Opinión

Propósitos de Año Nuevo y debilidad de la voluntad

La llegada del nuevo año trae siempre lo que en el mundo anglófono llaman ‘New Year resolutions’, esos propósitos que nos hacemos de cambiar de vida en aspectos más o

La llegada del nuevo año trae siempre lo que en el mundo anglófono llaman ‘New Year resolutions’, esos propósitos que nos hacemos de cambiar de vida en aspectos más o menos importantes, para adquirir hábitos más saludables, abandonar los malos, o fijarnos metas personales y profesionales. Algunos de esos propósitos, como adelgazar, hacer ejercicio o llevar una dieta sana son bien comprensibles tras los excesos navideños. Un estudio de hace unos años del Instituto Karolinska aseguraba que éste es el momento del año en el que más gente con diferencia decide perder peso y hacer dieta. Posiblemente suceda también con dejar de fumar y otros propósitos que aparecen siempre en las listas, como apuntarse a un gimnasio, correr por las mañanas, ahorrar, estar más con la familia, no perder el tiempo en twitter o aprender un idioma. Los hay para todos los gustos y no falta quien resuelve escribir un libro, ponerse con el Ulises de Joyce o acabar por fin la Recherche, que de todo tiene que haber.

Nada de ello se explica sin la ilusión de un nuevo comienzo o el fetichismo del almanaque, pues cualquier momento sería igualmente bueno para dejar un mal hábito o mejorar nuestro estilo de vida. Sin duda, representa el triunfo de la esperanza sobre la experiencia, como dejan constancia los reiterados fracasos de las resoluciones de años anteriores. También de eso hay estudios y malas noticias. Según las investigaciones del psicólogo Richard Wiseman, quien siguió los propósitos diversos de más de 3.000 personas a lo largo de 2007, a comienzos de año algo más de la mitad de ellas (52%) confiaban en que los cumplirían con éxito. Al finalizar el año, sin embargo, el 88% de los participantes en el estudio habían fracasado. Lo que seguramente no disuadiría a muchos de ellos a la hora de hacerse nuevos propósitos para el año siguiente. ¡Esta vez sí!

Lo interesante del asunto es que muy pocos de esos participantes abandonarían sus propósitos porque cambiaran de opinión acerca de su valor; de ser así no habría sido sido un fracaso, que es como lo vivieron. Al contrario, siguieron convencidos de que perder peso, hacer ejercicio, ahorrar o dejar de fumar era lo mejor que podían hacer; simplemente fueron incapaces de llevarlo a cabo. Consideraban que era mejor hacer una cosa y sin embargo optaron por no hacerla o hacer una cosa contraria, siguiendo un curso de acción que ellos mismos juzgaban peor. Video meliora proboque, deteriora sequor (‘veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor’), que decía el clásico.

No faltan los ejemplos en la vida cotidiana a propósito de aplazar tareas, gastar dinero, el tabaco, la bebida, los juegos de azar, las relaciones sexuales, el uso de las redes sociales y un largo etcétera

La frase del poeta Ovidio es un perfecto resumen de un fenómeno del que hay abundantes testimonios literarios y que ha intrigado a los filósofos desde antiguo como caso típico de irracionalidad práctica. Los griegos lo llamaron akrasia, aunque hoy recibe denominaciones diversas, como debilidad de la voluntad, falta de voluntad o incontinencia. Todos tenemos alguna constancia del asunto por experiencia propia, pues no faltan los ejemplos en la vida cotidiana a propósito de aplazar tareas, gastar dinero, el tabaco, la bebida, los juegos de azar, las relaciones sexuales, el uso de las redes sociales y un largo etcétera. Pensemos en quien ha decidido combatir el sobrepeso llevando una dieta estricta, a pesar de lo cual no se resiste a la bandeja de postres en la comida de Año Nuevo. O en el estudiante que tiene que preparar un examen importante, pero sale a divertirse con los amigos o pierde la tarde con el móvil, sabiendo que debería ponerse a estudiar. Nos suena, seguro.

Por afinar, algún filósofo actual ha propuesto que deberíamos distinguir la akrasia (o acrasia) de la debilidad de la voluntad, aunque no es común. Según Richard Holton, un fumador akrático sería aquel que sabe que debería dejar de fumar, pero no lo hace; para que sufra debilidad de la voluntad hace falta además que adopte la resolución o la firme intención de dejar el hábito, siendo incapaz de mantenerla frente a las tentaciones o los deseos en contra. De acuerdo con lo cual, la primera puede darse sin la segunda, pero difícilmente al revés, siendo ésta la que valdría para el incumplimiento de los propósitos de Año Nuevo.

