En la España saturada de medios de comunicación de todo tipo, asfixiada por un aluvión informativo que no da tregua, las grandes noticias, tanto empresariales como políticas, llegan ahora por sorpresa, como una tormenta de verano, sin previo aviso. Es lo que tiene que el comisario Villarejo y los policías de su séquito se hayan hecho cargo del “periodismo de investigación”: que las grandes empresas puedan soltar tranquilamente sus latigazos informativos cuando les cumple, sin riesgo de que nadie, ningún periodista honrado, les reviente la exclusiva. Ocurrió con la abdicación de Juan Carlos I, con la renuncia de César Alierta a la presidencia de Telefónica, y ayer mismo con la retirada de Juan Miguel Villar-Mir del puente de mando del grupo OHL, por citar solo algunos de los casos recientes más notorios.
Ayer, en efecto, el amo y señor de una de los mayores grupos de construcción y servicios españoles anunció urbi et orbe su retirada, no por esperada menos noticiosa por cuanto se ha hecho de rogar, al menos desde que, hace de esto 6 años, el tycoon nombró a su primogénito, de nombre Juan, como vicepresidente primero del grupo, que es quien ahora asume los galones. Pero con el venerable Juan Miguel, un tipo de carácter peculiar, tan complejo como la inmensa mayoría de los capitanes de empresa que han sido capaces de crear algo importante, se va también Josep Piqué, ex ministro de Asuntos Exteriores, además de ministro de Ciencia y Tecnología, de Industria y ministro Portavoz en los Gobiernos de José María Aznar, que en los últimos dos años y medio ha venido ejerciendo como vicepresidente segundo y consejero delegado.
Argumentando que la retirada de Piqué no podía ser casual, se dispararon los rumores apuntando a la figura del político y empresario catalán como un candidato para encarnar al Monti hispano
E inmediatamente, argumentando que esa retirada de la actividad privada no podía ser casual dado el momento político que vive España, se dispararon los rumores por el tout Madrid apuntando a la figura del político y empresario catalán como un candidato más que idóneo para encarnar al Monti hispano, para presidir ese eventual Gobierno de gran coalición (PP, PSOE y Ciudadanos) capaz de sacar España del atolladero que se avecina, el barrizal que se adivina tras el recuento de papeletas al filo de la medianoche del próximo domingo, un fregao que probablemente no sea muy distinto al que las urnas parieron el 20 de diciembre pasado, porque la combinación de cuatro elementos tomados de dos en dos parece haberse convertido en asignatura imposible de superar por nuestra clase política, la vieja y la nueva, que todos han heredado los mismos tics del pasado.
Ante la imparable ascensión que las encuestas pronostican para Podemos, ese ejército de Pancho Villa integrado por una tan pintoresca como peligrosa mezcolanza de antisistemas, bolivarianos, comunistas, anarquistas, separatistas y algún que otro señor de Cuenca muy cabreado, francamente hasta las bolas de la insoportable corrupción que desde hace tiempo ahoga a tantos españoles honrados, el llamado bloque constitucional parece obligado a llegar a algún tipo de acuerdo, siquiera in extremis, cuyo objetivo capital no sería otro que abordar desde dentro el saneamiento más o menos integral de un sistema francamente averiado, mediante la formación de un Gobierno de coalición capaz de, en una legislatura francamente breve, llevar a cabo una serie de reformas constitucionales por consenso, tarea tras la cual se disolverían las Cortes y se convocarían nuevas elecciones generales para que los españoles pudieran manifestar parecer sobre lo realizado.
Evitar unas terceras elecciones por encima de todo
Parece claro que ese Gobierno no podría encabezarlo Mariano Rajoy y su mantra de “la lista más votada”, teniendo en cuenta que la condición inexcusable que tanto PSOE como Ciudadanos plantearían para apoyar una iniciativa como la comentada pasaría porque ese gabinete “constituyente”, encargado de restaurar el honor perdido de las instituciones, no podría estar encabezado por un señor enfangado en casos de corrupción tan notorios como los Bárcenas, Gürtel, Púnica y demás, por no hablar de los famosos sobresueldos. Al final, para el sistema constitucional surgido en 1978 el dilema es sencillo: “revolución” desde fuera o cambio desde dentro auspiciado por el propio sistema, mediante ese pacto de partidos constitucionalistas dispuestos a abordar las reformas pertinentes. La alternativa sería ir a unas terceras elecciones, es decir, que el sistema se volviera loco o quisiera suicidar definitivamente yendo a unos nuevos comicios que, entonces sí, entonces podrían situar a Podemos y su variopinta tropa como ganadores absolutos.
Qué duda cabe que figuras como la de Piqué o la de Solana, con talante bastante para propiciar el diálogo entre unos y otros, le irían bien al país en la actual coyuntura
Y es en esta línea argumental donde encajaría la figura de un independiente como presidente de consenso, el rumor que anoche inundaba Madrid apuntando a Piqué –una alternativa por la izquierda moderada, más bien aburguesada, sería la de un Javier Solana-, como un candidato más que idóneo, como un hombre que, a caballo entre Madrid y Barcelona, bien visto por unos y por otros, buen amigo del propio Rajoy –lo nombró consejero de Airbus en 2012, puesto al que renunció precisamente cuando fichó por el Grupo OHL- reúne muchos de los requisitos, si no todos, para encarnar ese papel moderador. Anoche, alguien que habló con el aludido a propósito del rumor de marras recibió una respuesta ciertamente rotunda: “Ni hablar de política; que los partidos ahora en liza no fueran capaces de alcanzar consensos dentro de sus filas, solo podría ser calificado como un fracaso de la democracia. Superada la crisis, asumida con normalidad la abdicación de Juan Carlos I, España no está ni mucho menos en una situación de emergencia nacional como para tener que buscar un independiente para presidir el Gobierno”.
Qué duda cabe que figuras como la de Piqué o la de Solana, con talante bastante para propiciar el diálogo entre unos y otros, le irían bien al país en la actual coyuntura. El catalán ha cumplido el compromiso que contrajo con el nuevo presidente de OHL, Juan Villar-Mir Fuentes, consistente en profesionalizar la gestión y preparar la compañía para el cambio de trastos de padre a hijo, de modo que, objetivo cumplido, se dispone a continuar su carrera “en el sector privado”, enfatizan en la constructora. Una precaución más que lógica: a nadie le cabe la menor duda de que los principales enemigos de una solución como la comentada aquí es y será siempre la propia clase política, celosa guardiana durante más de 40 años de un statu quo cuyo mantenimiento está dispuesta a defender a sangre y fuego. ¡Y que le vayan dando a la regeneración democrática!
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