Análisis

Rita Barberá se indulta a sí misma

Comparecencias como la de Rita Barberá merecen una reprobación singular, porque suponen un daño moral adicional, innecesario. Algo perfectamente prescindible que hiere la sensibilidad del espectador.

  • La exalcaldesa de Valencia y senadora, Rita Barberá

La comparecencia de Rita Barberá es un capítulo más de esa serie interminable que es la corrupción española, donde abundan los pésimos actores y los malos monólogos que ofenden la inteligencia del espectador. Una serie cutre donde los protagonistas trasladan a los juzgados sus responsabilidades políticas, sabedores de que la Justicia es lenta, muy lenta. Y su efecto, cuando se produce, suele ser mucho más benigno de lo esperado. Quizá sea por ello que la comparecencia de Rita haya parecido mera impostura, la interpretación de una pésima actriz en sus horas más bajas.

"Ni soy desleal ni soy de las que tira de la manta", ha rematado en algún momento de su sobreactuación

El primer acto ha consistido en la falsa indignación. Rita se ha mostrado molesta con las filtraciones del sumario de la Operación Taula, y ha urgido a "recuperar el principio de presunción de inocencia", recordando, por si alguien lo había olvidado, que “la carga de la prueba recae sobre el que acusa y no sobre el que se defiende". Incluso ha pedido que se legisle "sobre las filtraciones del secreto de sumario" o, mejor dicho, ha exigido, porque Rita, acostumbrada a mandar, no pide sino ordena. Ajustadas las cuentas con el señor juez, se ha declarado inocente. Es más, se ha erigido en adalid de la limpieza: "La corrupción ha hecho mucho daño", ha llegado a afirmar. Ella sólo pasaba por ahí. Ni noticia de la mafia que, presuntamente, hay organizada a su alrededor. No dimite, ni se lo plantea. Y no renuncia al aforamiento, por supuesto. No hay financiación ilegal sino un “apaleamiento mediático”. Punto. “Ni soy desleal ni soy de las que tira de la manta", ha rematado en algún momento de su sobreactuación, una frase más propia de un capo caído en desgracia que de un representante político sin nada que ocultar.  

En el segundo acto, Rita ha mutado. De negarlo todo y no saber nada, ha pasado a saber de todo y de todos. Ha lanzado acusaciones a diestro y siniestro, a amigos y enemigos. A miembros de su propio partido les ha pedido “templanza” porque ella ha sido prudente cuando los casos de corrupción “han salpicado a otros" (en clara alusión a Esperanza Aguirre). La "bomba" Rita es lo que le faltaba a este PP a punto de implosionar. De Ciudadanos ha insinuado irregularidades en la financiación. Y de Podemos ha dicho que es el más rancio comunismo y que, desde luego, no piensa someterse a tribunales populares totalitarios. Tampoco le han faltado las referencias al caso Pujol en Cataluña y a las operaciones Edu y ERE en Andalucía. Fuego nutrido para todos. Si la mejor defensa es un buen ataque, la mejor defensa total es un ataque total. La corrupción, el ventilador y Rita huyendo despavorida.

La artesanal corrupción individual ha dejado paso a un “moderno” sistema de corrupción organizada

Cierto es que en España la corrupción no es cuestión de nombres propios, ni siquiera de siglas, por más que el reduccionismo sirva para manipular a la opinión pública y hacer campaña. Es verdad que la artesanal corrupción individual ha dejado paso a un “moderno” sistema de corrupción organizada en el que se ha separado en el espacio y en el tiempo la prevaricación del cohecho.

Ahora la concesión de la prebenda y el cobro de la comisión se hacen mediante personas interpuestas, en lugares distintos y en momentos diferentes. Así cualquiera de los implicados puede argumentar que sólo pasaba por ahí, hasta que se demuestre lo contrario muchos años más tarde, cuando ya no interesa. En resumen, es evidente que el mal es mucho mayor y transversal, y que los casos que se van conociendo podrían ser la punta de un colosal iceberg. Sin embargo, comparecencias como la de Rita merecen una reprobación singular, porque suponen un daño moral adicional, innecesario. Algo perfectamente prescindible que hiere la sensibilidad del espectador. Y es que ya está bien que quienes han tenido, o tienen mando en plaza, afirmen una y otra vez que sólo pasaban por ahí; que de la clamorosa corrupción que les rodea no tienen ni noticia. Sepan que “la mentira es bien mezquina; si la miras a trasluz se transparenta”. Expolien lo que puedan, pero no nos tomen por idiotas.

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