Catorce estrofas necesitó Goethe para describir los desastres que produce el exceso de amor propio. Así le ocurrió al pupilo de un anciano mago, cuando, liberado de la supervisión de su maestro y movido por su arrogancia, decidió probar sus poderes insuflando vida a una vieja escoba, a la que concedió una cabeza y dos brazos para que esta le preparase un baño.
La escoba, tallada en sus reflejos de la repetición, no se limitó a llenar la bañera, sino cada cuenco que halló en su camino, hasta producir una inundación. Atrapado en su megalomanía o su estupidez, el aprendiz olvidó el conjuro que pudiera detener el hechizo y, desesperado, la emprendió a hachazos contra la escoba, que se multiplicó en dos aún más empecinadas y hacendosas.
Tocado por la misma petulancia del aspirante a hechicero, Pedro Sánchez ha desatado un hechizo que no consigue detener
Tocado por la misma petulancia del aspirante a hechicero, Pedro Sánchez ha conseguido una escoba propia que le permita permanecer en Moncloa. Su deseo, pueril como el baño del aprendiz de Goethe, lo ha llevado a oficiar un conjuro que ya no puede parar y que lo obliga a incurrir en sus más desesperadas ideas, incluida la de presionar a la abogacía para pagar el precio que ERC ha colocado a la abstoención tras la sentencia del Tribunal Europeo.
Secuestrado por sus propias escobas, Sánchez ha convertido en normales cosas que no lo son: llamar conflicto político a una reyerta secesionista, sentarse a negociar con un partido contrario a la estructura de España, permitir que sea un hombre juzgado y encarcelado quien gire la llave de la puerta de Moncloa, normalizar a la izquierda abertzale en la vida política, con alfombra roja incluida, y ya ni hablar de su uso ambiguo del lenguaje.
A diferencia del poema de Goethe, no hay quien meta en el armario al ejército de escobas del Sanchismo
Hasta al fútbol llegó el hechizo. Esta semana, el sarampión amarillo rebrotó en el clásico Barça-Real Madrid, un encuentro que prometía desencadenar tsunamis, y aunque acabó en chirimiri, consiguió desplegar dentro del Camp Nou la pancarta: "España, siéntate y traga" -Carlos Alsina dixit-. Descarrila la investidura, astillada como el palo de una escoba.
A diferencia del poema de Goethe, en el que el mago regresa y salva de la hecatombe a su frívolo pupilo, no hay quien meta en el armario al ejército de escobas del sanchismo. Para muestra, el posado de Adriana Lastra junto a ERC y EH Bildu, un encuentro en el que hasta a Simancas se le quedó cara de bufón de Velázquez cuando oyó lo de autodeterminación, acercamiento de presos y plurinacionalidad.
Andan sueltas las escobas de Sánchez, llenando cada cubeta vacía con el agua de borrajas de sus ocurrencias . ¿Quién las meterá en el armario?
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