Se cuenta de Mayer Amschel Bauer, fundador de la dinastía Rothschild, que un día recibió en su casa del Judengasse de Fráncfort la visita inesperada del príncipe de Thurn und Taxis, dueño entonces del monopolio sobre el correo. Como el dueño de la casa se encontrara atareado en su escritorio de espaldas a la entrada, pidió educadamente al visitante que se acercara sin miedo: “Tráigase usted una silla”. Tras unos segundos de expectante silencio, el visitante aclaró: “¡Soy el príncipe de Thurn und Taxis!” A lo que el banquero replicó: “Muy bien, entonces tráigase usted dos sillas”. El poderío de la casa Rothschild estaba entonces en sus inicios, pero la anécdota revela la relación de poder existente entre el noble arruinado que vive del crédito y el plebeyo judío que dispone del dinero que todas las casas reales europeas precisaban para funcionar. Cuentan también que el viejo Rothschild aprendió de Thurn und Taxis el valor de la información rápida y precisa, lo que le llevó a establecer su propio servicio de correo. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, la iniciativa le reportó una auténtica fortuna en la bolsa de Londres donde ya operaba su hijo Nathan, que supo sacar buen provecho de una noticia que los demás ignoraban.
De Juan March Ordinas, el hombre más rico de España durante casi un siglo, cuenta Ramón Garriga una anécdota ocurrida en 1932. Con el mallorquín preso en la cárcel Modelo de Madrid por orden del Gobierno republicano (la frase "O la República somete a March o March someterá a la República" de Jaime Carner), la Navidad de aquel año se presentaba más bien chunga para él y demás reclusos. Pero dada la categoría del interno, a nadie extrañó que la víspera de Nochebuena a las puertas de la cárcel llegara una camioneta del hotel Palace cargada con un gran surtido de comestibles y vinos de la mejor calidad. Por la Modelo se extendió como la pólvora la autoría de tan espléndido regalo. No podía ser otro. Pero pasado el aluvión de agradecimientos, March se apresuró a pedir explicaciones al gerente del hotel, del que era uno de sus mayores accionistas. Porque él no había dado orden alguna para tamaño dispendio. “No he hecho otra cosa que obedecer lo que usted me ha ordenado en su carta”. Con la misiva en la mano, el mallorquín se mostraba perplejo: “Juraría que esta es mi firma, aunque yo no he firmado ninguna carta”. Pero en lugar de mostrar su enfado, el millonario decidió aprovechar la estafa de la que había sido objeto para ganarse las simpatías de los reclusos y expandir su fama de mecenas dispuesto a hacer felices a tantos humildes en ocasión tan entrañable.
Una norma del clan Rothschild prohíbe utilizar el nombre de la saga para posicionar negocios, a menos que vaya acompañado de alguna otra referencia
La prensa francesa se ha hecho eco estos días de la guerra que acaba de estallar en la rama gala de la casa Rothschild. Benjamin, al frente de Groupe Edmond de Rothschild, no ha visto con buenos ojos la creación del banco de negocios Groupe Rothschild, o simplemente “Rothschild”, por parte de su primo David. Y es que una norma del clan prohíbe utilizar el nombre de la saga para posicionar negocios, a menos que vaya acompañado de alguna otra referencia. También prohíbe la competencia entre miembros de la familia. Pues bien, resulta que a través de su filial Paris Orleans, Groupe Rothschild está compitiendo a cara de perro con el Groupe Edmond Rothschild, especializado desde siempre en la gestión de patrimonios. En realidad lo que está en juego es la decisión de David de posicionarse como el único heredero legítimo de James Rothschild, el fundador de la rama francesa. Hace escasas fechas, Carlos March Delgado, 71, presidente de Banca March y copresidente de Corporación Financiera Alba, anunció su decisión de abandonar en julio la presidencia ejecutiva de la banca mallorquina para posicionar en el cargo a su hijo Carlos March de la Lastra. La cuarta generación del apellido se hace cargo de las riendas del imperio. Y, a diferencia de los Rothschild galos, lo hace en plena armonía familiar.
Todo para la familia. Y todo dentro de la familia, como ordenan las cláusulas del testamento redactado por Mayer Amschel poco antes de su muerte, sobre la forma en que debían regirse los negocios familiares: “Todos los puestos clave deben ser ocupadas por miembros de la familia (1), y en los negocios solamente pueden participar los miembros de la familia varones (2)”. El tercer mandamiento aludía a que “el hijo mayor del hijo mayor debe ser la cabeza de la familia”. Y el cuarto, en fin, recomendaba “ninguna auditoría jurídica o publicación de los bienes de la familia”. Asombrosas las similitudes que podrían establecerse entre Rothschild y March, las dos grandes fortunas europeas del siglo XX, empezando tal vez por el probable origen chueta de Juan March. Riquísimos hasta la exageración, ambos apellidos tuvieron participación estelar en acontecimientos históricos de su época (la batalla de Waterloo, la construcción del Canal de Suez, la entrada del primer judío ennoblecido en la Cámara de los Lores, en el caso de los Rothschild; el decisivo soporte financiero otorgado a la sublevación de Franco en 1936, o aquel último gran negocio que fue la apropiación de la Barcelona Traction, en el de March), y ambos trataron con denuedo de ganar la respetabilidad a la que aspira siempre el gran dinero cuando llega a la cima, en general a través de la filantropía y el arte.
