Análisis

¿Por qué arde el bosque?: una visión antropológica (II)

    

No entraré aquí en la pérdida de vidas, que en realidad es lo único importante, en los daños económicos, ni siquiera en los ecológicos ya muy comentados. Quiera resaltar una pérdida que a muchos pasará desapercibida: la destrucción del paisaje.

El paisaje que además de constituir el trasfondo, el escenario de nuestra vida, es goce estético. Un placer visual y del olfato y del oído, todos los sentidos perciben el paisaje, que quizá echemos en falta cuando decidamos levantar la vista de las “pantallas”. Claro que para el goce del paisaje no son suficientes los ojos que ven e incluso miran, hace falta la conciencia para contemplar, y eso es casi cultura.

¿Ha visto el lector un paisaje quemado? ¿Se ha parado a contemplarlo? No verá, ni oirá, ni olerá, ni pisará y si lo hace, más le valiera no hacerlo.

Si ciertas alteraciones, cambios o deterioros del paisaje pueden detraer su calidad, el incendio lo destruye de una forma irreversible, puede decirse que cambia su signo y cuanto más valioso era, más desolador es el resultado. Y no sólo se pierde la estética de todos los valores que resume, se destruye su valor testimonial, pues cada rincón del paisaje es un archivo de la historia y evolución del medio.

¿Ha visto el lector un paisaje quemado? ¿Se ha parado a contemplarlo? No verá, ni oirá, ni olerá, ni pisará y si lo hace, más le valiera no hacerlo

Es verdad que en otros tiempos también se han arrasado campos, se han cortado bosques para carbón, para la industria, para cultivar algo, cuando el hambre, pero era todo paulatino, lento, quito esto, pongo lo otro. El hombre se incorporaba a la evolución, no era su enemigo. También es verdad que hay mucho paisaje, todo es paisaje, pero algunos son singulares, irrepetibles y el de todos los días, ese que nos rodea y en el que nos reconocemos o encontramos nuestra infancia tiene cada vez menos calidad; el otro, el recóndito nos cae un poco lejos y ha de quedarse para las ocasiones, aunque también llegaremos a él, todo es cuestión de tiempo, porque ya sabemos del poco aprecio por lo que no cuesta.

Por si fuera poco, a todos estos fuegos se suma ahora la competitividad, o el abandono, que nos lleva a cortar encinas, levantar olivos, viñedos, a quitar vacas de los prados, abandonar cultivos. Estos viñedos que se levantan se transforman en riqueza, baño de oro que cubrirá a los que quedan; pero, ese paisaje de viñedos una vez quemados, destoconados ¿Dónde dejará sus colores, su estructura, su peculiaridad? ¿Dónde quedará su memoria, su recuerdo, su alma? ¿A dónde emigrará? El recuerdo de aquella mañana en que madrugando, recibimos su color cárdeno, ¿cómo volverá a nosotros?.

Este desastre paisajístico se está produciendo al tiempo que se sufren las consecuencias de la entrada en el Mercado Común, ya lejana, en unas condiciones mal negociadas para el agricultor y peor para el gallego: baja la leche, sobran vacas, grano, vino, y sobre todo manos.

Yo me decía hace tiempo: bueno, no dramaticemos sobre el lobo-mercado feroz, porque el paisaje aún puede ser nuestro recurso más abundante, el menos explotado; y la gente, tanto la de dentro como la de fuera, ya demanda calidad en su entorno y además en su ocio. El paisaje puede ser una potencial mercancía a vender con bajo coste para nosotros (consumir paisaje no supone deterioro ni destrucción de nada, es como oír la radio) y puede ayudar a estructurar un turismo rural que es la única perspectiva de muchas de nuestras comarcas.

Generalmente calidad de paisaje indica calidad ambiental y ésta se revela como un importante recurso monetario del futuro, dinamizador de economías

El Convenio Europeo del Paisaje, que entró en vigor el 1 de marzo de 2004, ya aboga por la protección, gestión y ordenación de los paisajes europeos, pero va muy lenta su aplicación.

