Análisis

Mariano quiere gobernar un par de años más

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy.

Lo de Rajoy del jueves fue casi una obra maestra. Marianismo en estado puro. Acudió el virrey a palacio en último lugar, después de que los líderes de PSOE, Podemos y Ciudadanos hubieran consumido horas de pantalla en farragosas conferencias de prensa, y a eso de las 7,30 de la tarde compareció en televisión para dar la buena nueva de que, a petición del Rey, pero solo porque el Rey me lo ha pedido, asumía el reto de intentar la formación de nuevo Gobierno, aunque sin despejar la incógnita de si finalmente se someterá o no a la investidura. Puede que sí o puede que no. Y allí fue Troya, particularmente en las filas de un PSOE indignado hasta el aspaviento, que de pronto se veía burlado, arruinada la estrategia de Pedro Sánchez y su guardia de corp. ¿Y cuál era la secreta pretensión socialista? Pues convertir la sesión de investidura de Rajoy Brey en una batida, una corrida con picadores en la que el líder popular tomara al menos tres puyazos en el morrillo en el tercio de varas, de modo que, maltrecho y desgastado, saliera del lance sangrando hasta por los zancajos, un episodio tras el cual el bello Sánchez pensaba lanzarse en picado a la formación de un nuevo Gobierno de izquierdas con Podemos, PNV, Convergencia y ERC, para plantarse ante el Comité Federal del PSOE con un mensaje muy simple: esto o terceras generales. Lentejas. Tal sigue siendo la ensoñación suicida en la que navega el líder socialista.  

Pero Mariano, que no se ha bajado del coche oficial en su vida y se las sabe todas, dio esquinazo a los de Ferraz con ese ejercicio consumado de sí pero no o todo lo contrario. El Hernando socialista, cabreado hasta el ridículo, llegó a calificar de “anticonstitucional” la posibilidad de que un Rajoy sin apoyos bastantes rehúse someterse a la corrida en pelo que supondría esa investidura fallida, aunque en ningún párrafo del texto constitucional se le imponga esa obligación, ni a él ni a ningún ciudadano español. Y ahí estamos, treinta y tantos días después de las generales del 26 de junio, empantanados, encerrados en el callejón sin salida de unos líderes que se detestan sin pretender siquiera ocultarlo, empeñados en anteponer sus intereses personales y de partido a los generales de los españoles, con heridas pendientes tan sangrantes como la abierta por el separatismo catalán. Mientras cantan las cigarras al calor del verano, Juan Español no deja de preguntarse, perplejo, qué demonios pretenden éstos que dicen representarle, en qué aventura loca andan embarcados, a qué juegan, incapaces como son de sentarse a negociar una salida racional y patriótica en momento tan delicado para el país.

Ahí estamos, treinta y tantos días después de las generales del 26 de junio, empantanados, encerrados en el callejón sin salida de unos líderes que se detestan sin pretender siquiera ocultarlo

Es la consecuencia de la dictadura de partidos en que se ha convertido la democracia española. Es la crisis de unos partidos transformados en máquinas de poder personal donde el líder de turno, con o sin primarias de por medio, controla todos los resortes del poder de modo que, más que un partido supuestamente democrático dirige un grupo de presión, una especie de negocio personal con poder ilimitado y sin necesidad de dar cuenta a accionista ni consejo de administración alguno, porque todos sus potenciales oponentes se han ido quedando por el camino, muertos en la cuneta. “El Estado de Partidos es una forma oligárquica de gobierno en la que unas pocas formaciones acumulan el poder en detrimento de la libertad, la calidad democrática y la representación. Se caracteriza por la deficiente separación de poderes, escasa representatividad y una más que holgada financiación pública, lo que les convierte en órganos funcionales del Estado. La corrupción es un síntoma, una resultante del pobre funcionamiento  de los controles y la división de poderes” (Guillermo Gortázar en su más que interesante ensayo “El salón de los encuentros”, Unión Editorial).

