España, empecemos por lo obvio, es la campeona del Mundo. La definición queda escasa, porque haber emparedado ese honor entre dos títulos europeos la convierten en algo más, en uno de los mejores equipos de siempre, quede a gusto del consumidor la posición concreta.
España es, o ha sido, un gran orgullo para una mayoría de su población. Cosas del fútbol, que aunque algunos se dediquen a desacreditarlo desde un punto de vista intelectual, es un pegamento tremendo y un motivo de alegría. Del Bosque, antes de la final de Sudáfrica, le repetía a los suyos que no se lo tomasen a la tremenda, que ellos no iban a solucionar los problemas del país, sino a jugar un partido de fútbol. Cierto es, pero no lo es menos que, entre tanta penuria, una victoria deportiva es algo más que un espejismo.
España ha tenido una forma concreta de juego. La posesión del estilo es indudable, la bondad del mismo, su superioridad per se, es otra cosa. En varios análisis previos de este Mundial consultados en medios extranjeros se habla de la Roja como un equipo aburrido por su centrocampismo, por lo extremo de la propuesta. Hay en el entorno de la selección, incluso en algunos miembros del mismo como Xavi, una tendencia a despreciar todo aquello que no se encuadre en los parámetros que han hecho grande al equipo. El éxito ha sido indudable, pero mal haríamos en aceptar que sólo se puede jugar de un modo a un deporte tan variado como es el fútbol. Se puede hacer muy bien de otras maneras, hay docenas de equipos victoriosos (y muy vistosos) que lo han conseguido y que no pueden ser despreciados, aunque sea porque la memoria guarda grandes recuerdos de algunos de esos equipos.
España no ha sido un ejemplo para la sociedad, por más que se repita. Evidentemente, De Jong iba de naranja, pero no todos los jugadores del equipo han tenido unas carreras irreprochables en lo que a comportamiento se refiere. Todos hemos visto a Jordi Alba o a Busquets fingir, a Xabi Alonso pegar, a Xavi quejarse de todas y cada una de las faltas que señalaba el árbitro. De los que no están, Arbeloa ha reconocido recientemente que él no es ningún ejemplo para nadie, algo que Diego Costa bien podría hacer suyo. Sergio Ramos, con un ratio de expulsiones alarmante, tampoco se ha cortado nunca en un terreno de juego.
Cierto es que el seleccionador actual, Vicente del Bosque, habitualmente mantiene la calma por encima de todas las cosas y siempre se ha mostrado colaborador y amable, del mismo modo que jugadores como Iniesta o el retirado Puyol nunca han salido de una conducta impecable. Hay, como en todos los equipos de todos los tiempos, un poco de todo. En ocasiones dotamos a la victoria de algunos matices que no tiene, ganar hizo a España la mejor del 2010 (y del 2008, y del 2012, esperemos que también del 2014) pero no la convirtió súbitamente en un grupo de sanos muchachotes, ni en un grupo unido contra la adversidad ni en tantas otras cosas que se añadieron a una victoria y que sólo eran medias verdades.
España ha sido un excelente equipo defensivo. En las tres competiciones vencidas por la Roja no hubo un solo cruce en el que el equipo encajase un gol fuera de las tandas de penalti. El fútbol tiene estas cosas, la selección que mejor ha defendido es también una de las que mejor ha tratado el balón, nada tiene de casualidad, es muy complicado encajar cuando se tiene siempre el esférico. También es cierto que tener la posesión no ha implicado en muchas ocasiones la eficiencia ofensiva. Hay algunos partidos muy notables en ese sentido, como la final de 2012 ante Italia o la semifinal de 2008 contra Rusia, pero la mayor parte de las victorias llegaron con cierto sufrimiento, resultados ajustados, prórrogas y penaltis.
España es favorita para ganar en Brasil. Tiene que serlo. Se ha permitido el lujo de dejar fuera a gente como Negredo, Navas o Llorente, jugadores sobre los que pivotarían la mayoría de equipos de este Mundial. Tiene centrales de élite, laterales de alto nivel, un centro del campo histórico, delanteros solventes y un portero con ángel. Sí, Brasil juega en casa y ganó en la Copa Confederaciones, pero, hombre por hombre, es complicado afirmar que realmente sea mejor que España. Lo normal es no ganar, porque entran 32 y gana uno, hay demasiadas variables como para que la seguridad exista en nadie, pero si alguien puede ir con la cabeza alta esa debe ser la selección española.
España es el motivo principal por el que muchos se quedarán delante de la tele durante este mes, embobados por el fútbol. Conozco gente a la que no le gusta el deporte, pero ve a al selección porque se ha convertido en un hecho social, en un motivo para quedar con amigos y pasar un buen rato. Una excusa perfecta, suficiente para querer su supervivencia. Que siga la fiesta.
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