Análisis

Mario Conde y el precio del pasado

La memoria como cilicio es recordar que, en honor de Mario Conde, sonó el Gaudeamus y el Laudatio, que fue investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense en un acto presidido por el propio Rey.

23 años después de que estallase el caso Banesto y 11 años después de que abandonase la cárcel tras darse por cumplidos los 20 años de prisión impuestos por el Tribunal Supremo en 2002, Mario Conde ha vuelto a ser detenido. Esta vez por supuestos delitos de blanqueo de capitales y falsedad, entre otros, al parecer a cuenta del trajín que el exbanquero se traía con los dineros sustraídos entonces.

Conde, antes que delincuente de cuello blanco, es el paradigma de aquella España de los 90 que pudo ser un gran país, moderno, próspero y confiable, y que al final se quedó en un paisito lleno de zonas de sombra donde los espabilados hacen negocios. Es el icono de aquella España “burbujista”, la que, al olor del dinero, decidió tirarse en plancha y dejar en la cuneta el pesado equipaje del mérito y el esfuerzo, la que se echó al monte en busca del pelotazo. Ese país europeo de las oportunidades, que decía Carlos Solchaga, donde era fácil hacerse rico y en el que sólo los tontos no se forraban.

La memoria como cilicio es recordar que, en honor de Mario Conde, sonó el Gaudeamus y el Laudatio, que fue investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense

La memoria como cilicio es recordar que, en honor de Mario Conde, sonó el Gaudeamus y el Laudatio, que fue investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense en un acto presidido por el propio Rey al que acudieron las máximas autoridades españolas. Un galardón que, como recordaba en su día Noceda, había estado reservado a investigadores y científicos, pero que los nuevos vientos, que soplaban con fuerza, pusieron a los pies de unos banqueros que, con una OPA y un puñado de operaciones, más o menos aseadas, multiplicaban los panes y los peces para que la fiesta no terminara. De esos polvos, estos lodos. De aquella España desmelenada, por más que el icónico Conde apareciera siempre engominado, hemos llegado a la de la incertidumbre.

En pleno esperpento parlamentario, con los líderes, viejos y nuevos, dedicados en cuerpo y alma a asegurarse su trozo de Poder, mientras en el horizonte despuntan los nubarrones del déficit, la corrupción y el nacional-populismo, Conde vuelve a copar las portadas como si el tiempo se hubiera detenido y la parálisis política no fuera más que la justa penitencia de un país atrapado en los desatinos de las élites y, también, los de una sociedad que reproduce idénticos vicios a menor escala.

Pero Mario no está sólo en ese espacio reservado al escándalo con el que los españoles nos desayunamos todos los días. También hoy hemos sabido que José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo en funciones, aparece en la documentación sustraída al despacho panameño Mossack Fonseca: los llamados “Papeles de Panamá”. Será que Conde es mucho Conde, o que Soria es poca cosa a pesar de ser ministro, porque el exbanquero se ha llevado todas las portadas y las guantadas hasta bien entrado el mediodía, mientras que del ministro no se sabía nada. ¿Casualidad o proverbial oportunismo? Que cada cual haga sus conjeturas. Sea como fuere, lo que debería preocuparnos es que la vuelta del exbanquero a los titulares sea algo más que un déjà vu y que la España de 2016 se parezca demasiado a la de entonces. Quizá si los tribunales hubieran aplicado el mismo rasero a todos los delincuentes de cuello blanco, España sería hoy un país muy distinto.

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