El partido socialista vivió el miércoles uno de los días más convulsos y ridículos de su historia reciente. En una historia digna de un sainete, 17 miembros de la ejecutiva presentaron su dimisión para provocar la caída del secretario general del partido. Como viene siendo costumbre, nadie salió a dar la cara para dar una lista de agravios contra la dirección, o decir en voz alta qué exigen de él.
Los críticos, y los barones que les animan y apoyan, parecen estar indignados por el hecho que Pedro Sánchez haya osado a intentar formar gobierno no ya ahora, sino incluso desde diciembre del año pasado. Es francamente extraordinario ver como un grupo de notables de un partido político se rebelan contra su líder por intentar hacer lo que se supone que los partidos políticos hacen, que es gobernar. En el PSOE, sin embargo, muchos parecen estar más cómodos perdiendo elecciones que ganándolas.
La fractura del partido es casi completa, con una rebelión abierta copando las portadas de los medios
El secretario general del partido y sus acólitos, sin embargo, parecen también estar empecinados en ignorar la realidad. La fractura del partido es casi completa, con una rebelión abierta copando las portadas de los medios. Los votantes detestan ver a un partido dividido, ya que asumen que una organización que no es capaz de gobernarse a sí misma no será capaz de dirigir un gobierno. Los potenciales socios de coalición del PSOE no van a acercarse, conscientes de que Pedro Sánchez no puede cerrar ningún acuerdo sin ser cuestionado, mientras se frotan las manos ante la potencial debacle socialista en las urnas.
Por mucho que la oposición de los críticos sea absurda, la realidad es que su rebelión abierta hace que el partido deje de tener ninguna opción de llegar a la Moncloa. Pedro Sánchez quizás tenga el apoyo de un amplio sector de la militancia, y quizás sea el único dirigente socialista que al menos parece querer hacer su trabajo, pero sus fracasos para mantener el partido en línea han hecho esto irrelevante.
Es obvio, sin embargo, que el partido nunca debería haber acabado en esta pelea imposible entre dos absurdos. El problema no es Pedro Sánchez, ni sus críticos. El origen del calamitoso colapso institucional y electoral del PSOE viene de más atrás.
¿Cuándo se jodió el PSOE? Quizás todo empezó en el último congreso, el día que los militantes dieron la victoria a Pedro Sánchez sobre Eduardo Madina. Ese día Susana Díaz y el PSOE Andaluz se aliaron con Sánchez para cerrar el paso a Madina, en un acuerdo entre bastidores que no fue respetado después. Ese día el partido sembró la semilla del conflicto actual.
Es posible, sin embargo, que todo empezara antes, en los años de Rubalcaba como secretario general. El partido salía de una durísima, humillante derrota electoral en medio de una crisis económica sin precedentes. El PSOE perdió 15 puntos entre las elecciones del 2008 y las del 2011. Los socialistas estaban noqueados, sin ideas ni mensaje, necesitados de una renovación.
Tanto Susana Díaz como Pedro Sánchez son gente de partido que hizo carrera a la sombra de la vieja guardia sin salir nunca al exterior
Nunca se produjo. Una coalición entre veteranos de la vieja guardia de la era de González y supervivientes de los gobiernos de Zapatero, tomaron el control del partido y frenaron cualquier cambio. El PSOE, lejos de recibir savia nueva, abrirse a nuevas ideas y buscar una nueva relación con el electorado, permaneció donde estaba, inamovible, con los mismos de siempre controlando los resortes de poder. Tanto Susana Díaz como Pedro Sánchez son herederos de esa época, gente de partido que hizo carrera a la sombra de la vieja guardia sin salir nunca al exterior. Los socialistas se han convertido en una organización de apparatchiks compuesta por burócratas más preocupados por mantener su posición interna que intentar gobernar.
No obstante, uno puede decir que esa fosilización es anterior, una herencia de los años de Zapatero. Aunque llega a la secretaría general como un renovador opuesto a la vieja guardia que representaba José Bono, Zapatero era también un hombre de partido de arriba abajo, alguien con una carrera política comparable a la de Susana Díaz.
Es bajo su mandato, dentro y fuera de la Moncloa, cuando el PSOE empezó a tener una proliferación de federaciones fallidas, lugares donde el partido poco menos dejó de existir como alternativa de gobierno viable. Zapatero, sabiéndose vulnerable siendo como era un relativo outsider, siempre pareció preferir la lealtad a la competencia en sus barones regionales. La dirección llego al punto de preferir quemar federaciones a tener oposición interna. La ola de mediocridad que asola al partido desde los años de Rubalcaba empezó ya entonces.
Mirando más atrás, sin embargo, a ese congreso en el que José Bono, Rosa Díez, Matilde Fernández y José Luis Rodríguez Zapatero lucharon por controlar el partido, los problemas estaban ahí, latentes. Zapatero ganó, dice la leyenda, porque los últimos vestigios del ‘guerrismo’ le apoyaron para cerrar el paso a José Bono. La pelea entre facciones del partido no puede hacernos olvidar, sin embargo, que por mucho que Zapatero vaciara el partido de líderes e ideas durante su mandato, su contrincante en el congreso no era mucho mejor. El partido bajo José Bono hubiera estado dominado por otras élites, pero hubiera seguido la misma lógica interna.
Quizás entonces el origen de todo este desaguisado viene de antes, durante los años de Almunia al frente del partido. El PSOE estaba en manos de alguien que había sido escogido directamente por el presidente del gobierno saliente; una criatura de partido de arriba abajo. Fue en esa época cuando el aparato del partido perdió por primera vez unas primarias, con los militantes escogiendo como candidato al relativamente independiente José Borrell. Fue entonces también cuando ese mismo aparato tumbó a quien los militantes habían escogido, cerrando filas para mantenerse en el poder.
Los socialistas llevan años, posiblemente décadas, en una espiral de muerte organizativa
Podríamos seguir mirando atrás, al largo ocaso del PSOE durante la última legislatura de González, pero estaría de más. La realidad es que los socialistas llevan años, posiblemente décadas, en una espiral de muerte organizativa. El partido se ha convertido en una formación más preocupada de sus equilibrios internos que de dirigirse al electorado. Sus líderes son todos criaturas de partido salidos de interminables pugnas burocráticas internas sin apenas contacto con el exterior. La lealtad se premia, el talento es visto como un peligro a extinguir. Hace unos años Belén Barreiro y un grupo de politólogos (que incluía al ahora diputado Ignacio Urquizu, por cierto) hablaban sobre la selección adversa dentro del PSOE, o sobre cómo la estructura del partido creaba incentivos institucionales para atraer inútiles y rechazar a los competentes. La dirección actual y sus críticos parecen confirmarlo.
La crisis del PSOE es fruto de la inercia, el resultado final de una organización que nunca ha sido capaz de renovarse. Los socialistas dinamitaron la oportunidad que tuvieron con Borrell, la aplazaron bajo Almunia, hicieron un cambio de élites pero no de instituciones con Zapatero, se bunkerizaron bajo Rubalcaba y acabaron convirtiéndose en una parodia de sí mismos bajo Sánchez, pero el hilo conductor es el mismo: una organización hostil al cambio y a las nuevas ideas, cerrada en sí misma.
El PSOE no saldrá del agujero hasta que acometa una renovación interna y sea capaz de abrirse de nuevo a la sociedad. Es posible que sea demasiado tarde.
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