Porque, además, el paisaje es un recurso socioeconómico ligado a su calidad y singularidad, y el agricultor, al margen de las decisiones de los ministros europeos del ramo debe diversificar sus rentas. Algunos hombres del campo ya han comprendido que su futuro depende, en parte, de la conservación y manejo de su paisaje, bien tan útil y escaso (en calidad) como el agua clara, el aire limpio, las playas acogedoras, etc. A otros muchos, a los que viven de todo eso que la Comunidad no quiere, habrá que decírselo.

Generalmente, podría decir siempre, calidad de paisaje indica calidad ambiental y ésta se revela como un importante recurso monetario del futuro, dinamizador de ciertas economías. Ubicación de viviendas, empresas o industrias punteras no buscan únicamente lugares accesibles, ni proximidad a materias primas, ni siquiera bajos costes si no, y sobre todo, calidad del medio ambiente, calidad del paisaje.

No es que “por ahí fuera" no tengan paisaje (no tienen tanto ni de tanta calidad, que me perdonen) es que en gran parte de Europa, por ejemplo, da lo mismo el paisaje de aquí que el de 100 Km. más allá. Además, en muchos de estos países densamente poblados cambian de uso grandes superficies, con la consiguiente alteración, cuando no deterioro, que ello supone en un primer momento, por no decir para siempre, dado el carácter de difícil reversibilidad de este recurso tan frágil.

No quiero que se deduzca que el paisaje siempre es intocable, ya que en ocasiones la huella humana lo enriquece y ante todo el espíritu lo recrea

No quiero, tampoco, que se deduzca que el paisaje siempre es intocable, ya que en ocasiones la huella humana lo enriquece notablemente y ante todo el espíritu lo recrea, pero tampoco debemos ignorarlo en las grandes actuaciones por abundante. Se tratará de respetar su significado, de utilizarlo conforme a la aptitud del mismo, estudiando diversas alternativas de actuación y seleccionando siempre la que produzca menor impacto.

El aprecio por el paisaje puede ser síntoma de madurez, de que vamos adelantando en entender lo que es calidad de vida, y a ello nos ayudaría mucho la consideración de que para disfrutar del paisaje no hace falta ser dueño de la "parcela". Ya lo dijo el poeta: "Cleón" posee ciertamente fanegas, pero el paisaje es mío". Y la emoción también, no es cosa de despilfarrarlos.

El que conserva, debería "cobrar"

Y, finalmente, habrá que convencer a los propietarios y conseguir de la administración que, en lugar de una ínfima parte de las rentas directas, les van a llegar otras por el mero hecho de mantener el bosque. Si se amenaza con "el que contamina paga" ¿por qué no se promete "el que conserva cobra" y, por tanto, una rentabilidad inducida por la simple existencia del monte? Ello no significa "no hacer nada", sino una exigencia de buen manejo. Esto, en vez de inquietar a los gobiernos, puede ser una oportunidad, un grano más para el bolsillo de los que deben quedar en el agro para que pueda haber ese imprescindible equilibrio territorial, del que tanto se habla: El hombre rural guardián de la naturaleza.

Si se quiere algo menos altruista ¿por qué no menos aerogeneradores, que también agraden el bosque, y más biomasa, que lo limpia? Quizá así evitemos que mucha gente vea el bosque como algo hostil, de lo que hay que huir, o algo inútil que hay que quemar.

Y ya es hora de que lo sepamos: el bosque no existe porque sí, es preciso un decidido propósito de conservarlo, incluso por parte de "los que no podemos hacer nada", porque sea de quien sea la culpa, a todos nos debería avergonzar lo que está pasando.

Sería triste que a los pobladores de este principio de siglo, con tantas hazañas a nuestras espaldas, nos tuviesen que recordar como “los quemadores del bosque”.

PD:¿ y si encargásemos de su cuidado y custodia a los que saben del monte?

                        

*Teresa Villarino Valdivielso es Dra. Ingeniera de Montes, profesora de la Universidad Politécnica de Madrid y miembro del Comité de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible del Instituto de Ingeniería de España.

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