Sí, hay cosas que están saliendo mal o que se están haciendo mal. Es muy posible que una pandilla de desalmados, chinos o de donde sea, hayan engañado al Gobierno y le hayan colado un cargamento de caretas de cartón con el rostro de hielo de Xi Jinping haciéndolos pasar por respiradores y mascarillas. Es un ejemplo entre muchos. Y parece que es verdad. Pero, si me permiten que les diga una cosa, a mí no me importa demasiado.
Tampoco me quita el sueño (aunque poco le falta) el hecho de que el Gobierno anunciase, hace dos semanas, la incorporación a la lucha de 50.000 sanitarios jubilados y estudiantes, y que estos parezcan haberse evaporado porque apenas han aparecido unos cuantos. Ni me inquieta demasiado que los partidos de la oposición (me refiero a la oposición política; quiero creer que de la otra no hay) se quejen, lastimeros, de que el Gobierno no les llama todos los días para preguntarles lo que hay que hacer. Ni que el expresidente extremeño, José Antonio Monago, pierda los nervios y asegure que el Gobierno (siempre es el Gobierno) está ocultando deliberadamente la verdadera cifra de los muertos extremeños, como si eso, cuando estamos a punto de llegar a los diez mil fallecidos, tuviese la menor utilidad ni para el Gobierno ni para nadie.
Todo eso es seguramente cierto y tendría gran importancia en una situación normal. No es admisible que el Gobierno de un país serio se deje dar el timo de la estampita. No está bien anunciar grandes alegrías o refuerzos que luego no llegan: Napoleón Bonaparte, en Waterloo, puso todas sus esperanzas en la llegada a tiempo de las tropas de Grouchy, pero este decidió empezar a moverse después de comer y la cosa acabó como todos ustedes saben. Si ahora estamos ante un desafío que tenemos que ganar juntos, como dice el certero eslogan que repetimos todos, es contraproducente no hablar con los que antes y después de esto fueron y serán adversarios, pero que ahora son aliados indispensables. Y lo de la contabilidad funeraria de Monago no merece siquiera comentario.
Solo faltaría que en una circunstancia como la que vivimos no se cometiesen errores ni torpezas. Solo faltaría que exigiésemos eso…
Las cosas verdaderamente importantes son, ahora mismo, las individuales, las domésticas. Ahí difícilmente puede ayudarnos nadie
Porque no vivimos una situación normal. Vivimos una pesadilla. Y en un trance como este, las prioridades cambian. Las de todos. Las cosas que importan, las esenciales, son otras. Algunas, seguramente muy importantes, efectivamente dependen del Gobierno, pero otras no. Muchas dependen exclusivamente de nosotros. Las cosas verdaderamente importantes son, ahora mismo, las individuales, las domésticas, las de cada uno. Ahí difícilmente puede ayudarnos nadie.
La generación de mi padre (que ahí sigue, a sus 87 años, hecho un jabato) vivió la tragedia de la guerra civil, de los años del hambre y de aquella dictadura interminable y meapilas que descolgó a España del tren de la modernidad europea. Pues bien, esta de ahora es nuestra guerra. Será sin duda mucho más breve y menos devastadora, pero los ciudadanos hemos reaccionado, en un santiamén, como lo hicieron las generaciones anteriores en situaciones críticas. Nos hemos metido en casa, en una clausura terrible no solo por inesperada, sino porque ha pulverizado de golpe todos los hábitos, todas nuestras confortables rutinas, todas nuestras seguridades. Y ahora lo que cuenta es aguantar. Soportar el encierro sin derrumbarnos, sin volvernos locos, sin que nos infecte el virus del abatimiento y la desesperanza, que esa sí que es la “gripe española” desde hace dos siglos y medio.
Redes sociales
Mucho más que las aterradoras cifras del paro en marzo, a mí me importa que mi hermano Eduardo se esté dedicando, con el laboratorio cerrado, a fabricar válvulas para respiradores con su impresora 3-D, y luego las envía a los hospitales. Nadie se lo ha pedido, ni a él ni a los doscientos y pico combatientes anónimos con los que está coordinado, pero lo hace. Y a mí eso me ayuda. A mí me importa mucho más que el poeta Antonio Illán, “desde el aislamiento toledano”, como él dice, nos envíe a los amigos por Whatsapp, cada mañana, con la misma disciplina con que la gota de agua cae sobre la piedra, un hermoso y combativo mensaje de audio en el que cuenta lo que le ocurre, lo que sabe, lo que piensa, lo que lee, y que siempre termina igual: “a este virus lo vamos a vencer entre todos”. Va contando los días que lleva en casa, pero no como el preso que anota el tiempo que lleva encerrado (un día más, otro, otro) sino como quien sabe que cada día que pasa es uno menos que falta para salir. Eso ayuda muchísimo. A mí me importa mucho que Javi Viadero, desde Meruelo (Cantabria; de soltera Santander, como decía Cela) nos haga llegar cada poco, por las redes sociales, la crónica ácida, gamberra y divertidísima (y maravillosamente escruta) de las recetas que prepara, desde los fideos de arroz hasta la “lasaña Chiapas”, que tiemblo solo de imaginarme lo que será pero algún día me enteraré, seguro. Eso ayuda inmensamente.
Son cosas así. Pequeñas pero importantísimas cuando la casa se nos cae encima, cuando el fango espeso de la soledad te llega ya a la cintura, o bien cuando el espacio es escaso y los niños están (lógicamente) inaguantables, o bien cuando cada uno tiene que habérselas con su propia, nueva y angustiosa situación personal. La que sea.
La televisión ayuda cuando te fijas en que los anuncios de coches y de perfumes suntuosos han desaparecido, y que la publicidad (que siempre es el más certero síntoma de los cambios sociales) se ha vuelto solidaria, animosa, casi diría que sincera. Hasta la de los bancos, que se dice pronto. Eso ayuda.
Un arco iris
Los italianos (no sé quién; eso es lo de menos) han inventado el eslogan Andrà tutto bene: todo saldrá bien. Invitaron a la gente, sobre todo a los niños, a dibujar un arco iris con esa frase, y a colgarla de ventanas y balcones. En medio del desastre, las calles de Italia entera están engalanadas con esos dibujos que son un símbolo no ya de optimismo sino de obstinación, de resistencia, de voluntad y desde luego de alegría. Eso ayuda muchísimo, porque la alegría, en medio de este desastre, se ha vuelto un bien de primera necesidad.
Me he hecho amigo del vecino de enfrente (calle de por medio), a fuerza de vernos todos los días a las ocho cuando salimos a aplaudir a los sanitarios. Un tipo alto, viejo como yo, flaco y al que, al menos en los primeros días, le costaba sonreír. Nos costaba a todos. Ahora pone unas caras muy cómicas porque los dos sabemos (lo sabe todo el barrio) que, en cuanto se vayan apagando los aplausos, alguien, en el extremo de la calle, sacará los altavoces a la ventana y nos asestará a todo volumen el dichoso Resistiré, del Dúo Dominico (no es errata: he puesto “dominico” a posta), canción que nos hace regresar a nuestra infancia y que… hombre, no es que esté mal, es animosa y todo eso pero, después de once veces diarias, por tierra mar y aire, pues, en fin, cómo decirlo…
No es lo único en estos días que rejuvenece. Ayer mismo, en Telemadrid, en un concurso muy simpático que se llama “Atrápame si puedes”, el presentador, Luis Larrodera, le preguntaba al concursante quién era el actual seleccionador nacional de fútbol. El hombre se lo pensó un poco y respondió: “¡Julen Lopetegui!” Y, para mi absoluto pasmo, Larrodera gritó, alborozado: “¡Correctooo!”. ¿Cuándo se grabó ese programa? ¡Lopetegui fue destituido hace casi dos años! ¿Llegaremos a ver a Jordi Hurtado preguntarle a alguien, cualquier día de estos, cómo se llama la madre del actual Rey de España, y que la respuesta acertada no sea Sofía de Grecia sino Isabel de Farnesio?
Seguimos aguantando. Hacemos lo posible, y lo imposible, para no perder el humor. Porque sabemos que andrà tutto bene. Eso es lo que verdaderamente importa ahora mismo. Ánimo, pues.