Es omnímodo el poder de Rajoy en el PP, pero también lo es el de un Sánchez en el PSOE cuyo currículum no exhibe otros éxitos que el haber sufrido sucesivos reveses electorales que han dejado al socialismo con 117 diputados menos de los obtenidos por Felipe González en 1982. Ese férreo control personal que ejercen opera como escudo protector de sus intereses privados e impide desatascar situaciones de bloqueo institucional como la que ahora enfrentamos. La diferencia con lo ocurrido en Gran Bretaña es deslumbrante. Dimite allí el primer ministro Cameron tras el fiasco del Brexit y 24 horas después un nuevo líder se instala en el 10 de Downing St. y forma Gobierno, sin que aparentemente se resienta el funcionamiento de las instituciones. Aquí, han transcurrido siete meses y once días desde el 20D y don Mariano pide más tiempo al Rey para… ¿para qué? Es evidente que un gesto personal, un rasgo de grandeza que le llevara a echarse a un lado para posibilitar la formación de Gobierno a otro líder popular conseguiría desbloquear la situación de forma casi automática, entre otras cosas porque esa dimisión llevaría aparejada la de su hermano siamés en el PSOE, pero esa es pretensión implanteable en la dictadura de partidos que sufrimos, y mucho más tras los resultados del 26J.

¿Sin Gobierno hasta mediados de 2019?    

De modo que don Mariano sigue a lo suyo, toreando a Pedro, ¡grande Mariano!, tranquilamente apoyado en el quicio de Moncloa esperando que el gentío venga a ofrecerle la gobernación en bandeja de plata como antaño el aparcero acudía a ofrecer al rico hacendado los primores de la cosecha o la mejor pieza de la matanza del gocho. Mariano se sorprende al ver la calle desierta y de cuando en cuando se asoma a la ventana blandiendo amenazador el as de bastos de esas terceras generales que tanto todos dicen temer. Además, hace llamadas perentorias a los financiadores de Albert para que le presionen y predispongan al pacto. “Le hicimos una oferta que no podía rechazar” (Michael Corleone). Dice Mauricio Casals en La Razón que en esa eventualidad el PP podría irse hasta los 143 diputados. Teniendo en cuenta que todavía le faltarían 33 para llegar a los 176, el gallego necesitaría solo 5 elecciones generales más para alcanzar esa mayoría absoluta que le permitiera gobernar sin necesidad de verle la jeta a Sánchez ni de encajar los reproches de un imberbe como Rivera. Siguiendo con el cálculo, y a dos elecciones generales por año, podríamos tener al fin Gobierno en torno a junio/julio de 2019 si las cuentas, un poco a vuela pluma, no me fallan. ¿Todos calvos?

El país no puede permitirse en las actuales circunstancias seguir sin Gobierno, y eso lo sabe mucha gente en el PP, en el PSOE y en C’s

Es evidente que esta es apenas una broma construida sobre el absurdo de la situación. El país no puede permitirse en las actuales circunstancias seguir sin Gobierno, y eso lo sabe mucha gente en el PP, en el PSOE y en C’s. Asumiendo que las culpas están muy repartidas y que resultaría muy difícil, adhesiones ideológicas al margen, dilucidar quién es el primer responsable del desaguisado, es también evidente que Mariano Rajoy, como líder del partido más votado, está obligado a bajar a la arena en algún momento y exponer con hechos, no con simples palabras, las concesiones que está dispuesto a hacer, las reformas que no abordó con mayoría absoluta y que ahora está resuelto a pactar con el grupo que lidera Rivera para hacer posible un Gobierno estable que, partiendo de los 169 diputados suma de ambos grupos, pudiera contar en su momento, tras las autonómicas vascas, con el respaldo parlamentario del PNV y de la minoría canaria: 176 diputados.

