Uno se pregunta si quienes tienen la obligación de defender a los que no somos separatistas están a lo que hay que estar. Inés Arrimadas es una de estas personas. Ella ha encarnado la mejor oportunidad histórica para darle la vuelta a la tortilla de esta Cataluña lazi, provinciana, corrupta y dictatorial. Ganó unas elecciones autonómicas con el golpe de estado calentito, es decir, con la masa separatista movilizada al máximo, y con un 155 ligth cero en azúcares, pero 155 al fin y al cabo. Bien es cierto que Ciudadanos no podía formar gobierno al carecer de mayoría, a pesar de ser el partido más votado, pero es que ni siquiera intentó presentar su candidatura en el parlamento catalán. ¿Para perder? Sí, pero también para que otros partidos, verbigracia el PSC, se retratasen como lo que son, los Lazarillo de Tormes del separatismo. Eso nos habría ahorrado, seguramente, que muchos votantes despistados que no se han dado cuenta todavía de la lacra que suponen los socialistas catalanes hubiesen abierto los ojos.
Inés se ha cargado lo que en su día supuso el intento más serio de vertebrar una alternativa liberal, reformista, constitucional y seria. Y no, no es responsabilidad de Albert Rivera, que sabía muy bien lo que era Sánchez y su banda, en memorable cita. Tampoco de personas como Girauta, Hervías o Cantó. La llegada de Inés a Madrid supuso un punto de inflexión terrible, de no retorno. Porque el votante catalán de Ciudadanos podía entender que Rivera se fuera a Madrid para hacer el proyecto más grande; lo que no consiguió tragarse nunca, porque era un sapo demasiado enorme, fue que Inés se marchase al momento. Esa sensación de haber sido traicionados se fue extendiendo por toda España debido a las torpes maniobras dignas de un Fouché de primaria en Murcia o en Andalucía. Y si en Madrid no pasó nada fue porque Ayuso, más lista que los ratones coloraos, se adelantó convocando elecciones.
¿Qué quiero decir? Que allí donde Inés va, la lía. Para mal. No son pocos los críticos que le pidieron su dimisión, que se refundase el partido, marcando un punto y aparte para continuar defendiendo una cierta idea de España regenerada. Pero Inés, que quiere ser artista, se ha negado siempre en redondo, ha fulminado oposiciones internas con draconiana mano y ahora quiere resurgir de nuevo como un Fénix al que, francamente, le faltan llamas y le sobran cenizas. Y créame el lector si digo que escribo todo esto con un profundo pesar, porque soy de los que piensa que C’s podía haber hecho mucho y bueno, pero los sondeos son los que son y estamos ante un cadáver insepulto. Glorioso, sí, pero precisado de un entierro digno. Pasearlo por todo el territorio nacional se nos antoja obsceno. A nuestra memoria viene la tristísima imagen de la reina Juana I de Castilla trajinando por caminos y trochas el cadáver de su esposo el rey Felipe El Hermoso, empeñada en llevarlo hasta Granada para allí enterrarlo. Y yo me digo ¿no habrá ningún Cardenal Cisneros en Ciudadanos que señale la locura de esta nueva reina, la declare incapacitada y asuma la regencia? Porque no estamos para pasear muertos, señores.
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