Para el ateniense sólo podía tratarse de un error de cálculo o de apreciación en las magnitudes relativas de bienes y males, salvando así su posición

El asunto ha intrigado de siempre a los filósofos, si asumimos la tesis socrática de que cuando un agente actúa es porque ve algo bueno en la acción o sus consecuencias. El propio Sócrates achacaba la creencia en la debilidad de la voluntad al vulgo y la rechazaba como un error: cómo vamos a elegir a sabiendas lo malo en lugar de lo bueno, un bien menor a costa de un bien mayor, lo peor frente a lo mejor. Para el ateniense sólo podía tratarse de un error de cálculo o de apreciación en las magnitudes relativas de bienes y males, salvando así su posición. Sólo por un defecto de conocimiento podemos obrar mal.

Suscribamos o no el planteamiento de Sócrates (o que Platón pone en boca de Sócrates en el Protágoras), recoge uno de los rasgos que han marcado la imagen popular de la debilidad de la voluntad. En buena parte de los casos ésta respondería a una especie de miopía intertemporal, que sobrevalora la gratificación inmediata, que ocupa nuestra atención o se nos antoja irresistible, mientras descuenta hiperbólicamente los beneficios futuros que traería dejar de fumar o hacer ejercicio. En no pocas ocasiones a esa distorsión óptica se suma cierta dosis de autoengaño indulgente (¡otro fenómeno de lo más paradójico!) que facilita las cosas: ‘por una copa más no pasa nada’, ‘es un trozo de tarta pequeñito’, ‘a partir de mañana sí voy al gimnasio’. De ahí también que se solape con la procrastinación, a la que va estrechamente asociada, pues muchos casos de debilidad de la voluntad consisten justamente en postergar tareas o actividades sabiendo que tendríamos que ponernos. No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana, que decía Wilde.

Tendemos a representarnos la debilidad de la voluntad bajo la descripción del ‘caer en la tentación’ con más o menos resistencia

Hay otro rasgo notorio en esa concepción popular de la debilidad de la voluntad. Ésta pone de manifiesto el conflicto en el interior del propio agente, que se encuentra dividido. En la representación tradicional los bandos enfrentados están muy claros: de un lado está la razón, la virtud o la obligación; del otro, los placeres, el deseo o la pasión. Por eso, en el pasaje antes citado, Ovidio hace decir a Medea: ‘Si yo pudiera ser más dueña de mí, pero me arrastra contra mi voluntad una fuerza insólita, pues una cosa me aconseja mi deseo, otra mi razón’. Es la pasión ardorosa que siente por Jasón, que se impone al dictado de la razón en la lucha interior. De esa forma, tendemos a representarnos la debilidad de la voluntad bajo la descripción del ‘caer en la tentación’ con más o menos resistencia, como muestran muchos de los ejemplos anteriores.

Algunos filósofos, sin embargo, han puesto en cuestión esa imagen moralizante de la debilidad de la voluntad, o más bien dudan que cubra todas las manifestaciones posibles. Para ello señalan casos de lo que ahora se llama ‘akrasia fría’, donde las emociones y el placer no desempeñan ningún papel, o juegan en el bando perdedor. Más de uno se habrá visto atrapado en alguna fiesta por un interlocutor acaparador, del que no se libra por un sentido de la cortesía mal entendido, a sabiendas de que le arruinará la velada. Tampoco es tan raro que uno asuma compromisos o encargos a los que, todas las cosas consideradas, sería mejor decir que no. Otro día hablaremos de una posibilidad aún más inquietante, como es la ‘akrasia inversa’, tan bien ejemplificada en la literatura por Huckleberry Finn, del que ya hablamos aquí.

Toda la discusión sobre la debilidad de la voluntad viene a poner de relieve la importancia de eso que los griegos llamaban enkrateia, el autocontrol o el dominio de uno mismo, sin el cual difícilmente podremos llevar adelante nuestros fines y proyectos, es decir, la clase de vida que consideramos buena. De esa importancia tenemos hoy corroboración empírica por los trabajos de Walter Mischel acerca del test de la golosina (o malvavisco), un célebre experimento donde estudiaba a niños en edad preescolar para ver si eran capaces de esperar 15 minutos sin comerse la golosina, tras lo cual el experimentador les recompensaría con dos en lugar de una.

Los vídeos de los niños son todo un espectáculo, pero el resultado inesperado del estudio, como mostró el seguimiento posterior, fue que les iba mucho mejor en la vida a aquellos niños que fueron capaces de demorar la gratificación inmediata, pues tenían mayores rendimientos académicos, mejor manejo de la frustración o menos problemas de peso, entre otras ventajas. Nada de lo cual, por cierto, hubiera sorprendido a un pedagogo tradicional como Durkheim, para quien inculcar una disciplina personal en el niño es un objetivo fundamental de la educación, convencido como estaba de que el autodominio es condición necesaria para ser libres.

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