Ni el día de Todos los Santos, por festivo, ni el día de los Difuntos, por razones obvias, tal y como avanzó Vozpópuli. Ni siquiera el lunes. Mariano Rajoy desvelará la composición de su Gobierno el próximo jueves, día 3, algo más tarde de lo que algunos habían apuntado. El Rey ha regresado de su viaje a Colombia este domingo por la mañana. Ha recibido a Ana Pastor, presidenta del Congreso y sancionado con su firma el resultado de la investidura. Este mismo domingo o, quizás el lunes, Rajoy jurará su cargo ante el Jefe del Estado. Se cumplen estrictamente los límites prescritos por la Constitución que señala el 31 de octubre como fecha límite para la designación del nuevo presidente.
Rajoy se va de puente y, a su regreso, anunciará su nuevo Ejecutivo. Algunas versiones apuntan a que este aplazamiento para desvelar el gran enigma evidencia que se prepara un gran cambio, un Ejecutivo con novedades y sorpresas. Algo más que un retoque o un cambio de sillas. Este sábado en el Congreso, altas fuentes del partido aseguraban, sin embargo, que Rajoy se va a descansar ‘con los deberes hechos’, con el Gobierno diseñado y con la lista ultimada. “Nadie sabe nada, salvo el presidente, que lo tiene muy claro”, confesaron. Tras escuchar el firme discurso del sábado, las teorías sobre el gran cambio quedaron algo descolocadas. El mensaje del jueves, rebosante de voluntad de diálogo, consenso, integración, atender a todos, escuchar siempre… iba en otra dirección, era el anticipo de una gran mutación. Todo muy Rajoy. No dar pistas, no desvelar intenciones, no adelantar acontecimientos.
La incorporación de alguna figura joven, algún ‘cachorro’ de Génova, es la teoría más frecuente en el partido a la hora de las cábalas. En la quiniela general gana puntos Fátima Báñez, a quien se le sitúa ya en una cartera de nuevo cuño con amplios cometidos de perfil eminentemente social y laboral. El suspense es lógico. Según sea el nuevo Gabinete, así resultará la nueva etapa anunciada por el presidente. “Si siguen los mismos, Margallo, Fernández Díaz..., el libreto será idéntico”, comentaba la fuente mencionada.
El partido más vapuleado
Este sábado se cerró el largo año del disparate con un estrambote con ribetes de aquelarre. Un año de interinidad tirado por la borda concluyó con una sesión de investidura algo alterada por los liliputienses de la infamia, el odio y el rencor. Un Rufián y un Matute, de ERC y de Bildu, pusieron la nota purulenta en el punto final de un ciclo dramáticamente estéril. La mañana de la investidura había arrancado con el lagrimeo infantil de un Pedro Sánchez travestido de Espartaco, decidido a dar la vuelta a España en busca de socialistas enojados que le catapulten al sillón de Ferraz. Un gesto inútil, un segundo de gloria, un elemento más en el proceso de autodestrucción de un PSOE abatido y decrépito.
Mariano Rajoy resultó elegido presidente del Gobierno merced a la ardua abstención de los socialistas, empañada por una quincena de disidentes. Poca cosa. El Madrid había ganado 1-4 y el líder del PP venció por goleada. La general golpiza apenas rozó al PP y fue a caer sobre las espaldas de un PSOE cohibido, abochornado, acogotado, incapaz de asumir con dignidad su razonable postura de evitar con su abstención que se prolongara el disparate en forma de unas nuevas elecciones. El candidato dijo que no iba a pedir la luna pero se mostró más firme y reivindicativo en la labor de su gobierno que en su afable y dialogante discurso del jueves. ¿Guiño a su tropa? ¿Aviso de lo que se viene "Tengo una tarea a la espalda, no estoy dispuesto a derribar lo construido". Señaló los límites de su voluntad de consenso: compromisos con Bruselas, cumplimiento presupuestario y unidad de España”. Lo sabido, aunque adornado con amagos de amenaza: “Ni me pidan ni pretendan imponerme lo que no puedo aceptar”.
Sáenz de Santamaría era de las más risueñas y Margallo tenía cara de buscar su sitio. Hasta Fernández Díaz votó con cara de ministro
Antonio Hernando, portavoz del PSOE, deambulaba, en una soledad ardiente y dolorosa, amarrado a su móvil, en el receso previo a las votaciones. Ni un compañero de bancada acudió a consolarle por el ingrato papel que ha asumido en estos días. El desafío de Sánchez parecía escocer en algunas hipócritas conciencias, aliviadas en señalar al jefe de filas de su grupo parlamentario como el gran Judas de la función. Los partidos buscan culpables cuando son incapaces de defender las decisiones difíciles con una cierta dignidad. Todo eran abrazos en las filas del partido en el Gobierno. En teoría, cuatro años más. Dolores Cospedal, candidata en todas las quinielas, se dejaba querer en las televisiones. Los diputados de provincias se hacían selfies. Soraya Sáenz de Santamaría era de las más risueñas y García Margallo tenía cara de buscar su sitio. Hasta Fernández Díaz votó con cara de ministro. Rafael Hernando, combativo portavoz de la bancada popular, cerró su intervención con unas palabras que sonaban a despedida.
En la calles había pancartas insultantes, carteles hirientes y ciudadanos vociferantes. Más que un ‘rodea al Congreso’ agresivo fue un corro de la patata festivo. Buena temperatura, sábado agradable y algo contra lo que gritar. En Madrid gustan estos episodios que alteran el tráfico y arañan minutos en las teles. El recreo ha terminado. Ahora toca gobernar. En serio.
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