Opinión

Apalaurreandía

Así denominan en tierras vascas a la abrumadora merienda que comen antes de la cena. Es tan colosal, tan gargantuesca, que bien pudiera ser la que tomó Gabriel Rufián cuando

Así denominan en tierras vascas a la abrumadora merienda que comen antes de la cena. Es tan colosal, tan gargantuesca, que bien pudiera ser la que tomó Gabriel Rufián cuando se produjeron los graves hechos protagonizados por el separatismo.

Apunten los elementos que la componen, según Luis Antonio de Vega en su imprescindible 'Viaje por la cocina española', con permiso de los abertzales: andiazbilla (salchichón), maginchetac (quisquillas), ceciña (cecina, uno de los muchos castellanismos que encontramos en el vascuence), percebíac (percebes, otra que tal baila), andolipak (sopa con abundante chorizo), sardiñentxikiak (anchoas), maskatia (bacalao a la vizcaína), okeletak ((chuletas), txipiroiac (calamares) y errejatiak (asados). Todo ello se riega con txacolí o con una bebida dulce a base de vino denominada ardaurgogatza. Y de postre, leche frita, pasteles de Vergara, fruta del tiempo, café, licor y puros.

Imaginamos a Rufián y a Tardá felices ante unos manteles tan homéricos, repletos de vituallas, sentados al lado de Arnaldo Otegi, Carles Sastre y alguna que otra socialista, quejándose de las crujías que les toca sufrir en este régimen heteropatriarcal y fascista que llamamos España. Torra también se sentiría como en su casa en tan singular reunión. Vive tan deprimido que, por una parte, afirma pomposo que no aguanta ni un minuto más en esta tierra para, al instante, aumentarse un cinco por ciento su ya de por sí jugoso sueldo. Cobrará el doble que el presidente del gobierno español. En materia de emolumentos, los separatistas son como la Apalaurreandía y no reparan en gastos, especialmente cuando son otros quienes se los sufragan.

Viven con las harturas tan bien satisfechas que poco o nada se han ocupado de otra cosa que no sea mantener su estatus al precio que sea. He ahí una de las claves de este asunto llamado proceso. ¿Han reparado ustedes en la inmensa procesión de mediocridades que ha desfilado por la sala, entre acusados, letrados y testigos políticos catalanes? ¿Entienden ahora la razón por la cual se están agarrando como a un clavo ardiendo a la farsa de la independencia? Es evidente que, sin toda esa martingala, esta gente estaría trabajando de reponedor en algún oscuro supermercado de barriada, dicho sea con todo el respeto que tengo por esos trabajadores.

No hay ni un gramo de inteligencia, de brillantez, de genialidad en estas gentes oscuras, grises, bobas y pagadas de sí mismas

No hay ni un gramo de inteligencia, de brillantez, de genialidad en estas gentes oscuras, grises, bobas y pagadas de sí mismas. De la chulería de niño repipi a la del perdonavidas matón de barrio, de la falsía de vieja del visillo a la estulticia de mala de película de serie B, nada hay en que pueda justificar que fuesen tanto tiempo la élite gobernante de Cataluña. Son tan burdos, tan rufianes, si se me permite el juego de palabras facilón, que, una de dos, o en mi tierra no hay más cera que esta, o se lo han organizado divinamente para que nadie pudiera hacerle sombra a base de exclusiones, zancadillas y patadas por debajo de la mesa.

Algo hay de ambas cosas. La política catalana ha sido desde el minuto cero de la transición una broma privada entre los de siempre, los que mandaron con Cánovas, con Primo de Rivera, con la república, con Franco, ahora con la democracia y mañana con lo que venga. Quieren sentarse a mesa puesta solamente con los suyos, sin pensar para nada en el resto de sus compatriotas. No es baladí que Rufián, que no sabe distinguir entre una sala del Supremo o un parlamento y unos billares de mala muerte, mencionase que acudió a ver el motín como el que va a merendar. Lógico. Su vida, la de el y la de los suyos, consiste en una continua y eterna merendola sin mayor responsabilidad que engullir a dos carrillos lo que se tercie. El resto da igual, si hay que decir hoy blanco y mañana negro, da lo mismo. Sabe que nadie le pedirá cuentas por haber dicho que iba a estar solo dieciocho meses en el congreso y luego se iría, porque lo de la república era cosa inmediata, y ahora vuelva a presentarse de nuevo. Son tan majos los votantes lazis.

Lo que nos lleva a una conclusión terrible. Si esta tropa es un compendio de mediocridad, nivel ínfimo y personalidades egocéntricas, ¿cómo debemos pensar de aquellos que les votan? He ahí el auténtico drama catalán, el de una masa de dos millones que, hagan lo que hagan los suyos, siempre lo encontrarán óptimo, adecuado, valiente, sagaz, justo e incluso brillante. Insisto, hagan lo que hagan. Son personas que se sentarían tan ricamente con Otegi en una Apalaurreandía a triscar viandas como si no hubiera un mañana.

Ya me disculparán, pero es imposible calificar esto de otra forma que no sea fascismo, grosería, baja estofa y gula

Ya me disculparán, pero es imposible calificar esto de otra forma que no sea fascismo, grosería, baja estofa y gula. Gula de poder, de dinero, de cargo, gula de tragón bulímico, de aquel que come más con los ojos que con la boca. Totalmente opuesto al epicúreo político, que degusta sin tragar y saborea sin engullir.

Triste clase dirigente y más triste aun el electorado que la sustenta. Porque ambos son voraces y jamás tendrán suficientes viandas para su gusto. Sépanlo quienes están en la idea de que podrán cocinarles un guiso que les acomode y se den por bien cenados.

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