El eslogan lleva silenciado semanas. Incluso antes de que se vociferaran los anhelos de grandeza. Los sillones. La vicepresidencia para Pablo Iglesias engalanada con varios ministerios en el gobierno del cambio. Ya no se habla de casta en Podemos. No conviene. Sería incongruente mentar el término cuando sus diputados están ya adosados en el establishment del Congreso. Despachos, asesores, iphones, ipads. De todo ello disfrutan en los entresijos de ese gran plató televisivo en el que se ha convertido la Cámara Baja. Una pasarela que les incomoda si no media una cámara. Por los pasillos del Congreso se mueven como una casta. Siempre en grupo para sentirse protegidos. Con pocas ganas de buscar el mestizaje con el resto de parlamentarios.
Les molestan las críticas. Las preguntas incómodas. Como a todos. Intentan fiscalizar los movimientos a los periodistas por los pasillos que ocupa su grupo parlamentario. Viejos defectos para un partido nuevo. “No podemos parecernos a los partidos de la casta ni en los andares”. La reflexión de Teresa Rodríguez (Público, octubre de 2014) está ya esculpida en lápida de mármol. Divisiones, dimisiones, críticas directas hacia la dirección, entrevistas aireando la falta de democracia interna han explosionado esta pasada semana. Las crisis en Madrid, con nueve salidas de una tacada, Galicia, Euskadi, Cataluña, La Rioja y Cantabria han terminado por romper las costuras de un partido en el que cada vez se hace más difícil la gestión entre Iglesias e Íñigo Errejón. Pese a los guiños de humor, estilo Monty Python, que construyen entre ambos para desmontar sus desavenencias y demostrar que todo son invenciones de los medios.
Con la salida de Juan Carlos Monedero el partido vivió un corrimiento de poder interno
Afines a uno y otro se enfrentan en distintos territorios agrietando un partido con apenas dos años de vida. Con la salida de Juan Carlos Monedero, el cofundador y número 3, en abril del 2015, el partido vivió un corrimiento de poder interno. Entonces, Iglesias comenzó a desplazar a personas afines a Errejón, dirigentes con otra mentalidad de partido diferente a que Podemos tenga una única sala de mandos. El debate se abrió en canal. Siempre silenciado, salvo por algunas rendijas que siempre encuentra Izquierda Anticapitalista para hacerse oír. “Debemos decidir si ganamos con un partido fuertemente centralizado o ganamos con una red de círculos y asambleas bien estructurada, ganamos con líderes o ganamos con multitudes, ganamos con burocracia o con desbordamiento”, repiten estos días algunos de sus dirigentes díscolos. Reflexiones necesarias para definir la identidad política y social de Podemos. Su NORTE. Perdido ahora entre tanta contestación interna entre una pareja que recordaba a la ‘vieja guardia’ del Congreso a los González y Guerra de la primera victoria socialista. Errejón, en el papel de Felipe; Iglesias, en el de Alfonso.
En Madrid, el argumento de los dimisionarios, todos ellos cercanos a Errejón, es la deriva que ha tomado la dirección. En Galicia, sin embargo, se vive un escenario contrario: el secretario general al que se quiere hacer caer, Breogán Riobóo, mantiene una pugna con la cúpula central del partido y los dimisionarios son partidarios de Iglesias. Nueve salidas bastaron para que Riobóo fuera destituido. En Madrid, los críticos necesitan cinco dimisiones más para forzar la renovación. Movimientos que aventuran días de ‘movida madrileña’. Sin Tierno Galván pero con una Manuela Carmena cada vez más desinhibida en la crítica a Iglesias por no facilitar un gobierno de progreso con Sánchez al frente.
Días turbulentos como los que lleva viviendo Riobóo. “Me quitaron de en medio por ser una persona democrática que respeta las decisiones que se adoptan colectivamente”, explicaba el dirigente gallego esta semana en una entrevista en este medio. “En la asamblea fundacional de Vista Alegre”, proseguía, “yo defendí un proyecto organizativo distinto del que defendía Pablo Iglesias. Podemos está en una tesitura en la que el mayor riesgo es que los cargos institucionales dominen la estructura del partido y nos convirtamos en otro partido más de los muchos que hay, y así no conseguiremos los objetivos que nos hemos planteado. Somos una organización muy plural y diversa y queremos que esa pluralidad esté garantizada en los órganos de dirección, cosa que hoy no ocurre”.
En Cantabria, el parte de bajas asciende a 17. Dieciocho si se suma la de Juanma Brun, secretario general del partido en Santander. En el País Vasco, Roberto Uriarte y 19 de sus compañeros en el Consejo dimitieron en bloque por las excesivas injerencias de la dirección estatal del partido en cómo se hacían las cosas en Bilbao. Gemma Ubasart y siete miembros del Consejo catalán dimitieron por el excesivo protagonismo de Iglesias y Errejón en la política de Podem y la desastrosa estrategia de presentarse con ICV en las autonómicas de septiembre bajo la marca Catalunya Sí que es Pot. En La Rioja fueron 18 las dimisiones después de que la cúpula del partido anulara la victoria de Raúl Ausejo en las primarias por un presunto fraude electoral del que el partido, a fecha de hoy, sigue sin presentar prueba alguna.
La burbuja electoral de Podemos tiene más opciones de pincharse antelas ganas de caminar en solitario de todas estas confluencias
La guillotina en estas direcciones autonómicas revelan las tensiones internas en un partido neófito, preso de sus maximalismos y obsesionado con la conquista del poder. Dificultades, todas ellas, de asentamiento de un partido en el que han de convivir los jóvenes iracundos que engrosan la tropa de la indignación del 15-M y los coroneles revirados que aspiran a dirigir la sublevación antisistema que no pudieron hacer bajo otras siglas.
“Si nos limitamos a ser una ‘máquina de guerra electoral’ quizás ganemos las elecciones, pero puede, y sólo puede, que empecemos a perderlas al día siguiente”, decía Rodríguez, la compañera de Kichi en Cádiz, en el citado artículo. El resultado de las generales fue extraordinario para Podemos, al superar el 20% de los votos y alcanzar los 69 escaños fruto de su asociación con candidaturas regionales con una notable proyección en las circunscripciones que reparten más escaños. Una burbuja electoral que, cada día, tiene más opciones de pincharse ante las ganas de caminar en solitario de todas estas confluencias.
Muchas de ellas ya están gobernando en instituciones. Allí, en los rebautizados ayuntamientos del cambio, se ven obligados a administrar recursos escasos para necesidades crecientes, fijar prioridades, tomar decisiones, favorecer a unos y perjudicar a otros. La sal de la política. Todo un manual de aterrizaje en la realidad. Lejos de sus utopías fundacionales. De sus propuestas antisistema donde era más fácil destruir que construir. Más fácil asaltar los cielos que gobernarlos. Y, si no, que se lo pregunten a Colau.
@miguelalbacar
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