Si viviésemos en un estado donde la moralidad fuera norma de conducta, Armengol, presidenta del por obra y gracia de Junts y el dedo áulico de Sánchez, estaría ahora dimitida, en Baleares y comiendo una coca de trempó, una de las mejores cosas que pueden hacerse en esta vida. También podría meterse entre pecho, con perdón, y espalda, un arrós brut, plato que a servidor le perturba enormemente. Pero doña Paqui ha optado por poner super glue en su poltrona y engancharse a ella.
Dicen en vernácula que as juliol, ni dona, ni cargol, en julio ni mujer ni caracol, ignorando este escribidor la equivalencia entre catar señora y catar gasterópodo, pero doña Paqui ha decidido adoptar la estrategia de ese animalito que a unos gusta tanto y a otros repugna. Se ha encerrado en su concha calcárea y de ahí no sale para explicarnos nada acerca de ella a propósito del escándalo de las mascarillas adquiridas en pandemia a la trama Koldo-Ábalos-Sánchez y demás.
Y que no es grano de anís. Según el PP, doña Paqui adquirió cuando era presidenta de Baleares, con su pancatalismo separata en ristre. 1.468.000 mascarillas FF2. Ignoramos si exigió a dichas mascarillas el nivel C1 de catalán; sabemos que pagó más de tres millones setecientos mil leuros de vellón; que la compra se hizo mediante procedimiento de emergencia, pagándose con la celeridad del rayo la misma. Raro, raro en cualquier administración, como es sabido.
Eso teniendo en cuenta que Anticorrupción le había dicho que había gato encerrado, porque se veía venir que aquellos bozalillos eran más falsos que un euro con la cara del Correcaminos. Todas estas cosas se las estamos contando en Vozpópuli con el rigor periodístico que caracteriza esta casa y les recomiendo que hagan seguimiento de las mismas, porque es para miccionar y no echar un ápice de ácido úrico.
Con esa espada de Damocles sobre su linda cabecita, cualquier político sensato habría presentado la dimisión, porque el cargo que ocupa mi Francis es nada menos que la tercera autoridad del estado. Un cargo que no puede ni debe estar ocupado por nadie acusado de gastarse millones en material inútil que, para más cachondeo, procedía de una red empresarial bajo la lupa de la justicia.
Insistimos, debería cesar sin que nadie se lo exigiese, pero dado el carácter gluteril de la clase política española y de la simbiosis que este mantiene con las poltronas, si ella no quiere irse, que no quiere, Sánchez debería obligarla. Sí, ese Sánchez y esos partidos que pasaron meses y meses haciendo campaña feroz y descarnada contra el M. Rajoy de los papeles de Bárcenas, los que exigían acabar con la corrupción, los que hicieron miles de chistes – alguno incluso bueno – acerca de cobrar con sobrecitos o las indemnizaciones en diferido.
Esos mismos que se revestían con togas de austeros Cicerones contemporáneos, esos periodistas que hacían especiales informativos de veinticuatro horas sobre siete días a la semana, toda esa harka de mediocridades, callan ahora como puertas. Nadie exige a Armengol que dimita. Igual es porque no la ven, escondidita como vive en su cáscara de caracol, ajena al mundanal ruido. Francina es como la ciénaga que la rodea.
Nadie da razón de sus actos, nadie se responsabiliza, nadie tiene la culpa de nada y, como remoquete final, dicen que peor sería si gobernase la derecha, y que si Ayuso, y que si Feijóo y que si Abascal, uy, Abascal, ese sí que encarna todas las plagas de Egipto, pero con barba. Tamaña tomadura de pelo debe acabar, aunque las encuestas digan que todavía - ¡todavía! – hay un veintiocho por ciento de españoles dispuestos a votar de nuevo al Felón. Y es que de caracoles, España está llena. De ahí la baba que percibimos a diario.
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