Hace una semana nadie hubiera podido imaginarse que Pere Aragonès iba a reaccionar así. Después de ver cómo los diputados de En Comú-Podem le tumbaban los presupuestos, el President decidió seguir el ejemplo de Pedro Sánchez y convocar elecciones, cogiendo con el paso cambiado al resto de fuerzas políticas. En vez de a finales de año, como todas tenían previsto, la jornada electoral se celebrará el domingo 12 de mayo, como quien dice ya mismo, y más si tenemos en cuenta que el calendario viene trufado de celebraciones: Aún nos quedan por pasar, de aquí a entonces, la Semana Santa, Sant Jordi y el primero de mayo, días festivos que los exhaustos electores catalanes aprovecharán para descansar y huir, en la medida de sus posibilidades, de su vida normal y de la fiebre de la campaña electoral. Y es que una vez producido el cambio al horario de verano, lo que menos va a apetecer a una ciudadanía agotada de palabrería política es un mes más de mítines y carteles con caras variadas colgando de las farolas. Incluso me atrevo a aventurar que la principal preocupación del ciudadano medio será la posibilidad de que se les convoque a formar parte de una mesa electoral, y su objetivo buscar excusas para evitar esa circunstancia en caso de que se produzca.
Pero una vez pasada la sorpresa inicial, la convocatoria de elecciones no parece ser la peor opción por la que podía decantarse Esquerra, dadas sus circunstancias. Con este adelantamiento en el calendario electoral consigue varias cosas a la vez. A saber, desconcierta y prácticamente anula las posibilidades de que nuevas candidaturas independentistas que estaban empezando a gestarse, como la de la ANC y el nuevo partido liderado por la fugada Ponsatí y el pintoresco Graupera (el filósofo y pertinaz tuitero que perdió las elecciones al Ateneo de Barcelona, que es como perder las elecciones a presidente de su comunidad de vecinos) puedan tener tiempo suficiente para elaborar listas en las cuatro circunscripciones y diseñar una campaña electoral en condiciones. A la CUP, que lleva mucho tiempo fuera de juego lastrada por su funcionamiento asambleario, le roba también los meses que necesita para volver a encontrar un mensaje claro que vuelva a ponerles en el foco de su posible electorado, con lo cual se quita de golpe a tres opciones que beben de su mismo caladero político.
Otra cosa es lo que pueda ocurrir con Alianza Catalana, el partido de ultra derecha independentista liderado por la alcaldesa de Ripoll, Silvia Orriols. La multa de 10.001 euros que le impuso el departamento de Igualdad y feminismos (atención al nombre) de la Generalitat por haber dicho que “El islam es incompatible con los valores de Occidente” lo convierte en un mártir, le da la campaña hecha, y facilita mucho su posible entrada en el parlament. La idea de potenciar este partido a base de castigarlo pudo parecer magistral a alguna cabeza pensante del actual govern, creyendo que su crecimiento iba a ser solo a costa del gran rival Junts, pero no está tan claro que no acabe pagando el precio también la propia Esquerra. Veremos si la jugada maestra no les sale al final por la culata por pasarse de listos.
Los socialistas tendrán que lanzarse a la campaña sin saber con qué se van a encontrar cada día en los titulares de la prensa. Muy difícil
Respecto a los dos grandes rivales, PSC y Junts, convocar ahora es mucho más conveniente que hacerlo el próximo otoño. El PSC se presenta con la herida de la aprobación de la ley de Amnistía en la carne viva de muchos de sus votantes, esos que en anteriores elecciones se decantaron por Ciudadanos y votaron después al PSC como mal menor y más plausible opción constitucionalista. El problema es que no hay margen para que el electorado socialista con cierto sentido moral asuma y olvide, porque la campaña electoral empieza ya. Tampoco se lo pone fácil a Illa su pasado como ministro de sanidad en la pandemia y lo que quede por salir en cuestión de contratos más o menos irregulares. La marea del caso Koldo puede ponérselo muy difícil, no se sabe lo que la ola de corrupción socialista va a dejar en la orilla diaria. Los socialistas tendrán que lanzarse a la campaña sin saber con qué se van a encontrar cada día en los titulares de la prensa. Muy difícil.
En cuanto al gran enemigo, porque no hay peor cuña que la de la propia madera, el adelanto cae como una bomba en la planificación de Junts. Ya que no ha podido entrar en Cataluña el domingo de Ramos a lomos de un burro, como un nuevo Mesías de la republiqueta, al medroso Puigdemont le venía mejor que las elecciones fueran dentro de unos meses con todos los flecos complicados de su llegada más o menos solventados. Ahora mismo la ley de Amnistía recién aprobada no le acaba de garantizar que su trayectoria judicial sea cosa del pasado, por lo que su candidatura, que hubiera sido indiscutible en otoño no está ahora del todo clara. Punto para Aragonès.
En el lado oscuro de la luna, esa mitad de Cataluña que no cuenta en las estrategias del poder, las cosas, por una vez, no están del todo mal. El mayor número de escaños a repartir en las tres provincias minoritarias determina que es posible que los partidarios de uno y otro partido voten sus opciones preferidas con opción de que ambas salgan. Los populares se beneficiarán de la inercia de su tendencia ascendente en las encuestas y a poco que se mueva y lo haga bien Alejandro Fernández, su previsible candidato, conseguirá muchos más votos que en la anterior convocatoria en la que se vio lastrado por la terrible crisis a la que abocó al partido la aciaga gestión de Pablo Casado. Vox no se beneficiará esta vez de la debilidad de su oponente, ni tampoco de la novedad que supuso su irrupción en la anterior convocatoria electoral. Esta vez tendrá que salir a pelear como un partido más. Lo importante es que ninguno de los dos olvide quién es el verdadero enemigo y que no dediquen la campaña a machacarse entre ellos. Las guerras fratricidas producen desaliento en un votante ya muy cansado de nadar contra corriente y harto de traiciones.
Cuando los ciudadanos abran el grifo y no salga nada más que aire y frustración las opciones políticas del partido en el poder cambiarán de forma radical
A ciudadanos la convocatoria le ha llegado como la última palada de tierra sobre la tumba. Ha sido un partido zombie estos últimos años y su única opción de supervivencia es unir su destino a los populares. Triste destino del que fue el ganador de las elecciones del 17. Aquella huida de Inés Arrimadas determinó su final.
Pero hay un factor de mayor importancia que las luchas partidistas y que ha intervenido de forma fundamental en la convocatoria de las elecciones. La falta de agua. Esquerra es incapaz de gestionar los grandes temas reales, los cuadros han sido siempre de Junts y tras su salida del govern los de Esquerra se han visto superados por la magnitud del problema. Después de años dedicados a la farfolla, a las embajadas exteriores y al teatrillo, la sequía les enfrenta a sus carencias profesionales y a la realidad. Si las cosas siguen así y no llueve, en otoño habrá restricciones en el área metropolitana de Barcelona. Y cuando los ciudadanos abran el grifo y no salga nada más que aire y frustración las opciones políticas del partido en el poder cambiarán de forma radical, porque el agua es el único asunto serio de este circo de diez pistas que es la política catalana. Mejor ahora, que todavía tenemos agua que arriesgarse a convocar cuando ya no la tengamos.
En fin, Aragonès ha puesto en marcha una bola cuya trayectoria podemos aventurar sin estar demasiado seguros de nada. Porque no se trata de hacer carambolas a tres sino de un complejo snooker con decenas de bolas chocando a la vez y emprendiendo viajes diferentes sobre el tapiz político. Lo bueno es que no tendremos que esperar mucho tiempo para saber quién gana la partida.
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