Primero las buenas noticias. El Instituto Nacional de Estadística (INE) confirmó el viernes que el PIB creció un 3,2% en 2015, el mayor aumento del valor añadido generado por la economía española desde 2007. Lo sorprendente es que, en contra de lo que venía sosteniendo una mayoría de expertos, que preveía una desaceleración en el último trimestre del año, consecuencia del entorno internacional adverso, la economía mantuvo su ritmo de crecimiento en los meses finales del año, con un avance trimestral del 0,8%, el mismo guarismo que en el tercer trimestre, y solo dos décimas por debajo del 1% del segundo. Un tirón que hay que atribuir a la pujanza de la demanda interna (consumo privado e inversión empresarial), puesto que la aportación del sector exterior ha sido casi nula: el aumento de las exportaciones se ha visto contrarrestado por la paralela subida de las importaciones.
El jueves también supimos por la Encuesta de Población Activa (EPA) que el paro se redujo en 678.200 personas en 2015 (71.300 en el cuarto trimestre), registrando así la mayor caída de la serie histórica. En concreto, la tasa de desempleo descendió al 20,90% (tres puntos menos que hace un año), hasta un total de 4.779.500 afectados. El paro bajó con fuerza y el empleo, casi en paralelo, creció en 525.100 puestos de trabajo, una cifra que no se veía desde 2006, uno de los últimos años del boom inmobiliario. No obstante lo cual, España sigue liderando el pelotón de los torpes en lo que a mercado laboral se refiere, con una tasa de paro que aún supera el 20,9% y 4,7 millones de personas sin trabajo. Ello por no hablar de la pujanza del empleo temporal, la muletilla de la que sindicatos y adláteres se sirven para descalificar cualquier logro en materia de empleo.
Es la paradoja española: la economía tira en un momento en que la política muestra una situación de práctico bloqueo, habida cuenta del callejón sin salida resultado del 20D
De modo que 2015 ha resultado un buen año para el crecimiento y el empleo. Es la paradoja española: la economía tira en un momento en que la política muestra una situación de práctico bloqueo, habida cuenta del callejón sin salida al que ha conducido el resultado de las elecciones generales del 20D. Se nota en la calle: la gente mantiene un ánimo proclive al consumo, cosa que se observa a simple vista con el movimiento en carreteras, centros comerciales, restaurantes y bares, etc. “La renta disponible ha aumentado mucho por la creación de empleo, los tipos de interés, la caída del crudo, etc., y eso es lo que hace que la demanda interna esté lanzada”, asegura un reputado economista. Quienes venían anunciando una desaceleración durante el segundo semestre de 2015, pronosticaban que el PIB se iba a instalar en una senda de crecimiento comprendida entre el 2,5% y el 2,7% durante 2016. El frenazo, sin embargo, no solo no se ha producido, sino que ahora mismo más de un servicio de estudios está empezando a revisar sus estimaciones para el año en curso, considerando la posibilidad de que el crecimiento se mantenga en senda parecida a la de 2015 e incluso mejor, ello porque la caída del crudo es tan intensa que podría compensar otros factores susceptibles de remar en contra, como la desaceleración de los emergentes y, en particular, de China.
De modo que sí, cualquier Gobierno, incluso ese que tanto asusta a tantos, el formado por Pedro y Pablo, tendría asegurado un más o menos plácido discurrir a los largo de 2016 desde el punto de vista económico. Incluso podría tener resuelta la amenaza de ajustes adicionales impuestos por Bruselas a cuenta de la necesidad de reducir el déficit desde el 4,4 comprometido para 2015 –todo el mundo espera 2 o 3 décimas más- y el objetivo del 2,8 pactado para 2016. Y ello porque con la previsión de crecimiento del PIB comentado y dando por sentado un aumento de los ingresos fiscales similar al de 2015 (del 6% nominal) o incluso ligeramente inferior (digamos que del 5%), bastaría con que el nuevo Ejecutivo cumpliera a rajatabla con la Ley de Estabilidad Presupuestaria (LEP) en lo que a la regla de gasto se refiere (incremento del 1,8 para 2016) para que, a ojo de buen cubero, la diferencia entre ingresos y gastos arrojara un superávit del entorno de los 20.000 millones, cantidad más que suficiente para cumplir con el objetivo de déficit y arreglar otros desperfectos.
La economía va bien; la política, de mal en peor
“Si se mantiene el crecimiento de los ingresos tributarios al ritmo de 2015 y se sujeta el gasto público conforme a lo establecido en la LEP para este año, las cuentas de 2016 están hechas. No habría necesidad de efectuar nuevos recortes: bastaría con no gastar más de lo que marca la ley. Y conviene recordar que gastar por encima de esa regla de gasto –que es gobernanza europea- es ilegal”, asegura un alto funcionario de Hacienda. ¿El cuento de la lechera? También podría ser, si tenemos en cuenta que esa regla no se ha cumplido en 2015 en lo que a algunas CC. AA. se refiere, hasta el punto de que, en el caso de Cataluña, por ejemplo, el gasto previsto, del 0,7%, se ha disparado hasta el 2,4%, aunque conviene aclarar que otras Autonomías han hecho lo propio, si bien no en cuantía semejante.
