Cuando en junio de 2014 culminó el duro programa de ajuste pactado con Bruselas, Portugal parecía haber recuperado la senda del crecimiento económico y la creación de empleo. La senda correcta. Las cosas, sin embargo, se torcieron dramáticamente a partir de octubre de 2015, cuando las elecciones parlamentarias colocaron en el Gobierno a un tripartido de izquierdas presidido por el socialista Antonio Costa, con la ayuda del Bloque de Izquierda (el Podemos portugués) y el Partido Comunista de Portugal (PCP), dos fuerzas que están en contra del euro y de la propia Unión Europea, y que se oponen a cualquier tipo de sacrificio presupuestario impuesto por la Unión, ello después de que el Gobierno conservador de Passos Coelho, que había ganado las elecciones con mayoría insuficiente, fuera tumbado en una moción de censura que dio paso a la alianza de la izquierda.
Naturalmente el Gobierno del primer ministro Costa se puso manos a la obra, subiendo las pensiones, el salario mínimo, aboliendo el impuesto del 3,5% que en la declaración de la renta afectaba a una mayoría de familias, y concediendo subsidios a jubilados y ayudas familiares a grupos en situación de extrema pobreza, además de aumentar las vacaciones a los funcionarios públicos. Es verdad que las mejoras tenían en no pocos casos más de propaganda que de ayuda efectiva (la actualización de las pensiones apenas representó unos 80 millones de euros), y que las situaciones de pobreza alcanzan en no pocos casos proporciones dramáticas, pero desde luego ese no era el lenguaje que querían oír unos mercados que un año antes habían empezado a invertir en Portugal, como han hecho en España, y que lamentablemente parecen haber decidido llevarse de nuevo su dinero a otra parte, siempre lejos de un desafortunado país cuya izquierda, como ocurre con la española, nunca jamás habla de crecimiento, de crecer para crear empleo, que es la mejor forma de extender el bienestar general, y solo de abrir las arcas públicas y repartir dinero hasta que se acabe.
Portugal, tras unos vigorosos inicios en 2014 y buena parte de 2015, comenzó a caminar hacia atrás como el cangrejo a partir de la segunda mitad de 2015
Ha ocurrido lo que era de prever: que Portugal, tras unos vigorosos inicios en 2014 y buena parte de 2015, comenzó a caminar hacia atrás como el cangrejo a partir de la segunda mitad de 2015, en parte debido a la mala suerte: el colapso de los precios del petróleo que ha afectado profundamente a Angola, uno de los principales clientes de las ventas portuguesas al exterior, circunstancia que prácticamente ha anulado el aumento de las exportaciones a la eurozona. La parte del león del problema, sin embargo, está en casa. Está en un Gobierno de izquierdas que ha revertido algunas de las reformas más importantes emprendidas por el anterior Ejecutivo de la derecha, y que ha tomado decisiones reñidas con los verdaderos intereses de un país que, como España, necesita imperiosamente del crecimiento. El resultado es que el PIB portugués ha crecido un pobre 0,4% durante al primer semestre de este año, lo que elevaría la tasa anual a un más que modesto 0,8%, ello cuando el consenso del mercado hace menos de un año, justo antes de la llegada al poder de Costa, estimaba un aumento del PIB cercano al 2%, y los propios "expertos" del PS lo elevaban hasta el 2,8%.
Jugar con fuego
Algunas agencias de calificación están ya evaluando la posibilidad de recortar el rating de la deuda portuguesa –del 130% del PIB nada menos-, lo cual colocaría a los bonos del Estado fuera del rango de compras del BCE. Para el banco de negocios alemán Barenberg, "el Gobierno de Lisboa podría verse en la tesitura de tener que pedir de nuevo ayuda a la UE, seguramente bajo la fórmula de una línea de crédito acogida al Mecanismo Europeo de Estabilidad", un dogal que obligaría al país vecino a transitar otra vez el viacrucis del ajuste del gasto y las duras reformas que el populismo izquierdista pretende pasarse por el forro de sus caprichos. De nuevo los sacrificios, con Gobierno izquierdista o sin él. Como escribió Raymond Aron, “el espíritu revolucionario se nutre de la ignorancia del porvenir”, aunque las consecuencias del presente siempre las pagan otros. De nuevo la recesión. Otras vez las paupérrimas cifras de crecimiento económico que desde hace tanto tiempo tienen postrada a una población portuguesa obligada a emigrar, sobre todo a los jóvenes. Todo un aviso a navegantes.
Tres de los cinco países que en lo más duro de la crisis pusieron al euro contra las cuerdas -España, Irlanda y Chipre-, están hoy creciendo a buen ritmo, por encima de la media de la UE. Los tres han acometido reformas capaces de atraer la inversión extranjera. Fundamental ha resultado en España la apertura del crédito a particulares y empresas tras la reconversión bancaria. Grecia, el cuarto de la fila, cayó víctima de los errores cometidos por las políticas de un Gobierno de izquierda radical que cortó en seco la recuperación iniciada en 2014. Portugal, el último del quinteto aludido, se halla en la peligrosa situación que se ha descrito, con pocas o nulas posibilidades de que el tripartito en el poder rectifique. La izquierda, española y portuguesa, sigue al pie de la letra ese aserto del pensador y economista Thomas Sowell, según el cual "la primera enseñanza de la economía es la escasez: nunca hay suficiente de algo para satisfacer plenamente a todos los que lo quieren. La primera enseñanza de la política consiste en ignorar la primera enseñanza de la economía". España, al contrario que Portugal, parece hallarse en el camino correcto, pero la situación de interinidad actual, que por fortuna parecen ignorar unos mercados que están demostrando una irracionalidad inaudita, podría dar al traste con todo lo logrado. Los españoles llevamos mucho tiempo jugando con fuego.
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