Opinión

Un año de guerra justa y solidaria de Israel

La masacre del 7 de octubre no solo fue un ataque devastador contra Israel, sino un síntoma de una enfermedad global en la que la violencia contra los judíos sigue siendo tolerada o, incluso, directamente justificada

El ataque perpetrado el 7 de octubre del año pasado por terroristas de Hamás contra Israel ha sido considerado como la peor masacre cometida contra judíos desde el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Este ataque fue brutal en su ejecución y desmedido en su salvajismo, causando no solo un profundo trauma en los ciudadanos de Israel, sino también en la comunidad judía mundial, que volvió a revivir los antiguos temores de pogromos y carnicerías indiscriminadas. Lo que hizo esta agresión aún más devastadora es el hecho de que se ejecutara dentro del territorio israelí, en las propias casas de las víctimas. Los terroristas de Hamás transmitieron en vivo su brutalidad, mostrando con orgullo los actos de violencia deshumanizada que cometían: violaciones, torturas, mutilaciones, asesinatos de niños frente a sus padres, de padres frente a sus hijos, y la quema de personas vivas. La barbarie no conoció límites, y las imágenes de estos actos quedaron impresas en la memoria colectiva de los judíos alrededor del mundo.

El papel de la República Islámica de Irán en este ataque no puede ser ignorado. Hamás, financiado y armado en gran parte por el régimen iraní, actúa como su brazo ejecutor en la región. Sin embargo, no fueron solo los militantes los que participaron en la masacre; miles de palestinos que los medios occidentales califican de "civiles inocentes" se unieron en los actos de violencia. Esta participación masiva revela una sociedad profundamente enferma de odio, donde la violencia es glorificada y la muerte es celebrada como un triunfo. Las escenas de multitudes palestinas vitoreando a los secuestradores que llevaban a más de 250 rehenes como trofeos a Gaza muestran hasta qué punto la deshumanización del otro se ha enraizado la sociedad palestina y del amplios sectores del conjunto de los musulmanes.

Para los judíos, este ataque no fue solo un recordatorio de los horrores del pasado, sino una evidencia tangible de que, en momentos de peligro extremo, podemos contrar con el apoyo fiable de muy pocos. Estamos solos para defendernos. A pesar de la magnitud del ataque y la crueldad de los crímenes cometidos, la comunidad internacional, incluyendo gobiernos y medios de comunicación, no tardó en criticar la respuesta de Israel. Antes de que un solo soldado israelí pusiera pie en Gaza, ya se escuchaban llamados a la contención y a la proporcionalidad. Las condenas al terrorismo de Hamás fueron tibias en comparación con las demandas de moderación hacia Israel. Esta actitud refleja una tendencia devastadora: cuando los judíos se defienden, la simpatía internacional se desvanece, y el foco se pone en los supuestos excesos de su defensa, mientras se ignora o se minimiza la brutalidad de sus agresores.

España, bajo el Gobierno de Sánchez, ha demostrado una hostilidad extrema hacia Israel, participando en una criminalización del estado judío que solo puede entenderse desde una perspectiva obsesiva y compulsivamente antisemita

Un ejemplo claro de esta actitud lo ofreció el presidente español, Pedro Sánchez, quien durante una visita al cruce de Rafah entre Gaza y Egipto acusó gravemente a Israel de cometer crímenes de guerra, mientras que los actos atroces de Hamás fueron tratados con indiferencia o justificación, mereciendo incluso el agradecimiento y la felicitación de los asesinos. España, bajo el Gobierno de Sánchez, ha demostrado una hostilidad extrema hacia Israel, participando en una criminalización del estado judío que solo puede entenderse desde una perspectiva obsesiva y compulsivamente antisemita. Las manifestaciones a favor de Hamás en España, donde se exaltaba la "resistencia" palestina y se glorificaba el terrorismo, no fueron desautorizadas, e incluso miembros del gobierno español participaron entusiastamente en la difusión de mensajes de odio y llamados al genocidio contra los judíos, incluidos aquellos que residen en España. ¿Cómo creen que nos podemos sentir en nuestro propio país?

La defensa legítima de Israel, que busca la liberación de sus ciudadanos secuestrados y la eliminación de una amenaza existencial en forma de Hamás, ha sido constantemente demonizada. A pesar de que Hamás ha utilizado a los rehenes y a su propia población como escudos humanos, el enfoque mediático se ha centrado en criticar cualquier acción militar israelí, mientras los actos de Hamás se excusan o se olvidan y sus mentiras, evidentes y groseras, se aceptan acríticamente. Esta asimetría en el trato es sintomática de una narrativa repulsiva que victimiza a los agresores y castiga a las víctimas.

