Opinión

El antihispanismo (semejanzas y diferencias con el antisemitismo)

Nuestro mayor enemigo, a diferencia del pueblo judío, no viene de fuera sino de nosotros mismos

Aunque el pueblo judío tiene buenas razones para argumentar una persecución en toda Europa desde hace siglos (cabría plantear su origen en el IV Concilio de Letrán en 1215 que alertó del peligro del trato económico y matrimonial con los judíos) es partir de la “Shoah”, y de la reconstrucción del Estado de Israel, cuando se generaliza el uso del término “antisemitismo” para referirse a toda actuación que tenga por objeto deshonrar, despreciar o atacar a los judíos en el mundo, así como minusvalorar los efectos del holocausto. Están legitimados para sentirse un pueblo perseguido, aunque hoy cuenten con el mayor número de premios nobel, sean dominantes en más de un sector económico y financiero, dispongan de uno de los ejércitos más poderosos del mundo y sean otros los que les teman.

Sin embargo, en pocas ocasiones se ha considerado que los pueblos hispanos tengan razones para reclamar una consideración parecida a pesar de que razones, si bien algo diversas, no les faltarían. A ello se une que nuestro peso en el mundo político y económico, contando con más territorio y población, sea en proporción bastante inferior hoy, cuanto no era el caso hace apenas un par de siglos. Si el antisemitismo refleja el odio a lo semita, el “antihispanismo” mostraría el odio al mundo hispano (cfr. mi libro Historia del odio a España, Almuzara, 2018).

Es cierto que no hemos sido víctimas de un holocausto organizado en campos de concentración, pero sí hemos sido objeto de una campaña organizada que ha llevado a la muerte civil, a la pérdida de la autoestima colectiva y a la decadencia a pueblos enteros. Es cierto que no hemos tenido que abandonar ningún país, al menos como colectivo, pero ello no quita para que la mala imagen de perezosos, desorganizados, impuntuales y fiesteros nos persiga allá donde vamos, debiendo esforzarnos el doble que el resto para demostrar que también sabemos trabajar, emprender e innovar. Es cierto que no se han aprobado leyes dirigidas públicamente a denigrarnos, pero sí que se ha utilizado la manipulación histórica y metodológica para borrar el siglo XVI de la filosofía, la ciencia política, el derecho y las ciencias para ocultar que la modernidad y la ilustración nacieron antes en la Universidad de Salamanca que en las guillotinas de París.

Siendo España la que llegó primero, paradójicamente no cuenta hoy con ninguna posesión en América, mientras Reino Unido, Francia, Holanda o incluso Estados Unidos, mantienen territorios de ultramar.

Es cierto que no podemos alegar que se hayan emprendido procesos específicos dirigidos a nuestro exterminio, pero sí estrategias muy pensadas para lograr nuestra división, enfrentamiento, debilidad y decadencia. No hay más que releer el panfleto inglés del siglo XVIII: “A Proposal for Humbling Spain” para comprobar que el antihispanisno siempre ha favorecido las pretensiones imperialistas del mundo anglosajón. Es cierto que los países hispanos no han sido colonias formalmente declaradas del mundo anglosajón -como sí lo fue Israel de Inglaterra-, pero ello no significa que no hayamos sufrido parecida situación a través de medios más sofisticados. En España, de hecho, todavía contamos con la única colonia en suelo europeo de otro país europeo. ¿Alguien se imagina que de haber tenido España alguna colonia en tierras británicas -lo que habría sido más que una posibilidad, por ejemplo, si la tempestad no hubiera impedido el triunfo de la Gran Armada- siguiera en pie a día de hoy? Antes habrían comprado a varios gobiernos españoles si no nos habían bombardeado antes. Y en América, mientras algunos claman que de haberles conquistado los ingleses en lugar de los españoles no tendrían sus actuales problemas, ignoran que los anglos, de hecho y de comercio, sí les conquistaron…, a partir de 1830, y ahí reside una de las causas reales de su pobreza; por ejemplo, por la inmensa deuda asumida con los bancos ingleses (cfr. Julio Carlos González, La involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios). Por cierto, que siendo España la que llegó primero, paradójicamente no cuenta hoy con ninguna posesión en América, mientras Reino Unido, Francia, Holanda o incluso Estados Unidos, mantienen sin que nadie se queje, a pesar del proceso descolonizador de la ONU, territorios de ultramar.

Hay otras diferencias. Los judíos están orgullosos de su ser y de su pasado, y reaccionan “todos a una” frente a los ataques foráneos. Los hispanos aceptamos acríticamente la versión de nuestra historia que más nos perjudica, creada por agentes interesados, buscando en otro hispano, vivo o muerto, antes que a cualquier extranjero como causa de nuestros males. Del mismo modo, el judío no ha tenido que cambiar de gentilicio ni ha pretendido esconder su origen real mientras el hispano cuando no niega directamente su procedencia o a sus antepasados los esconde modificando su apelativo: de hispanos a latinos.

Judíos e hispanos tienen más en común de lo que parece. Los dos han puesto por encima de su interés nacional defender la religión que los identifica

Ciertamente, nuestro mayor enemigo, a diferencia del pueblo judío, no viene de fuera sino de nosotros mismos (los hispanobobos), pero ello no quiere decir que no existan agentes foráneos claramente identificados que han diseñado y mantenido a través de cinco siglos la más formidable estrategia de propaganda que se ha fabricado contra un modelo cultural. Curiosamente (¿o no?) esa estrategia comienza a partir de la expulsión de los judíos de España.  Pero no se debió al interés personal de los reyes católicos (que estaban rodeados de judíos), ni fue la primera, ni la última ni la más grave. De hecho, las expulsiones empiezan en Inglaterra y Gales (1290) y en Francia (1182 y 1306) y luego siguen en Viena (1421) y otras zonas de Europa central y del este tras 1492. Todavía en pleno siglo XVIII, existía en la ciudad de Fráncfort un estatuto, que se mantenía vigente desde la edad media, que limitaba el número máximo de familias judías a 500, las cuales debían vivir además en un gueto amurallado (el Judengasse) con limitada libertad de movimientos y debiendo (hasta 1726) llevar señales identificativas. Nada de esto pasó en España.

Judíos e hispanos tienen más en común de lo que parece. Los dos han puesto por encima de su interés nacional defender la religión que les identifica. No habría hoy religión judía sin ese empeño y la Iglesia católica no sería mucho más que la religión regional de Italia sin el esfuerzo evangelizador de los hispanos. Además, los sefarditas forman también parte del mundo hispano y son paralelamente los que más herencia semita aportan al mundo judío. Estudios recientes de genética de poblaciones muestran que el 19,8% de la población española actual tiene sangre judía ―mientras solo el 10,6% sería de herencia morisca, del norte de África― lo que sería imposible si la expulsión hubiera sido mayoritaria.

El mundo hispano debe aprender del mundo judío a defender su legado y su dignidad, haciendo frente unidos a los ataques allí donde surjan. No podremos constituir tal vez una “Commonwealth” pero sí una “Commonculture” porque, como señala M. Gullo, en el mundo hispano el poder no era la medida de todas las cosas, ni tampoco lo era la riqueza, sino que lo bueno era lo que fuese justo. En este sentido el mundo hispano ha sido una “excepción histórica”. ¿Por qué no recuperar nuestro legado común? ¿Por qué no crear partidos panhispanistas en nuestros países? Ha llegado el momento de hacer frente al antihispanismo. Ni un paso atrás.

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