Opinión

Apoteosis de 'lo público'

Si España sobresale a nivel mundial por eficiencia en el sector sanitario es debido a una inteligente alianza de “lo público” con “lo privado”

La reciente manifestación progresista madrileña “a favor de la sanidad pública”, remite a una enfermiza ideología comunista que habiendo sido derrotada –junto con sus despiadadas miserias– por la historia, se quiere resucitar en la calle cuando las urnas no les resultan favorables.

El dogma progresista de “lo público” suena intelectualmente a una frase cómica, pues carece de contenido lógico; se trata de un mantra ridículo para confesos militantes del comunismo, una religión política reñida con los datos, la racionalidad y sobre todo la libertad. Como el “dinero no es nadie” –se dijo y asumen los progres- apelar a la eficiencia económica de su uso por parte del Estado, para el progresismo patrio –no el del norte de Europa- ni se les pasa por la cabeza.

Lo público, es una frase mágica, incuestionable, y panacea universal para resolver cualquier asunto ya sea real o inventado, convertida en un criterio de demarcación frente a “lo privado” propio de los liberales, los conservadores, la derecha y los fascistas. En su delirio ideológico, nuestros progresistas –no los europeos de referencia, como veremos– confunden los servicios que se financian con los presupuestos generales del Estado con su materialización también por la función pública.

Cuanto más gasto público sea gestionado directamente por el Estado, menos y peores servicios recibirán los ciudadanos

Nadie habrá oído jamás a un progresista utilizar la palabra eficiencia; su credo solo incluye la palabra gasto, que sacralizan hasta el punto de que “cuanto más mejor”, incluso si como sucede habitualmente cada vez se prestan peores servicios públicos con más recursos económicos. Si en el pasado, con un menor volumen de gasto y endeudamiento público la confusión del origen y materialización del gasto se pudo mantener, ahora es ya imposible de defender. Y la razón es muy clara: el Estado es mucho más ineficiente que las empresas en la gestión de los recursos. Por tanto cuanto más gasto público sea gestionado directamente por el Estado, menos y peores servicios recibirán los ciudadanos.

¿Alguien puede sostener que la magnífica gestión de la recogida de basuras en la ciudad de Madrid, que se presta sin fallo todos los días del año, podría ser llevada a cabo al mismo nivel de excelencia directamente por el ayuntamiento y con menor coste? ¿Quién se atrevería a dar marcha atrás a la externalización de servicios públicos sanitarios que permiten que nuestra sanidad pública funcione razonablemente bien? ¿Saben nuestros progres que en Europa del norte son los ciudadanos “privados” quienes tienen –por obligación legal– que limpiar sus aceras en vez de esperar que lo hagan los empleados públicos? ¿Saben que en Cuba el transporte es necesariamente público e incluso gratuito, cuando existe; casi nunca?

En sanidad, si España sobresale a nivel mundial por eficiencia –resultados versus costes– es debido a una inteligente alianza de “lo público” con “lo privado”, que habrá que seguir desarrollando; y que tiene en Madrid todo un buen ejemplo. Ni uno solo de los recientes manifestantes ha cuestionado con datos –los desprecian– que la sanidad madrileña sea la mejor de España y junto con la de Estocolmo –según la UE- las mejores de Europa. El Estado moderno con la imprescindible contribución de los socialistas de todos los partidos se ha convertido en un grandísimo elefante artrítico cuya alimentación es cada vez más costosa y sus servicios menos eficientes.

La presión fiscal y el adicional endeudamiento público no pueden seguir aumentando sin fin en una economía globalizada, de manera que no queda otro remedio que volcarse en la “eficiencia”

Es un lugar común entre los países más serios y responsables hacer autocrítica del Estado de Bienestar con una conclusión incuestionablemente compartida: su posible mantenimiento solo será llevadero mediante amplias y persistentes mejoras de la eficiencia; es decir, haciendo igual o más con menos. La presión fiscal y el adicional endeudamiento público no pueden seguir aumentando sin fin en una economía globalizada, de manera que no queda otro remedio que volcarse en la “eficiencia”, esa palabra que recuerda a la cruz que ahuyentaba a los demonios en nuestros libros infantiles cuando se le muestra a nuestros progres.

Frente a este gran desafío España puede elegir dos caminos: el austral y muy fracasado modelo argentino o el boreal escandinavo. Se atribuye a Eva Perón aquello –y ahora muy de moda progre en España– de que “cualquier necesidad social es un derecho”, una frase tan demagógica como contraria a los hechos históricos. Y es que el coste de los derechos hay que financiarlo… ¿con políticas económicas que llevan a sucesivas quiebras de la economía y a su persistente retraso.?

Suecia, un admirable país que junto con los demás escandinavos desprecian nuestros –“argentinos”-progresistas, se ha convertido en la referencia mundial para el sostenimiento del Estado de Bienestar, que los manifestante de Madrid quieren evitar.

Veamos que nos dice de Suecia, el gran especialista Joahn Kreicbergs, en su ensayo Twenty five years of Swedish reforms:

  • Entre 1870 y 1970, Suecia –junto a Suiza– fue el país con mayor crecimiento de la renta per cápita, hasta alcanzar el 4º puesto del mundo.
  • Desde los pasados años 70 hasta los 90, de tener bajos impuestos, Suecia pasó a tener los mayores, mientras la rigidez laboral no cesaba de aumentar y el empleo privado se estancó mientras crecía el público. Su renta per cápita pasó del lugar 4º al 14º del mundo.
  • Con las reformas liberales de las últimas décadas: el empleo público se ha reducido y el privado aumentado, mientras que la renta disponible de los hogares que crecía al 0,7-0,8% anual entre 1976 y 1995, se disparó al 3-3,2% entre 1996 y 2011.
  • Tras establecer por ley la obligación -allí cumplida- de un superávit del presupuesto del Estado del 1%, la deuda pública que llegó a alcanzar el 80% del PIB ha venido descendiendo -incluidas las crisis internacionales– sistemáticamente hasta poco más del 30%.
  • Los ministerios suecos, antes de plantear un nuevo gasto deben decidir cuales otros reducen previamente.
  • Las pensiones públicas, tienen prohibido –y se cumple- el déficit.
  • Los impuestos de la renta de personas y empresas se ha reducido mucho.
  • Los “cheques” para el uso de las prestaciones de servicios públicos como la sanidad, la educación y la búsqueda de empleo, por medio del Estado o las empresas privadas se ha generalizado, mientras que la libertad ciudadana se inclina cada vez más por la gestión privada.

Como consecuencia de la metamorfosis de su estado del bienestar, Suecia ha vuelto a crecer y crear empleo mientras disfruta de una realidad macroeconómica sólida y equilibrada. ¿Sabrá o querrá saber algún manifestante progresista lo que se acaba de contar de Suecia? ¿Saben que Argentina, antaño un país mucho más rico que Suecia, lleva décadas y décadas estancada en la pobreza?

Ante la escasa o nula afición progresista por el contraste empírico de las datos que configuran el progreso de las naciones, y los nefastos resultados de las políticas de Zapatero y Sánchez, esperemos que en las próximas elecciones seamos muchos más los que apostemos por un esperanzador horizonte borear frente a la fracasada alternativa austral.

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