Sin conseguirlo nunca del todo. “Son los habituales judíos ignorantes de aspecto respetable, pero tienen un instinto notable para elegir lo correcto y, entre dos cosas correctas, la que más les conviene. Son la gente más rica de Europa”, escribió el secretario de Metternich tras la muerte de Mayer Amschel en 1812. Mucho tiempo después, Joseph Pérez, en su libro Los judíos en España (Marcial Pons), describe a los Rothschild como “el símbolo vivo del judaísmo cosmopolita, apátrida, capitalista, causa y beneficiario de la miseria del pueblo llano”. Huelga a estas alturas aludir a lo mucho que se ha escrito sobre el origen de la fortuna de los March, resumido en el famoso libro de Manuel Benavides ('El último pirata del Mediterráneo') convertido casi en contraportada del apellido. Trabajos más recientes, alguno tan estimable como el de Mercedes Cabrera –Juan March (1880-1962), Ed. Marcial Pons- han venido a aportar nuevos perfiles, menos sesgados, sobre la vida del millonario mallorquín, "un hombre de negocios absolutamente fuera de la mediocridad habitual", en opinión de Josep Pla.
La austeridad de Juan; la elegancia y refinamiento de Carlos
Tal vez sea esa la causa de la discreción –en las antípodas del siempre lujoso, a menudo excéntrico estilo de vida de algunos Rothschild- de la que sus herederos han hecho siempre gala, discreción llevada casi al paroxismo en los últimos 15 años. En el mundo del periodismo se ha convertido en un clásico comentar el curioso trabajo de los responsables de comunicación del Grupo March, consistente en lograr que sus jefes salgan lo menos posible en prensa. Ese retraimiento llega a tal punto que Juan March Delgado, 76, nieto del fundador (austero donde los haya, testigos presenciales en los ochenta cuentan que cuando volaba a Nueva York solía comprar dos billetes de primera clase para que nadie le molestara y embarcar con los alimentos que iba a consumir durante el vuelo, amén de su propio vino, de modo que cuando le apetecía cogía su táper con el cocido y lo pasaba a la azafata para que se lo calentara; cualquier cosa antes de zamparse la comida de a bordo, aunque fuese la de primera), podría pasear tranquilamente no ya por la Gran Vía madrileña sino por su Mallorca natal sin que nadie lo reconociera. Cosa distinta es su hermano Carlos, elegante y refinado, con ese punto de sofisticación que otorga el gran dinero, cuya presencia en la vida pública durante los primeros años de la Transición (la fracasada Operación Reformista, que financió; su impulso al IEE; su presencia en la Trilateral; su relación con la universidad de Columbia, etc.) fue relativamente importante, hasta ir desapareciendo para convertirse en lo que es hoy: casi una sombra en el panorama público español.
Liberales en lo ideológico, los March han estado siempre más cerca del socialismo de un Felipe González que del conservadurismo de un Aznar, posicionamiento que nadie sabrá si fue causa o razón de la estrecha relación de amistad que unió a Carlos con Polanco
Liberales en lo ideológico, los March han estado siempre más cerca del socialismo de un Felipe González que del conservadurismo de un Aznar, posicionamiento que nadie sabrá si fue causa o razón de la estrecha relación de amistad que unió a Carlos con Jesús Polanco, del que los hermanos fueron socios en Sogecable. En realidad, sentirse protegidos por “el cañón Bertha” de don Jesús les ha permitido mirar con displicencia a los Gobiernos de turno durante la Transición. Más que un Gobierno, don Jesús del Gran Poder era ordeno y mando en estado puro. Nada se podía publicar en El País que contuviera el apellido March sin el visto bueno de la superioridad. Para un hombre exquisito como Carlos, capaz de mantener en su finca de Altarejos, sierra norte sevillana, un jardín de 10 Ha. donde cultiva con primor miles de plantas y flores aromáticas, un tipo culto y leído, al corriente de las corrientes artísticas del momento, un rico sofisticado para quien hablar de dinero es cosa de mal gusto, acostumbrado a codearse con la crème de la sociedad europea, la sequedad de trato de un conservador de provincias como Mariano Rajoy tiene necesariamente que producirle erisipela.
