El candidato a la investidura se presentó ante la Cámara con el ropaje de la humildad, con la mano tendida hacia sus socios, hacia sus futuros amigos y hasta hacia sus enemigos. "El PP es una herramienta al servicio de la sociedad".
Decían por los pasillos del Congreso que 'este cambio llega tarde", que este Rajoy habría sido necesario en 2011. Eran otros tiempos. En los dos últimos meses se han producido 'cambios relevantes' en la situación política española. Esta fue la única referencia del aspirante a presidente al terremoto que padece el PSOE, el partido que el sábado le permitirá mantenerse en La Moncloa. En su anterior intento de investidura, el líder del PP, convencido de su fracaso, se mostró displicente hasta con sus socios de Ciudadanos. Rozó el desprecio. "Entramos ahora en una nueva etapa", reconoció con insistencia este miércoles. Todo ha cambiado.
Guiños de complicidad
Rajoy hizo guiños en todas las direcciones y tendió la mano cuantas veces hizo falta. Asumió algunos de los aspectos fundamentales de sus acuerdos con Ciudadanos como el modelo educativo, las pensiones, el Pacto de Toledo, el diálogo social, la financiación autonómica. Incluso la corrupción. Ese punto irritante, que tanto le solivianta al presidente del PP, fue la excusa para amagar un mínimo gesto de contrición. "Desde la humildad y el reconocimiento de algunos casos de personas de mi partido", se ofreció a seguir adoptando medidas para atajar esta lacra. "Nadie puede presumir de infalibilidad", reconoció, antes de anunciar que este empeño necesario "no será sencillo".
Discurso sin épica ni timbales, sin trompetería ni palabras mayúsculas. Puro estilo Rajoy. Salvo en la última parte de su intervención en la que se apeó de la apisonadora, de la prepotencia de la mayoría absoluta, del tono displicente de antaño y de la ironía corrosiva y sardónica hacia los rivales que tantos aplausos suelen arrancar en su bancada. Ni una concesión al Rajoy de antaño, seguro, firme y altanero. Incluso le dedicó al PSOE un mensaje afable a la hora de demandar su colaboración: "No se fuerza la voluntad de nadie, nadie tiene que renunciar a sus principios". El diálogo con Javier Fernández y la gestora de Susana Díaz está engrasado. Al menos hasta el sábado. El problema es saber qué pasar a partir de la semana próxima.
Rajoy quiso subrayar sus muestras de brazos abiertos. Se reconoció dispuesto al acuerdo, la cesión, el entendimiento. "El diálogo no es un peaje incómodo", llegó a subrayar, antes de dibujar el horizonte que se nos viene encima: Una nueva era, llena de dificultades y de escollos.
Con 137 diputados, el candidato a presidente, político experimentado, intuitivo y astuto, es consciente de que va a necesitar algo más que buenas palabras y alguna sonrisa para sacar adelante los proyectos fundamentales que necesita nuestro país. Habló incluso del diálogo con la Generalitat en el apartado sobre Cataluña, el principal país que tiene planteado España. La ley, lo primero. Luego, se hablará de lo que haga falta. Los secesionistas catalanes torcieron el gesto ante la cámara. Lo previsto.
Una vez despejados estos meses 'de páramo estéril', la cuestión es redondear alguna fórmula que permita lograr algunas dosis de solidez y estabilidad. De momento, la misión parece endiablada. "No nos podemos apañar con un gobierno efímero", remachó. El PSOE tampoco lo desea. Nadie puede pensar en disolver las Cortes y volver a elecciones el 3 de mayo. Rajoy buscaba aliados, amigos, cómplices y, desde luego, compañeros en este adusto y enrevesado viaje que ahora arranca. La bancada socialista era un espectáculo de odios y rencores. Su travesía del desierto se adivina larga y pesarosa. Rajoy cuenta con el grupo socialista para "ponernos al día cuanto antes" en los asuntos que se han tornado de imprescindibles en urgentes: empleo y Estado de bienestar. Sin olvidar a Europa y sus reclamos. Es tiempo de escuchar, de atender, "de negociar todas las decisiones". Nueva etapa, ¿nuevo Rajoy?
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