A ese viejito que sonríe le ha salvado la vida el gobierno español. Así de claro. Espero que nadie se atreverá a negarlo porque sería ridículo: le iban a matar, como han matado antes a tantos. No sé cómo fue la operación de rescate, no tengo idea de lo que prometió el ministro Albares a los esbirros de Maduro, no sé lo que dijo Sánchez, no sé tampoco si intervino Zapatero o el Rey o el Papa o el sursum corda. Y ¿saben qué? Pues que me importa un rábano. Lo que hicieron, lo hicieron bien, porque metieron al pobre y desvalido Edmundo González en un avión militar español (hombre, ¡el famoso Falcon!) y lo plantaron en Madrid. Todo en 48 horas. Eso es lo que cuenta. Que evitaron el asesinato, seguramente después de la correspondiente tortura, de este hombre que en su vida se ha metido con nadie ni ha dado un ruido ni ha roto un plato. Lo sacaron de las garras de la Gestapo venezolana y le salvaron.
Todo lo demás son granos de comino. ¿Que hubo “negociaciones” entre Albares y los esbirros del dictador? Pues es muy probable: no se saca a un señor de una embajada para meterlo en un avión militar extranjero así, por su cara bonita, dando los buenos días a los centinelas. ¿Que ofrecieron algo a cambio? No lo sé, eso solo lo saben ellos. ¿Que quizá sugirieron a los sargentones del tirano lo que podrían hacer después, en su provecho, una vez que el anciano estuviese en el aire? Pues, viendo lo que ha pasado en los días siguientes, me parece lo más probable. Pero todo eso son, ya digo, detalles, insignificancias, distracciones para consumo de gente cuya vida no corre peligro, como por ejemplo nosotros. Lo importante es que evitaron la captura, pasión y muerte del anciano Edmundo González.
¿Por qué estamos tan seguros de que lo iban a matar? Pues porque siempre lo hacen. Nicolás Maduro, dictador, dictador, dictador –gracias, ministra Robles, por decirlo tan claro– de Venezuela, es un hombre de inteligencia bastante limitada, de muy poquitas luces, pero el problema es que esto él no lo sabe. Es astuto, sí, pero no lo bastante como para pensar con claridad: no es lo mismo astucia que inteligencia. Este sujeto se cree de verdad un iluminado providencial al que el espectro de Chávez se le aparece en forma de pajarito, con eso está dicho todo. Y un tipo así, envanecido, “home desatinado, fuera del orden natural de las cosas”, como decía hace siglos el humanista Martín González de Cellorigo, se vuelve peligrosísimo cuando se siente acorralado. Eso es lo que sucede ahora. Se convierte en un basilisco, en un régulo imprevisible capaz de cualquier cosa. Y una de las más fáciles es matar o “desaparecer” a alguien.
Unas elecciones que el tirano, como es natural, no quería convocar (¿qué tirano quiere someterse a los votos?), pero entre Putin y Maduro hay una diferencia: los militares
Tiene quien le enseñe. A Edmundo González no le iban a pegar dos tiros en la verja del aeropuerto. A este hombre tímido y sabio le esperaba, más que probablemente, la suerte de Alekséi Navalny: dentro de algún tiempo aparecería muerto, “por causas naturales”, en cualquier presidio remoto. Eso fue lo que hizo Putin, mentor y protector de Maduro, con el opositor ruso; el mundo dijo “qué barbaridad” durante dos o tres días, pero no pasó nada más. Pues con el anciano Edmundo no tenía por qué ocurrir de otro modo. Y eso es lo que habría sucedido de no ser porque el gobierno español, en una operación relámpago, le salvó la vida. Eso y nada más que eso es lo importante, lo que cuenta, lo que quedará en los libros.
¿Cuál fue el delito de Edmundo González? Fácil: ganarle las elecciones a Maduro, y por una estrepitosa goleada: más o menos por siete a tres. Unas elecciones que el tirano, como es natural, no quería convocar (¿qué tirano quiere someterse a los votos?), pero entre Putin y Maduro hay una diferencia: los militares. Putin los controla a todos, por lo menos a día de hoy, y les permite enriquecerse a mansalva. Maduro también consiente a sus militares que atesoren cuanto quieran, pero… no los controla. Son los únicos que le pueden afeitarle el bigote. Y para no afeitárselo le exigen una mínima apariencia de democracia: que haya elecciones, caramba, aunque luego su servicial empleado las robe, como las ha robado esta vez. Otra vez.
