Retomo el reciente Atlético-Real Madrid. Consumí líneas comentando el arbitraje porque éste fue para mí sencillamente decisivo. No influyente, no. Decisivo. Durante una hora el árbitro estuvo machacando los méritos del Atlético. Pero, claro, también es inexplicable que Diego Costa siguiera en el campo, incólume –ni siquiera amonestado- tras la entrada criminal que hizo a Diego López en los primeros compases. ¿Qué habría pasado si desde ese momento los colchoneros hubieran jugado con diez o con el propio Costa cargando una amarilla? En fin, que lo de Delgado Ferreiro fue un esperpento.
Y con ello paso a temas que me gustan más y que –si los que mandan soltaran el machito y dieran paso al progreso tecnológico como auxiliar del arbitraje- serían los protagonistas de los debates en circunstancias normales. Los del fútbol como deporte, juego y espectáculo. Creo que el Atlético hizo un excelente trabajo sobre Xabi Alonso y Modric, dejándoles totalmente bloqueados y, consecuentemente, al Madrid con la luz apagada. Porque es que además acumularon hombres en las bandas, y ya sabemos que Di María, Bale y Cristiano, sin espacio para correr, son mucho menos. Esta acumulación en las alas, para mejor presionar, dio luego situaciones curiosas, con hasta cuatro colchoneros muy juntos y ya en posesión de la pelota, situación que se vuelve con frecuencia en contra del equipo presionante, dado que falta espacio para salir en contra. Presos en su propia ratonera. Sin embargo, y pese a que los de Simeone se vieron en efecto cogidos en su propia trampa varias veces, la omnipresencia y lucidez de Arda, siempre al rescate, les sacó no pocas de su atolladero.
Tanta concentración sobre las bandas y el eje llevó a una notable inferioridad numérica arriba, y Diego Costa se las tuvo que arreglar por momentos para controlar, aguantar, contragolpear, rematar… frente a cuatro rivales. Pero el hispano-brasileño tiene físico, técnica, inteligencia táctica y carácter como para poder sobrellevarlo. Pena grande que ese mismo carácter le lleve a arruinar gran parte de su trabajo, como la cabra que daba excelente leche, pero, al acabar, cagaba dentro del balde de ordeño. Volveré sobre este jugador.
El Real Madrid, muy flojo. No mereció, ni de lejos, el empate, pero de eso y cómo salió vivo del Calderón. El agotamiento de sus rivales, más la sustitución de laterales tan defensivos como Coentrao y un desquiciado y advertido Arbeloa (más listo Ancelotti que ecuánime Delgado Ferreiro), unido a la pegada descomunal de sus atacantes, les permitió empatar, pero su partido fue, globalmente, muy flojo. Un punto es muchísimo premio para lo que hicieron.
Y Diego Costa de nuevo. Hay que entender los recelos de Vicente del Bosque sobre su convocatoria. En lo meramente futbolístico, no cabe duda de que Costa encaja. Encajaría en cualquier equipo, creo. Corre, divide, regatea, remata, apoya, aguanta y presiona. No se puede pedir más. Pero es una ruina. Acaba los partidos porque juega en el Atlético, que es uno de los grandes. No es ni Real Madrid ni Barcelona –los dos mimados-, pero es un grande.
Cuando Costa anduvo por el Rayo y otros equipos, no ganaba para tarjetas. Lógico. Es un exaltado, para lo bueno y para lo malo. La entrada que hizo a Diego López, una muestra más. Del Bosque, como cualquier entrenador, no quiere quedarse con diez, y por muy campeona del mundo que sea España, no va a gozar en los campeonatos de la carta blanca que tiene Diego Costa entre los árbitros españoles, está muy claro. Y, aunque se la dieran –que no se la darán- y Costa siguiera en el campo tras pegar, insultar, vocear en la cara de los árbitros, los partidos discurrirían entre tanganas. Que es lo que menos conviene a España, repleta de gente menuda y que prefiere tener la pelota en el suelo y evitar el choque en beneficio de la circulación de la pelota. Diego Costa es, en todos los sentidos, un Mihura. A ver cómo lo torea Vicente del Bosque. Sería bueno que no lo tuviera que devolver a los chiqueros, pero la cabra tira al monte…