaña del 10N… y el PSOE bajó 700.000 votos y perdió un escaño, de 121 a 120… Vamos, que la gente no es tonta.
No caen en la cuenta los dirigentes del PP que la digna sepultura es un acto de justicia social que no entiende de calendarios, como no lo entiende la memoria de las víctimas de ETA; que, casi 90 años después de la Guerra Civil, mantener a miles de personas en cunetas es propio de una España que no se respeta a sí misma; que ponerse del lado de una reclamación humanitaria compartida por el 90% de la calle, no quita votos, los da.
Feijóo debería saber a estas alturas que lo que siempre quita votos es dar sensación de que lo que haces, no haces o disimulas que haces lo haces, precisamente, para ganar votos; se lo puede contar Pedro Sánchez, el hoy presidente del Gobierno que, con toda la intención, televisó la exhumación de los restos de Franco un 24 de octubre de 2019, a doce horas de que empezara la campaña para la repetición de las elecciones generales del 10N… y el PSOE bajío en aquellos comicios 700.000 votos y perdió un escaño. Pasó de 121 a 120 diputados… Vamos, que la gente no es tonta.
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