Un Gobierno con Podemos a bordo podría adoptar medidas de corte populista capaces de torcer el rumbo de la recuperación. Es el riesgo que tantos ven en una alianza entre los Picapiedra
“Creo que será necesario hacer algún ajuste en 2016”, sostiene otro de los expertos consultados, “lo que ocurre que los PGE para 2016 están calculados con una estimación del precio del crudo de 68,8 dólares barril y ahora está a menos de la mitad, sin olvidar que el gasto por desempleo va a seguir cayendo, lo mismo que el servicio de la deuda, de modo que sí, las cuentas están casi hechas, a condición, claro está, de que el Gobierno que salga del impasse actual respete el techo de gasto del Estado”. Es evidente que un Gobierno de izquierdas con Podemos a bordo podría adoptar medidas de corte populista capaces de torcer el rumbo de la recuperación en muy poco tiempo. Es el riesgo que tantos ven en una alianza entre los Picapiedra. De momento, la carencia de Gobierno significa la ausencia paralela de un botarate en Moncloa dispuesto a arruinar lo conseguido. De modo que, frente a la sensación de caos que hoy provoca una clase política incapaz de ponerse de acuerdo, conviene enfatizar la situación notablemente más tranquilizadora de la economía. Haya calma. Don’t panic.
Las malas noticias proceden, cómo no, de la política. Raro es el día que no surge una novedad que llega dispuesta empedrar el camino hacia la formación de Gobierno de nuevas dificultades. Lo ocurrido esta semana en Valencia es una especie de certificado de defunción del PP. Pero Mariano sigue empeñado en resistir. “Si por mí fuera”, le ha dicho uno de estos días a Cospedal, “yo estaría dispuesto a irme a casa. Lo que ocurre es que estoy seguro que yo no soy el problema, y no lo soy porque sin mí al frente, el PSOE tampoco estaría dispuesto a pactar con el PP. Y este partido no puede presentarse en el Congreso de junio estando fuera del Gobierno, porque entonces lo de la UCD iba a ser un juego de niños…”. A Rajoy y al PP solo le valen nuevas elecciones, aunque resulta harto difícil imaginar un aumento de escaños con el pedrisco que día tras día martillea el tejado de un partido que hoy es un ejército derrotado y en desbandada.
A Pedro Sánchez le gusta el estilo CUP
Mientras tanto, en el PSOE las cosas se ponen cada día más divertidas o más sombrías, según se mire. Los barones madrugaron ayer a Pedro Sánchez la fecha del próximo Congreso, obligándole a adelantarlo al 21 de mayo, un mes antes de lo que él pretendía. E inmediatamente Sánchez ajustó cuentas con los señoritos anunciando que someterá los pactos de Gobierno que pueda alcanzar con Podemos a la militancia socialista, la misma que hace 18 meses le dio la secretaría general. ¡Se impone el estilo CUP, el del empate a 1.515 votos! El chico guapo ha dado un puñetazo en la mesa: me eligió la militancia y será la militancia quien me eche, no vosotros. La amenaza de ruptura del partido es clara. Tras las bambalinas de esta batalla de poder subyace una cuestión de gran importancia para el futuro del país o a mí me lo parece: el divorcio entre los amos del partido socialista, convertidos en uno de los pilares del régimen del 78, en columna vertebral del establishment, y una militancia –muchos de ellos en paro- muy escorada a la izquierda, que ha perdido cualquier sintonía con la cúpula.
¿El horizonte? Sombrío. La capacidad de maniobra de un Sánchez emparedado entre el no al PP y las líneas rojas impuestas por los barones en lo que a Podemos respecta, se antoja casi nula. Tal vez sea cierto que, en el fondo, su única pretensión es seguir siendo candidato del PSOE a las próximas generales. Del otro pilar del régimen, el PP, no cabe esperar idea, iniciativa o solución alguna. El PP está muerto. La corrupción lo ha convertido en el apestado que hoy es para millones de españoles. ¿Cabría una solución de último minuto a la catalana? Ni siquiera eso se adivina. Ahora se trata de encontrar una triquiñuela legal, o no tanto, que permita al Rey y al Parlamento salvar la cara y convocar cuanto antes nuevas elecciones sin el requisito previo de la investidura. Un viaje para el que seguramente no harán falta alforjas, porque ningún resultado distinto, ninguna solución global para la regeneración de la democracia española puede esperarse de unos viajeros incapaces de emitir la menor señal de vigor democrático.
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