Incluso en España, donde parece imposible que nos pongamos todos de acuerdo en nada, hay ciertos hechos o ideas que ninguno refutamos. Es el caso de la celebérrima afirmación de Santayana: la que explica que “quien ignora su pasado, está condenado a repetirlo”. Todos damos por supuesta la importancia capital de recordar nuestra historia y especialmente, nuestros peores errores. Porque sabemos que olvidarlos es camino seguro a su reedición, y a todos los españoles nos disgusta la idea de tropezar más de una vez en la misma piedra.
¿Resulta tan descabellado entender que esos símbolos pueden ejercer de recordatorio para evitar la repetición vaticinada por Santayana?
Sin embargo, uno observa la cruzada intensa de la izquierda contra los símbolos del franquismo y no puede evitar hacerse preguntas. Por supuesto, ahora que abrazamos la Democracia, resulta cuando menos chocante cualquier tipo de gesto, monumento o dedicatoria que honre la memoria de aquel que nos la negó. Pero, ¿no es cierto que también sirven para recordarnos lo jovencita que es nuestra democracia particular y, de paso, lo frágil que puede llegar a ser? ¿Resulta tan descabellado entender que esos símbolos pueden ejercer de recordatorio para evitar la repetición vaticinada por Santayana?
Todos estamos de acuerdo en que no debemos olvidar, y, sin embargo, cada vez son más los que quieren eliminar todo aquello que nos pueda ayudar a recordar. Y toca entonces preguntarse por qué.
Debemos recordar el régimen de Franco. Es un deber civil y moral. Debemos avergonzarnos de nuestro pasado reciente. Y, por paradójico que suene, debemos llevar nuestra vergüenza con orgullo. Porque esa vergüenza del recuerdo, llevada como una espina clavada, es la que nos mantendrá alerta ante las posibles amenazas a nuestra democracia. ¿Por qué entonces querrían algunos enterrar al franquismo en el olvido? ¿Por qué querrían evitarnos cualquier tipo de recordatorio que alimente nuestra vergüenza? Pues porque existe otra vergüenza…
Lo que la izquierda quiere olvidar no es el régimen de Franco, ni los actos ni los hechos del dictador y sus secuaces. Lo que la izquierda quiere olvidar es que Franco murió de viejo, murió Caudillo y murió Generalísimo. Y que durante los últimos veinte años de dictadura (la famosa “dictablanda”) la represión apenas resultó necesaria. Lo que se pretende borrar de nuestra historia es la complacencia con que la izquierda, siempre tan comprometida y revolucionaria, se compraba entonces su seiscientos y estrenaba su primera lavadora. Y por eso es para ellos tan importante retirar los bustos de Franco. No porque honren la figura de un dictador, sino porque les recuerda que ni siquiera cuando Franco era un viejecillo decrépito y la dictadura una caricatura de la que había sido durante la posguerra, tuvieron el coraje para retirarlos por las malas.
Y, cuenten con ello, cambiarán la Historia. Y les hablarán a nuestros hijos de cuarenta años de represión brutal, durante los que ni el mismísimo Che Guevara se habría atrevido a mover un dedo; para no lidiar con su propia vergüenza… Por suerte, los números siempre estarán ahí para desmontar su versión autocomplaciente. Y si ni los números lo consiguen, se cumplirá la máxima de Santayana; y el próximo dictador también se les morirá de viejo.
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Carlos Prallong es periodista y autor de La tiranía de los imbéciles.
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