Pero el resultado fue tan desproporcionado, tan clamoroso, que de pronto resultó inocultable la victoria del abuelo Edmundo. Un hombre gris, anciano, desconocido hasta hace unos meses para la inmensa mayoría de los ciudadanos; un hombre que odia las multitudes, que apenas sabe hablar en público, que se siente muy incómodo en los mítines, que se ha pasado la vida haciendo algo que sí le gusta –diplomacia, relaciones exteriores, embajadas, esas cosas– sin llamar demasiado la atención de nadie. Un anciano de aspecto triste que sonríe todo el tiempo con una indefinible melancolía, con la cara que pone quien no quiere estar ahí donde está. Maduro llegó a creerse (es que nadie le lleva la contraria, como pasa con los tiranos) que podía derrotar legalmente al abuelo en las urnas. Se equivocó por completo. Los venezolanos habrían votado a un palo de escoba con tal de no votarle a él, al bufonesco “Superbigote”, como se hace llamar en un cómic ridículo que ha hecho publicar para darse pisto entre los chavales. Que se ríen de él, como es natural. Ni para eso sirve.
Los dos partidos están de acuerdo en que había que salvarle la vida al abuelo, y sin la menor duda el PP habría actuado de manera muy semejante a como lo ha hecho el PSOE con el rescate de Edmundo
Edmundo González se presentó a las elecciones por puro patriotismo… y porque no había nadie más. El dictador de esa extraña “tiranía con elecciones” había anulado las candidaturas de dos auténticas líderes de la oposición, Corina Machado y la filósofa Corina Yoris, también persona muy mayor. Solo quedaba él. Costó un triunfo convencerle, porque meter al tímido y sonriente y frágil abuelo en una campaña electoral del estilo de las venezolanas viene a ser lo mismo que tratar de enseñar submarinismo a una ardilla, pero al final accedió. Sabía que se jugaba la vida, tanto si perdía como si ganaba, que eso, al final era lo de menos. Pero se la jugó. Y ha estado a punto de perderla.
Después, ya en Madrid, el anciano y amable Edmundo ha sido como una res arrojada a un río con pirañas: los políticos. El Gobierno ha intentado sacar pecho de algo que hizo bien para zaherir a sus adversarios; estos, la derecha, lograron ganar una votación en el Congreso para reconocer a Edmundo como presidente legítimo de Venezuela, pero lo que de verdad importaba no era ese reconocimiento –que no sirve, a efectos prácticos, para nada– sino ganarle a Sánchez otra votación en el Congreso, cosa que lograron. Los dos partidos están de acuerdo en que había que salvarle la vida al abuelo, y sin la menor duda el PP habría actuado de manera muy semejante a como lo ha hecho el PSOE con el rescate de Edmundo, pero eso jamás lo reconocerán: unos y otros harán lo que sea, sin ninguna excepción, para patearle los tobillos a los rivales, y ahí ya sabemos que vale todo: el techo de gasto, el independentismo, don Edmundo, los inmigrantes y lo que a mano venga, que siempre viene algo. Es un penoso espectáculo que solo convence a los de casa, que ya estaban convencidos antes. Dicen el Gobierno y sus socios que, al PP, Edmundo González y Venezuela les importan “una higa”. Pues muy probablemente tienen razón; en cualquier caso, les importan mucho menos que zaherir y humillar al gobierno. Pero es que a este tampoco parece preocuparle mucho más Venezuela que reventar a Feijóo… Aunque al menos han salvado la vida al buen anciano, eso no hay manera de negarlo.
A Maduro también le ha resultado útil todo este cacareo. Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela –es decir, el Hermann Goering de Maduro– ha montado un espectáculo humorístico-político muy propio del régimen, voceando y gesticulando como una tarasca y pidiendo la ruptura de todo tipo de relaciones con España. Diosdado Cabello, superministro de Maduro y persona mucho más inteligente que el propio tirano, ha hecho más o menos lo mismo. ¿De qué se trata? Es evidente: de distraer la atención del monumental robo de las elecciones y de inflamar a los venezolanos contra el “colonialismo imperialista” de España. De despertar la fibra patriótica de la gente. Es más burdo y más torpe que intentar tocar el piano con guantes de boxeo, pero a veces funciona: la dictadura argentina montó la guerra de las Malvinas (1982) con una estrategia exactamente igual. Lo que ocurrió fue que se pasaron de frenada.
Así que a la dictadura de Venezuela también le ha resultado útil “soltar” a este anciano triste que siempre sonríe sin decir nada. Han cambiado un crimen por una operación de propaganda, y eso de dar voces como si fuesen los buenos lo saben hacer muy bien. Mientras, miran de reojo hacia los cuarteles en que los generales se están quietos, al menos por ahora. Todos lo saben en Venezuela: Maduro seguirá ahí mientras los generales quieran. Con elecciones o sin elecciones. Todos.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación