Hoy estaba citada a declarar ante el juez del Supremo Pablo Llarena. Tras varios días de especulación con la posibilidad de que Anna Gabriel se convirtiera en el segundo prófugo de la justicia española que ha dado el procés, la ex diputada tuvo a bien elegir un diario suizo para confirmar ayer a primera hora su negativa a declarar. “No iré a Madrid”, una declaración no libre de ese matiz expiatorio tan propio del nacionalismo, en cuyo lenguaje, el topónimo de la capital de España adquiere siempre un halo de perversión frente al que cualquiera pasa a ser directamente un indefenso David determinado a vencer al Goliat en el que necesita creer, aunque sea sólo para auto-conferirse toda bondad, inocencia y ausencia de mácula.
Quizás la verdad hay que buscarla en lo que intenta tapar el relato gallardo que urde Gabriel. El pesar del exilio que blande la huida pretende dibujar una gesta heroica ejemplar que queda desmontada por la cruda realidad. Y es que la hazaña de Gabriel no trascendió como merecería tamaña gesta y no fue la protagonista quien lo relató en su intervención ante la militancia cupera el domingo, sino que prefirió un breve en un rotativo suizo para el anuncio. Al traste con la épica.
Sin embargo, aunque la heroicidad antisistema deja mucho que desear, el juicio sobre la valentía y las bondades de cada cual no debe desviar el objeto de discusión pública. A fin de cuentas, más allá de la extrema izquierda y de la adolescencia política, es conocida la insalvable distancia entre el hombre y el ciudadano, y nadie puede negar que uno puede ser un hombre ejemplar y un pésimo ciudadano, ni que existen ciudadanos escrupulosamente cumplidores cuya calidad humana es merecedora del más absoluto desprecio. Y lo que con certeza sabemos de la ciudadana Gabriel es que ha decidido seguir los pasos de Puigdemont para denunciar e internacionalizar lo que ambos consideran una persecución política.
“Soy más útil libre que entre rejas”, alega Gabriel. Luego sus compañeros, los dirigentes independentistas que desfilan por los tribunales, ¿son inservibles por responder ante la Justicia?
“Soy más útil libre que entre rejas”, alegaba Gabriel, en una emulación del “prefiero ser Presidente que presidiario” de Puigdemont. La pregunta que hay que hacerse a la luz de una afirmación de tal calibre es si la exdiputada considera, como el ex presidente fugado, que sus compañeros, los dirigentes independentistas que desfilan por los tribunales, son inservibles por responder ante la Justicia o si los considera, más bien, unos cobardes y verdaderamente está convencida de su papel de David. Mención aparte merece el hecho que quien vaticina que España no le dará un juicio justo se atreva a especular con la eventual decisión de antemano, como hacía Puigdemont. Y también como Puigdemont, Gabriel sentencia en ese sentido precisamente por su huida al extranjero, porque en ambos casos hacen más de Goliat sus propias decisiones que las de la malvada Justicia española.
Es cristalina la mímesis de Gabriel respecto a la estrategia procesal -por utilizar un eufemismo- del expresidente catalán. Unido esto al hecho de que la CUP se ha convertido en el principal valedor de la candidatura de Puigdemont, viable ya solamente al margen de la ley, parece más pertinente preguntarse si son los antisistema quienes han copiado a Puigdemont o fue este el que se les adelantó. Porque es lógico que la CUP, un partido que hace apenas dos años se negó a desalojar en el barrio de Gracia un local ilegalmente ocupado mientras se enfrentaba a la policía autonómica catalana, huya de la ley. Lo más impensable es que lo hagan imitando al líder del partido que gobernaba entonces y obligaba a los antisistema a someterse a las autoridades, en un ejercicio de aplicación selectiva de la legislación.
Que la actuación de los jueces y del Estado de Derecho sea vista como una persecución por un partido cuyas “juventudes” se han dedicado a inundar las calles de carteles con las caras de representantes públicos con ideas opuestas a las suyas, o con eslóganes como “Señalémoslos”, tiene cabida dentro de los esquemas mentales de cualquier demócrata. Lo que sucede en Cataluña es que hace mucho que la supuesta voz de la moderación ha querido ser más incendiaria que nadie en su enfrentamiento contra las instituciones democráticas españolas. Artur Mas, en su día, animó a las masas a acompañarle a las puertas del TSJC, en un ejercicio inaudito de presión a la actuación judicial. Puigdemont llamó a la ciudadanía a increpar a los alcaldes contrarios al 1-O hace pocos meses. Cuando ayer Gabriel anunció su huida no estaba siguiendo la estela de Puigdemont, estaba recuperando la suya.
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