Gente de pocos amigos. Tras la desaparición de Polanco, la relación con Prisa se ha enfriado mucho. Estrecha la que Carlos mantiene con Leopoldo Rodés, guardián de algunos de sus secretos, y más trivial la que le une a gente como Juan Abelló, un imitador en lo que a coleccionismo pictórico se refiere. Ricos, con una vertiente ecologista clara y no impostada. En el sur de Mallorca, en Ses Salines, con la celebrada playa de Es Trenc, la familia mantiene un montón de hectáreas casi vírgenes que otros menos escrupulosos hubieran llenado de hoteles para turistas del todo a 100. Ecologistas cultivados, siempre tan educados como distantes, con la vanidad de aquel Rousseau capaz de escribir "me siento demasiado superior para el desprecio" o "me quiero demasiado como para odiar a nadie". “He visto a más de un alto ejecutivo suyo equivocarse con ellos", cuenta alguien que trabajó en Banca March, "porque, es verdad, les trataban como amigos, volaban con Carlos en su avión privado, cenaban con Carlos, incluso compartían confidencias con su mujer… Pero no, a la hora de la verdad se daban cuenta de que no eran sus pares, no eran considerados iguales, sólo eran sus sirvientes”. Lo advirtió una vez Amusátegui a uno de sus hombres en el Hispano: “El presidente te da toda la confianza para que no te la tomes…” Y es que en España no es lo mismo un rico que uno que ha hecho mucho dinero. Quien se ha enriquecido de golpe nunca será un rico-de-toda-la-vida, nunca podrá ser considerado uno de los nuestros, los que hemos vivido en palacios, asistido a operas, cenado con primeros ministros, pagado 20 millones de francos suizos por un cuadro en Sotheby’s…
Silencio y discreción a ultranza. Y un ojo muy pegado siempre sobre los negocios, con el mandato cuasi místico de “conservar la herencia recibida y tratar de incrementarla” sobre la regla de oro de la prudencia. Siendo esto así, la fortuna del viejo March Ordinas (gran parte en lingotes de oro puro –el amor al metal era también notorio en los primeros Rothschild-), la séptima del mundo al decir de algunos, debe seguir siendo de lejos la primera de España, con permiso de Amancio Ortega, aunque ese su perenne secretismo no permita advertir signos externos suficientes para sostenerlo. Cuentan que tanto Juan como su hermano Carlos se ríen mucho cuando ven los rankings de Forbes con los nombres de los más ricos del mundo. Ocurre que la familia, como hiciera el viejo Emilio Botín Sanz de Sautuola, puso a buen recaudo en los años setenta, cuando la salud de Franco empezó a flaquear, una fortuna que en buena parte ya estaba fuera.
Lavar imagen a través del mecenazgo
El valor liquidativo de los principales activos del grupo, la Banca March por un lado y la joya de la corona, Corporación Financiera Alba, por otro, más las propiedades inmobiliarias y las colecciones de arte, podría cifrarse en torno a los 15.000 millones, aunque probablemente esta sea la propina de una fortuna cuya parte del león está distribuida por el mundo desde los años en que March Ordinas mantuvo relación con el gran capital europeo de mediados del siglo pasado. Hoy la Banca March, un juguete en comparación con Santander, ocupa sin embargo el primer lugar en el ratio de solvencia (Tier 1 del 27%) entre toda la banca europea, de acuerdo con los famosos test de estrés auspiciados por la EBA, frente a 9% del Santander. Al frente de esa nave está a punto de situarse un miembro de la cuarta generación, un March de la Lastra, 42, cuyo reto consistirá a partir de ahora en apaciguar las tensiones que puedan surgir entre primos, que no ya entre hermanos.
¿En qué medida han contribuido los March a eso que se ha dado en llamar “hacer país”? La aproximación a los negocios del fundador de la dinastía no fue muy distinta de las de los magnates de la industria norteamericana que, después de la guerra civil, crearon las grandes corporaciones del acero, los ferrocarriles, la banca y el petróleo, haciendo de la ley papel mojado las más de las veces. Casi todos, sin embargo, caso de Andrew Carnegie y su célebre artículo “Wealth”, trataron de justificar su conducta y embellecer su biografía a través del mecenazgo, devolviendo a la sociedad parte de sus inmensas fortunas a través de fundaciones de diverso tipo, incluidas las culturales, porque solo así evitarían morir “unwept, unhonoured, unsung”. Algo parecido hizo el tycoon mallorquín con la creación de la Fundación Juan March, a la que dotó con 2.000 millones de pesetas para la defensa de la cultura, en un intento, quizá desesperado, de ser juzgado por la historia como un filántropo y no como un contrabandista. Sea como fuere, la Fundación March ha distribuido desde entonces ingentes sumas de dinero en becas, ayudas a la investigación y estancias en el extranjero para no pocos intelectuales, escritores, científicos y artistas, en una labor de innegable importancia en el erial cultural que ha sido España antes, durante y después del franquismo. ¿Ha sido ello suficiente para lavar y embellecer su figura, o simplemente se trataba de mantener ese “recuerdo perenne de su memoria” que en su lecho de muerte pidió a sus hijos Juan y Bartolomé? La vida y obra de Juan March sigue sumida en la leyenda.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación