El inesperado resultado andaluz, mayoría absoluta del PP y apoteosis de la derecha, confirma el gran volantazo que se avecina. Más que perder, el sanchismo ha evidenciado el proceso de hundimiento irreversible en el que se encuentra ya hace meses frente a una oposición al alza, con un horizonte que anticipa un vuelco drástico en el tablero. "Es Andalucía, estúpido", habría que recordarle a los estrategas de Ferraz y Moncloa. Estaba en juego algo más que un escarceo regional, que un pulsito periférico. La sentencia de las urnas es el prólogo incontestable de un colosal cimbronazo que ya muestra a Sánchez la inminencia de su final. Una aproximación hacia Feijóo en busca de una cómoda salida se adivina en el horizonte.
El hombre es un objeto 'extraordinariamente vano, diverso y fluctuante", anotaba Montaigne. La política, también. Soplan ahora vientos de cambio, ansias de sepultar el angustioso presente y pasar a la siguiente etapa. No se trata de adivinanzas de sibilas, previsiones de augures, sueños portentosos o mágicos presagios. Se trata, sencillamente, de ese mecanismo triste, gris y anodino que es el ejercicio de la democracia reflejado en las urnas. Madrid fue la sonora avanzada. Luego Castilla y León, un drama en llamas, y ahora, Andalucía el fortín andaluz, el territorio más socialista, fortín inexpugnable de las izquierdas. Susana Díaz venció en las urnas hace cuatro años, pero no logró formar gobierno. Ahí empezó todo. El socialismo, desterrado de su gran poltrona del sur. Aquel sorprendente destello anunciaba el advenimiento del gran vuelco. Todos los comicios autonómicos celebrados desde la llegada de Sánchez al poder mediante procedimientos tan inusuales como la moción de censura propiciada por aquella frasecita tóxica de un juez de dudosos principios, han supuesto una bofetada para el PSOE. Salvo en Cataluña donde ganó un Illa y no cobró pieza.
Andalucía repite la jugada. Nueva bofetada a las fuerzas del saqueo y el progreso. Le otorga al PP, esta vez sí, la victoria en forma de una abrumadora e imprevista catarata de papeletas. Juanma Moreno recibe la reválida de un triunfo electoral, algo de lo que carecía. Es la convalidación de un perfil en alza, la confirmación de unos vaticinios unánimes. Amén de la consagración de Alberto Núñez Feijóo como líder indiscutible de la derecha, representación que ha sufrido no pocas turbulencias en los últimos tiempos.
Andalucía y Cataluña, proclama la tradición, son la plataforma en la que el PSOE ha sustentado todos sus asaltos democráticos al poder de a la Moncloa. Así ha sido y así ha dejado ya de serlo
En previsión de un escenario adverso, los voceros del sanchismo intentaban deslindar este 19-J de cualquier referencia a escala nacional. "Son unas autonómicas, no os volváis locos". E insistían en que quien más ponía en juego era el gallego, recién llegado al vértice de su formación y con todo por demostrar. "Los poetas del ramo barren/con su lengua falaz/los escalofríos tistes", recitaba Valente. Es un ejercicio absurdo retacear la dimensión de estos comicios y pretender situarlos al nivel de una consulta en la Rioja, con todos los respetos. Andalucía y Cataluña, proclama la tradición, son la plataforma en la que el PSOE ha sustentado todos sus asaltos democráticos a la Moncloa. Así ha sido y así ha dejado de serlo. De ahí las angustias y los temblores.
Más debatible es la otra apuesta de la jornada. Victorioso Juanma Moreno y desportillado Juan Espadas, había otra apuesta personal en el tablero ¿Quién se jugaba más, Sánchez o Feijóo? Ambos han participado en la contienda (el socialista con menos entusiasmo) y ambos han priorizado agendas y estrategias con la mirada puesta en el Palacio de San Telmo. Feijóo, quizás, tenía más fácil la excusa para la derrota. Acaba de llegar, él no colocó a Juanma como candidato, apenas ha puesto aún en marcha su organización y, cuando saltó al terreno de juego, el partido ya estaba a quince minutos del final. Sánchez, no. Espadas es su candidato, impuesto por él en unas primarias de pega. Andalucía es su Camelot, el paraíso de la izquierda igualitaria, feminista, ecolomola y sostenible. Tocaba resarcirse de la trompada de Ayuso, sacarse la espina, devolver la bofetada y exhibir la sonrisa de ganador.
Las papeletas andaluzas son el reflejo de un gobierno agotado, cercado por los escándalos, paralizado por la ineficacia, atenazado por la crisis, señalado por Bruselas, sin plan, ni proyecto, ni objetivos
Otro argumento definitivo, la corte de cacatúas monclovitas repetían estos últimos días, con insistencia malsana, que el que se juega el pescuezo es Feijóo,. Se acabó el debate. Este coro de amanuenses pastueños aventaba, a modo de argumento, que en la sala de mandos de la Moncloa apenas preocupa este resultado. En septiembre será otra historia, apuntan en sus opúsculos. Ahora, insisten, habrá unos días de gloria sanchista con la cumbre de la OTAN. Luego, el verano y la llegada masiva de turistas y, por lo tanto, de alegría económica. Y luego, en otoño, los fondos europeos, que ahora sí, regarán con el maná de Bruselas las angustiadas arcas del Tesoro. En su pedestre argumentario, olvidan mencionar la terrorífica inflación, el recibo de la luz, la gasolina a 2,30, la cesta de la compra y algunos otros detalles de no menor relevancia. No hablan de Bildu, ni de los socios golpistas, ni de las secuestradoras indultadas, ni de la menor abusada de Oltra, como si se tratara de ficciones inaprensibles en un nebuloso limbo. Ni hablan de lo fundamental: de la angustia y el sufrimiento.
España nada tiene que ver con lo que la portavoz Isabel Rodríguez recita cada martes desde la mesa del Consejo de Ministros. Ni con el idílico panorama que airean Sánchez y Calviño a cada instante. Las papeletas andaluzas son el implacable reflejo de un gobierno agotado, cercado por los escándalos, paralizado por la ineficacia, atenazado por la crisis, señalado por Bruselas, sin plan, ni proyecto, ni objetivos, aplastado por el narcisismo hipertrofiado de un líder prepotente y abiertamente incapaz.
Rumbo a La Moncloa
Gana Feijóo, de la escuela aristotélica que predica evitar dos extremos viciosos, "la falta de moderación tanto para buscarla como para rehuirla". Su sello es la prudencia y su estandarte, la mesura. Dejó pasar cuatro cuatrienios antes de dar el paso hacia la planta noble de Génova. No le tosió ni un barón. No le rechistó ni un crítico. Una estrategia propia de la casa. "Mariano, yo si va Soraya, me quedo en Santiago", le advirtió a Rajoy cuando las primarias del PP. Y no se presentó. Dejó la vía abierta a Casado y Cospedal con el resultado de todos conocido. Una victoria 'en diferido' que ahora queda remachada por este espectacular paso andaluz que apunta a un despejado recorrido hacia la Moncloa. Pero esa es otra historia. Como en el personaje de Keller, "su carácter fue su destino".
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