El secuestro de niños con arma de Hamás

Durante todo el año, Israel ha buscado la liberación de sus rehenes, muchos de los cuales fueron canjeados al principio del cautiverio por decenas de terroristas con las manos manchadas de sangre. Hamás, sabiendo que los rehenes eran su seguro de vida, ha retenido a más de cien de ellos, incluidos dos niños pequeños, en condiciones inhumanas, utilizando su cautiverio como una herramienta para evitar la derrota militar. Mientras tanto, la comunidad internacional, incluida la ONU, observó pasivamente cómo decenas de rehenes fueron asesinados en cautiverio, con una indolencia que sólo puede ser considerada como cómplice.

Los medios occidentales también han jugado un papel clave en la difusión de la propaganda de Hamas. Un ejemplo de esto fue la noticia falsa sobre el supuesto ataque israelí a un hospital en Gaza que habría matado a 500 personas. Cuando se demostró que el ataque fue en realidad un misil de la Yihad Islámica y que la cifra de muertos era mucho menor, estos medios nunca reconocieron que habían caído de nuevo, y a pesar de haber sido prevenidos, en la manipulación de la perversa trama propagandista de los yihadistas. Este tipo de informaciones sesgadas y militantes de medios pretendidamente serios contribuyen a una narrativa que constantemente socava la legitimidad de Israel para defenderse, pero también ponen en la diana a las comunidades judías de la diáspora que, lógicamente, apoyan al Estado Hebreo en la defensa de sus ciudadanos

Cabe asímismo destacar el malvado papel de otros países con amplios intereses en nuestro país, como Catar. No solo es este emirato el principal patrocinador de Hamás, sino que tiene la grave responsabilidad de haber albergado y protegido a su cúpula, mientras posaba de intermediario honesto. La realidad es que, sin su facilitación, los túneles nunca se hubiesen construido, las masacres nunca se hubieran producido y, si hubiesen querido, la guerra hubiese acabado hace mucho con la liberación de todos los rehenes.

Hamás ha sido derrotado militarmente, pero todavía controla la Franja de Gaza, porque los estados árabes no se quieren comprometer a una transición en ese territorio que involucraría su control presencial y la requerida desnazificación de su población durante una serie de años.

Diez mil misiles desde el Líbano

Una vez que el foco de la guerra gira al norte, debemos hablar de nuevo de la Republica Islámica de Irán, que además de Hamás, agrede a Israel, con una guerra terrorista ejecutada por agentes interpuestos, sean estos los hutíes de Yemen o los chiitas libaneses de Hezbullah.

Este último grupo ha lanzado más de 10.000 misiles contra Israel sin que mediara disputa territorial alguna, ni ninguno de los presuntos agravios que se suelen presentar como excusa para el terrorismo palestino. El Líbano es un estado fallido desde hace décadas en manos de la mafia yihadista de Hezbullah, manejada por control remoto desde Teherán. Desde allí  se han lanzado diez mil misiles contra las poblaciones de Israel en lo que constituye un flagrante crimen de guerra que ha encontrado, de nuevo, el connivente silencio internacional.  El hecho de que la República islámica de Irán no haya sido severamente amonestada por la Unión Europea por estos hechos, y por los los dos bombardeos masivos que ha realizado desde su territorio con cientos de misiles balísticos contra Israel, estado al que aspira a aniquilar y hacer desaparecer del mapa en un segundo Holocausto, resulta aterrador.

El triste papel de los militares españoles

La responsabilidad de España en este último episodio de la crisis es especialmente severa. El gobierno de Sánchez, en su obsesión antiisraelí, no ha dudado en condenar el brillante ataque selectivo y quirúrgico, que inutilizó a 3.000 terroristas de Hezbullah, sin causar víctimas colaterales de ningún tipo. Mientras, las tropas españolas desplegadas en Líbano bajo el mandato de la resolución 1701 de 2006 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, nunca han siquiera intentado cumplir su misión de desarmar a Hezbollah, permitiendo que ante sus narices y pasividad, cuando no colaboración activa, los terroristas lanzaran desde territorio libanés misiles que han asesinado a más de cuarenta civiles israelíes, entre ellos a diez niños drusos que jugaban un partido de fútbol.

La masacre del 7 de octubre no solo fue un ataque devastador contra Israel, sino un síntoma de una enfermedad global en la que la violencia contra los judíos sigue siendo tolerada o, incluso, directamente justificada. A Israel solo le queda luchar una batalla solitaria hasta la victoria que, con la sangre de sus hijos, paradójicamente, liberará a España de convertirse en el próximo campo de batalla del violento expansionismo islamista.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP