Como soy defensor de que cada uno es muy libre de perder el tiempo con lo que le apetezca, no veo impedimento a que una persona ocupe sus ocios en hacer cábalas numéricas, astrológicas o fie sus decisiones en base a una serie de cartulinas llamadas Tarot. A servidor, por ejemplo, le gustan los cómics de super héroes. Todo sea por la ficción y evadirse un ratio de la dura realidad. Una buena amiga, que pertenece a esa cofradía en la que tiene más valor el día y la hora en que naciste que tus antecedentes penales, me ha confiado que el 2022 será un año crucial. Esta amiga, una bellísima persona, aduce que la suma del guarismo anual da seis y que este número representa la feminidad -al loro, Montero y amigues-, lo artístico, el equilibrio, la responsabilidad y la armonía. O sea, una versión ocultista de Disneylandia. También me ha explicado con la misma seriedad con la que un físico podría hablar de Planck y la teoría cuántica, que las personas que tienen al seis como número son seductores, desprendidos, talentosos, taciturnos y soñadores, amén de celosillos.
Tenemos a un PP que no sabe si sube o si baja y se contenta con ponerse gallito con Garzón en lugar de ir a por todas contra la banda que nos gobierna
Aquí he tenido que detener su perorata, temeroso de que se pusiera a levitar, porque estas cosas hay que prevenirlas, que el techo de mi casa no está como para encontronazos craneales. Ante una copita de Remy Martin y unas pastas le he contestado que servidor no cree en tales pamemas, pero que también pensaba que el año nuevo iba a ser de todo, menos tranquilo, y le he expuesto mis razones sin necesitar cartas, péndulos, varas de zahorí o bolas. De cristal, no sean mal pensados. Será un año cuesta arriba porque tenemos una deuda pública que asciende a 1.432.228 millones de euros, superando al PIB de lejos y creando una situación de inestabilidad financiera que, de no ser por Europa, llevaría al bono español a la condición de basura. Cuenten también con la inflación que sube y sube, con el aumento de tributos, consumos, y las empresas que cerrarán. Añadan la inestabilidad política del Gobierno, al que cada día le crecen personas verticalmente desafiadas según lo políticamente correcto, es decir, enanos. Añadan la crisis territorial que tiene en las vascongadas a peneuvistas y bilduetarras peleándose como fieras a ver quien se queda con el caserío o la de Cataluña, con junqueristas y puigdemontianos dándose de navajazos por las esquinas, solo que en este caso en lugar de caserío se trata de la masía. Año difícil porque la inmigración ilegal irá cada día a más, porque Marruecos, sabedor de nuestra debilidad, no se va a contentar con ampliar sus aguas territoriales y querrá dar un golpe de efecto con Ceuta y Melilla, porque tenemos a un PP que no sabe si sube o si baja y se contenta con ponerse gallito con Garzón en lugar de ir a por todas contra la banda que nos gobierna. Eso, por no hablar de una pandemia que nadie acaba de entender, de un casi quince por ciento de desempleados en el que existe un paro endémico nada despreciable o de que nuestra economía dentro de los países de la UE está muy por debajo de Alemania, la primera, llegado incluso a hincar la rodilla frente a la de Chipre, Croacia o Eslovenia. Los décimos, somos.
Ante estas cifras, el seis de mi amiga ha empezado a hacerse pequeñito, pequeñito, hasta desaparecer. Le he servido otra copita de Remy Martin y, con una sonrisa, he dicho que no se preocupe. Si los astros son propicios y el PP sigue bajando en las encuestas, igual el gran Arcano monclovita se decide a convocar elecciones y ganar de nuevo para así deshacerse de sus incómodos socios de gobierno y articular un gran pacto con Casado. Se ha privado al escuchar esto. Es lo que tienen las ciencias ocultas.
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