La repentina aparición de tres elementos inesperados puede modificar radicalmente el tablero político. Abrazados a la desesperación, abonados prácticamente a la catástrofe, los escasos espíritus democráticos que todavía perviven entre nosotros fían nuestra salvación a la firmeza de Europa. Sólo Bruselas, se piensa, será capaz de defenestrar a Iglesias y frenar a Sánchez en su enloquecida carrera hacia el abismo. Un anhelo infantil, como esperar la llegada del Séptimo de Caballería en la última escena del 'western'. Ángela Merkel travestida de John Wayne, rescatará a nuestra democracia de la embestida feroz de 'Coleta morada'. Por Manitú. Películas.
A la espera de Bruselas, llega Inés Arrimadas, (eviten las cáusticas sonrisas por favor). Pegó un volantazo a su tartana naranja, que enfilaba ya el precipicio, y puso temporalmente a salvo a sus diez pasajeros. "Traidora, incompetente, trepa, arribista...". Le han dicho de todo. Incluso un par de respetados militantes rompieron estruendosamente su carnet ciudadano. Lo previsto. Tras ser confirmada como presidenta y antes de ser mamá, Arrimadas decidió situar a su partido a la vera del PSOE, lejos de la derechona de PP y Vox, donde perdió un millón de votos.
Negociar presupuestos
Cs se alineó con el Gobierno en la votación de todas las prórrogas del estado de alarma más férreo de cuantos se han aplicado en Europa, defendió con vehemencia el salario vital eterno, apoya sin titubeos el decreto de la 'nueva normalidad' y se ha ofrecido a 'arrimar el hombro' en la futura negociación con Bruselas y en la elaboración de los presupuestos, trámite fundamental para que Sánchez pueda culminar sin contratiempos la legislatura.
La plana mayor de Arrimadas ha sido agasajada por Carmen Calvo este viernes en La Moncloa, en un gesto algo más que simbólico. De entrada, Sánchez priorizó este encuentro con los naranjas antes que cumplir su promesa de sentarse con ERC en la mesa de la independencia.
Sánchez hace como que quiere y se deja querer. Le agrada avivar la idea de este nuevo escenario de 'geometría variable' que le permite arrumacos con ERC o carantoñas a Cs, según las necesidades
No ha sido más que una foto, claro. Pero en la gestión de la mercadotecnia política con que se manejan en Moncloa, este encuentro tiene su importancia. Sánchez lanza un guiño y se deja querer. Le encanta avivar la idea de este nuevo escenario de 'geometría variable' que le permite, a un tiempo, arrumacos con ERC o besitos con Cs, según las circunstancias. La incipiente aproximación de Arrimadas le facilita también lavar su imagen, seriamente perjudicada por el desastre de gestión de la pandemia y demasiado escorada hacia el radicalismo podemita.
¿Y qué piensa de este lío la otra parte de la pareja? A Pablo Iglesias no parecen molestarle estos devaneos porque los considera puramente coyunturales, escarceos de Sánchez para engrosar sus mayorías. Podemos es la pareja oficial, el elemento clave del Gobierno, la pieza fundamental de la coalición. No va a venir esa "pijita andaluza", como llaman a Inés algunas sulfurosas dirigentes moradas, a desbancar a nadie ni a estropear nada.
Consideran algunos que Sánchez ya no controla a su Chucky, su muñeco diabólico, que ha pisado el acelerador de la guillotina antes de que estallen las colas del hambre
Quizás Sánchez, en efecto, no pueda desprenderse de Iglesias. O no quiera, porque le resulta de enorme utilidad tener a ese bravucón petulante arrinconando a la derecha en el pelotón de los golpistas. El presidente no necesita más que comparecer cada domingo en la tele de todos, soltar un par de frases tan necias como eufónicas, de la factoría Redondo y lanzar algún venablo antifascista contra una oposición desorientada.
El problema es que las provocativas jugarretas de Iglesias empiezan a molestar sobremanera. Para empezar, a ciertos sectores del PSOE que fue y no es, a algunos miembros del Gobierno, a muchos jueces, a la Guardia Civil, a la Corona. ¿De eso se trataba, no, Pedro?, le comentará Iglesias en su semanal encuentro en Moncloa. Puede ser, pero se le ha ido la mano. Consideran algunos que Sánchez ya no controla a su Chucky, ese muñeco diabólico que ha pisado el acelerador de la guillotina antes de que estallen las colas del hambre.
El 'cuponazo' vasco
En el grupo de los ofendidos por la arrogancia morada figura también el PNV, pieza decisiva en la moción contra Rajoy, en la entronización de Sánchez y en facilitarle al Gobierno una transición amable a sus propuestas legislativas. Los vascos se han cabreado, y mucho, por el acuerdo de Sánchez con Bildu, en plena campaña electoral en la región, y ya no ocultan su animadversión hacia Iglesias, "que ha cobrado un protagonismo excesivo". El PNV, "un partido de extrema derecha, de un catolicismo acérrimo y trasnochado", como escribió Azaña, no hace ahora demasiados ascos a Ciudadanos. Y viceversa. Desaparecido Albert Rivera, la escuadra naranja apenas menciona el concierto y o el cupo vasco, el 'cuponazo', cuestiones ambas de las que antaño hacía casus belli.
Ni Cs ni PNV tienen particular interés en la continuidad de Podemos en el Gobierno. Más bien lo contrario. Podrían incluso ahormar el 'tetris' que le permita a Sánchez diseñar unos presupuestos acordes a las exigencias de Bruselas. Y ahí aparece el tercer factor fundamental para el cambio. Nadia Calviño puede convertirse en la presidenta del Eurogrupo, y, al tiempo, en la peor pesadilla para Iglesias. Desde su alto despacho europeo, Calviño, que seguiría ejerciendo la vicepresidenta tercera del enjuague monclovita, vigilaría para que el Ejecutivo español no se aleje de la ortodoxia económica rumbo hacia los territorios de extrema peligrosidad que reclama Podemos.
Pactar presupuestos con Cs, PNV y la anuencia del PP es una opción de que cobra cuerpo. La alternativa a ese plan sería convocar unas elecciones anticipadas el año próximo. Sánchez ha de decidir ya
Sánchez debe elegir. Y ha de hacerlo pronto. De momento ha acogido en Palacio al equipo de Arrimadas, en un tibio remake de aquel 'pacto del abrazo' de 2016. La líder de Cs, con sus escuetos diez escaños, puede resultar elemento decisivo para descabezar al monstruo de Frankenstein, acabar con la mayoría más ultra de Europa y abrir las puertas a una verdadera normalidad democrática, sin morados ni republicanos en el control de los mandos.
El malestar en el Consejo de Ministros (en especial entre las pocas neuronas que por allí desfilan), la irritación creciente del PNV, el ascenso europeo de Calviño y, desde luego, la nueva actitud de Cs, son factores de importancia que pueden impulsar ese posible cambio de rumbo en Moncloa. Pactar presupuestos con Ciudadanos, PNV y la anuencia del PP es una opción que ya se maneja desde importantes instancias políticas y económica. El empeño no va mal. Si falla, podría pensarse también en convocar unas elecciones anticipadas el año próximo, aunque no es el plan favorito de Sánchez e Iván. Todo ello, naturalmente, con Iglesias ya en la calle, montando bronca con los descamisados y despojado del batallón de guardias civiles que cuida noche y día su rutilante mansión.
No digan que fue un sueño. Esperen al menos a que llegue John Wayne y ver cómo acaba la película.
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