Es la única solución medianamente liberal que cabe imaginar. La pretensión de gobernar con 137 escaños, pagando además al PSOE el peaje de su abstención en la investidura, se antoja una quimera que conduciría a una pronta disolución de las Cortes y a nuevas generales. Naturalmente esa fórmula reclama un papel activo de Rivera y su grupo, alejado del dandismo diletante en que parecen haberse instalado. Querido Albert: Quienes te dimos el voto el 20D y perseveramos en la decisión el 26J, seguramente no volveríamos a hacerlo en caso de unas terceras generales, porque ello supondría haber tirado a la basura los 3,2 millones de sufragios que recibiste con el mandato de mejorar la calidad de la democracia española. El centro derecha moderado que se niega a votar PP ni siquiera con la nariz tapada, ha depositado en ti una confianza que quiere transformada en reformas democráticas; queremos que obligues a Rajoy a hacer lo que de buena gana jamás haría, de modo que puedas “vender” después a la opinión publica algo tan sencillo de entender como que, sin la participación activa de C’s, España seguiría chapoteando en la ciénaga de la corrupción. Remedando a la Thatcher, “se trata de ejercer liderazgo, no de hacer seguidismo”. Porque seguidismo es lo que haces dejándote comer la oreja por tus periodistas de cámara, dos señoritos que amenazan conducirte por la senda de perdición por la que llevaron a los respectivos periódicos que dirigían. ¿Es tan difícil de entender, Albert? 

Borrachera de gasto público

Imposible contar con el PSOE actual en la terea de consolidar el crecimiento y la creación de empleo, condición sine qua non para abordar no solo las reformas democráticas sino para alumbrar una salida al problema catalán. Imposible pedir responsabilidad a un líder empeñado en ocupar el espacio de la izquierda populista que hoy detenta Podemos. La descripción de las líneas maestras del programa socialista realizada el jueves por el propio Sánchez es para poner los pelos de punta. “Queremos cambiar la reforma laboral, recuperar la universalidad de la sanidad pública, activar de nuevo la Ley de Dependencia, acabar con la LOMCE, dar un ingreso mínimo vital para los 720.000 hogares que ahora mismo no tienen ningún ingreso, luchar contra la pobreza energética y la pobreza infantil, restituir muchos de los derechos laborales perdidos por la clase trabajadora durante estos años…” Borrachera de gasto público y más poder para los sindicatos. Un auténtico dislate, que explica la encrucijada de un PSOE desnortado al mando de un tipo ante quien Rodríguez Zapatero parece un benefactor de la humanidad.

La paradoja española sigue presentando perfiles que cabe adjetivar de deslumbrantes: el país camina en el filo de una navaja que conduce al desastre o a la gloria. El desastre de un encanallamiento de las posiciones que impidieran la formación de Gobierno. Además de la congelación de importantes fondos estructurales, España se expone a sufrir una multa, distinta a la “perdonada”, de 5.000 millones (el 0,5% del PIB), si el 15 de octubre próximo no es capaz de remitir a Bruselas unos PGE con las condiciones impuestas por la Comisión para llevar el déficit público al 3,1% del PIB en 2017. Más grave, más irresponsable aún, sería poner en peligro el crecimiento y la creación de 400.000 nuevos empleos en el próximo ejercicio, perdiendo la oportunidad de convertir España, como está ocurriendo con el turismo, en país refugio de la inversión extranjera. El desastre o la gloria. El éxito o el fracaso. La solución depende de que C’s, tras un acuerdo de Gobierno que obligue en firme al PP, apoye la investidura de Rajoy forzando la abstención del PSOE. La alternativa se llama nuevas generales. Mariano quiere gobernar un par de años más antes de echarse a un lado y ceder los trastos a un nuevo líder popular. Lo sabe su familia, la vicepresidenta Soraya, la presidenta del Congreso y algún que otro ministro. Por esa rendija podría colarse el acuerdo. La pelota, en el tejado.   

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