Los motivos para pelear llevan siendo los mismos desde el principio del ser humano: avaricia, envidia, egoísmo, intolerancia… Siempre han sabido encontrar armas para perpetrar sus guerras. No es más culpable la bomba atómica que la piedra de sílex del primer puñal. Lo mismo pasa con los mercados financieros que se les culpa de las crisis cuando las herramientas son inocentes, los culpables son algunos de los que las usan.
El origen de los mercados financieros es muy antiguo. Quizás el primero fue el fórex, imprescindible para el comercio entre estados –e incluso ciudades- que utilizaban diferentes monedas. Podemos decir que se remonta al propio trueque el asignar un valor de intercambio entre diferentes productos. Mientras el mundo comercie entre sí y las divisas sean diferentes, es imprescindible que exista un mercado que asigne precios a esas transacciones. El que haya quien apueste a la variación de esos precios o que mueva su dinero a la moneda que mejor cotice no es culpa del fórex. Y lo cierto es que la especulación ayuda a que haya suficiente profundidad cuando una gran empresa necesita cambiar un gran volumen de una divisa a la otra por motivos comerciales pero esa misma especulación sin control y dominada por unas pocas manos poderosas pueden mover flujos de dinero de tal forma que pueden hinchar la economía de un país cuando llegan, y desinflarlo cuando lo retiran, como bien saben algunas naciones emergentes.
Algo similar ocurre con las materias primas. Es necesario que existan precios de transacción y la existencia de un mercado con muchos participantes ayuda a ello, pero la especulación sin medida puede afectar la economía de muchos países e incluso la del planeta entero. ¿Es culpa de que exista un mercado? No. Lo que hace falta es una mejor regulación para garantizar que la negociación no pueda ser corrompida.
Es muy difícil valorar qué movimientos de los precios de las materias primas ayudan o perjudican al conjunto porque por ejemplo la agricultura es la principal producción de los países más pobres luego una subida del azúcar o del café es una gran noticia que mejora su calidad de vida mientras que un encarecimiento del arroz o las legumbres puede ser negativa si es la base de su consumo… y ocurre lo mismo con el resto de las materias primas, muy difícil discernir cual sería el nivel de precios ideal que contentara a la mayor parte de la población mundial. Es absurdo intentar determinar precios desde un gobierno.
El origen del mercado de deuda y el de la renta variable en el fondo es el mismo porque ambos nacen para conseguir financiación, bien comprometiéndose a pagar unos intereses por el capital, bien cediendo una porción de una empresa y renunciando con ello a parte de los beneficios (dividendos). Si ninguno de esos mercados existiera, muchas inversiones públicas y privadas no podrían hacerse. Para crecer hay que invertir y muchas veces no es suficiente con los fondos propios, hay que endeudarse y que exista un mercado para poner en contacto el ahorro de muchos con las necesidades de financiación de otros para sacar adelante proyectos. No sólo es beneficioso para ambas partes sino que elimina, o al menos reduce, el excesivo poder que pueden tener las grandes fortunas si son las únicas que manejan el crédito. Basta con conocer la historia del excesivo poder de los Rothschild hace 200 años.
Volatilidad de los mercados
Luego está el ataque que sufren los derivados, están en la diana de cualquier crítica a los mercados financieros. Es un error, primero porque la volatilidad en los mercados, la especulación y los efectos nocivos de las crisis periódicas han existido siempre, incluso cuando sólo existían los mercados de contado. De hecho, la mayor caída en menos tiempo de la historia de Wall Street fue en octubre de 1987, mucho antes de que los futuros, las opciones (y últimamente los CFDs) coparan el mayor volumen –en nominal- de las transacciones de los mercados financieros. Lo segundo es que los derivados nacen como instrumentos para reducir el riesgo, no para alentarlo. Poder conocer el coste de un crédito a futuro o pagar una prima para limitar las pérdidas en caso de un desplome bursátil, son herramientas muy útiles para empresas, estados y grandes inversores. Por desgracia, la facilidad que supone apostar a los movimientos de un activo con muy poca garantía de dinero (apalancamiento) resulta una tentación demasiado grande para el ser humano. Tampoco es culpa del instrumento.
En el fondo tener dinero en el banco es hacer un crédito a cambio de beneficios (intereses), exactamente lo que hacen los que invierten directamente en los mercados de renta fija y variable
Es el mismo impulso que nos lleva a jugar a la lotería. Que millones de personas apostemos a diferentes números no daña a nadie, como tampoco daña a nadie que hayan invertido, directa o indirectamente, en acciones o que ayuden a financiar al estado o a alguna empresa comprando deuda. Tampoco lo es que Repsol contrate derivados para cubrirse del riesgo de cambio entre el € (moneda en la que suele cobrar) y el $ (moneda en la que suele pagar) o para garantizarse un precio máximo al que puede comprar crudo en un futuro próximo, por ejemplo.
Cuando se habla de grandes inversores/grandes especuladores muchos son fondos soberanos (que representan los intereses de millones de personas de un mismo país) y fondos de inversión que suman millones de pequeños participantes. Cualquiera de nosotros indirectamente podemos ser parte de todo esto si tenemos un plan de pensiones o incluso un seguro de vida. Y en el fondo tener dinero en el banco es hacer un crédito a cambio de beneficios (intereses), exactamente lo que hacen los que invierten directamente en los mercados de renta fija y variable. ¿Queremos acabar con los mercados financieros? Antes tendríamos que acabar con el comercio, el endeudamiento y la actitud humana de aspirar a tener más.
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