Opinión

Arzalluz, el hombre que pudo reinar

Orador brillante y de eficacia pontifical, Xabier Arzalluz podía haber sido 'lehendakari' en varios momentos de su vida, pero escogió el Partido, que al fin y al cabo no deja de ser una tribu que aúna los viejos ritos con los nuevos intereses

En los diarios anglosajones había un periodista que se encargaba siempre de hacer las notas necrológicas. Aquí lo habitual consiste en echar mano de Internet o apelar a cualquier superviviente, en general un antiguo colega, con olor a naftalina, que pone las barbas a remojar antes de que se las corten a él.

Esto consiente que el recién fallecido Pérez Llorca se transforme en un añorado padre de la patria, cerebro de la Constitución del 78 y político de impoluta carrera hasta envejecer cual senador romano ocupándose de las artes, presidente del Patronato del Museo del Prado. Fue un cabrón, y siento su muerte porque creo que ni siquiera los tipos como él deben morir. Hay sitio para todos. Empezó su actividad política en el antifranquismo furibundo del FLP (el 'Felipe'). Se fue templando tras terminar Derecho en Madrid e hizo oposiciones primero al Cuerpo Diplomático, donde se vinculó al ilegal PSP de Tierno Galván, y por fin de letrado en las Cortes de Franco a lo que le ayudó la impecable hoja de servicios de su padre, oftalmólogo de la Sanidad Militar. Luego, las gestiones nada impecables a las órdenes de Adolfo Suárez, pero los nudos de la Constitución los deshacía Abril Martorell.

Se dedicó a los trabajos oscuros de la época. Le amparaba la jurisprudencia que no solo le sirvió en el articulado de la Constitución, sino en otros menesteres menos brillantes. Se le conoció como “el zorro plateado” y no porque sus melenas blancas anunciaran una alopecia evidente, sino porque sus formas y maneras le acercaban al depredador de marras. Le conocí en 1979 sirviendo en el corruptor procedimiento de comprarme para evitar un libro biográfico sobre Adolfo Suárez. Puedo dar testimonio de sus métodos. Luego, bajo el gobierno de Calvo Sotelo, promovió todo tipo de maniobras para conseguir que los políticos españoles admitieran a la OTAN como la hermana mayor. Sin retirarse de la política se volcó en el entramado de su suculento bufete de jurista y se hizo rico, muy rico. Murió entre las Artes. Descanse en paz, él que no concedió paz alguna a sus muchos adversarios y al montón de enemigos hoy taciturnos o echando malvas.

Arzalluz se encontró con un partido a palos entre los viejos militantes, procedentes en su mayoría de los Servicios de Información de los EEUU, y los que planteaban una adaptación europea

Mi intención estaba en referirme al recién fallecido Xabier Arzalluz, cuando la parca se cruzó en el camino llevándose a Pérez Llorca. Aunque nadie lo diga, porque unos tienen la memoria selectiva y a otros ni les suena, Arzalluz, profesor de Derecho Político en la universidad de Madrid, y Pérez Llorca, funcionario de las Cortes, están unidos por la Constitución del 78. Fue aquel un año terrible por el doble terrorismo de ETA, el de los 'milis' y el de los 'poli-milis'. Estos acabarían negociando con el Estado y desapareciendo. Nadie en Madrid era partidario de hacer demasiado visible la relación entre el PNV y la Constitución. La dirección de los nacionalistas vascos estaba dividida entre los partidarios de aprobarla, incluido su presidente Juan Ajuariaguerra, hasta el propio Arzalluz, que pronto ocuparía el cargo tras el fallecimiento de aquel, pasando por Michel Unzueta, el que hacía como que negociaba las orientaciones de los otros dos. Para Suárez era más difícil hallar una fórmula que evitara el republicanismo del PSOE de entonces -¡qué mayores somos!, pienso ahora- que el pequeño escollo de aceptar al PNV.

Ajuariaguerra, máximo e indiscutible presidente del partido, siempre consideró un error no aprobar la Constitución, del mismo modo que se negó a cualquier acuerdo, pacto o entrevista con ETA desde sus comienzos. Pero el PNV era una organización singular, aún lo sigue siendo. Mientras que en toda España y hasta anteayer decir “el Partido” se entendía como referido al PCE, en el País Vasco pronunciar la palabra “partido” se traducía en cita del PNV. Medio en broma medio en serio siempre sostuve que el PNV era el último partido leninista de Europa. Bastaría con atenernos a la influencia que ejerció en él la Compañía de Jesús –Arzalluz fue un jesuita de los que enviaron a estudiar en Alemania–. Los analistas pasan por alto el hecho singular de que los jesuitas no forman una Orden religiosa sino una Compañía, con su inequívoca connotación militar.

No hubo un rechazo del PNV a la Constitución sino una finta táctica en la lucha por el poder en el seno del partido. El más brillante y sentido de los discursos a favor de la Ley de Amnistía lo pronunció Xabier Arzalluz en el Congreso de los Diputados, cosa que por interés o ignorancia nadie cita, y que convendría releer. Pero ese partido leninista y jesuítico vivía un período volcánico entre los viejos militantes, procedentes en su mayoría de los Servicios de Información de los EEUU, y los que planteaban una adaptación europea. Aquellos tenían nombre, como el conservero Ormaza y otros cuadros vinculados a la AFL-CIO, el sindicalismo amarillo de matriz norteamericana. Arzalluz, que ya no estaba en Madrid sino en Bilbao, fue acusado de connivencia con la socialdemocracia alemana. Se trató de una lucha sin cuartel, sucia. Aún recuerdo las columnas de Pedro J. Ramírez en el ABC alertando contra el peligro izquierdista que suponía Arzalluz frente a la sinceridad aldeana de los entonces denominados 'sabinianos'.

Medio en broma medio en serio siempre sostuve que el PNV era el último partido leninista de Europa. Bastaría con atenernos a la influencia que ejerció en él la Compañía de Jesús

Un fleco de aquellas miserias de entonces fue la invención de Carlos Garaicoechea, un arribista en busca de destino cuyo narcisismo e irresponsabilidad política tanto me evoca Artur Mas. Los nacionalistas vascos se adentraron en otra pelea cainita por el poder que acabaría con la victoria de Arzalluz, pero con un coste tal que ya nada sería como antes. Ni el PNV ni Arzalluz ni el primer actor, Carlos Garaicoechea, quien giraría desde posiciones cercanas a los arcaicos 'sabianianos' hasta los 'borrokas' sin complejos y con armas de Herri Batasuna.

De Arzalluz siempre se recuerda la frase sobre los que movían el nogal y los que recogían las nueces, que yo dudo dijera, y que procedía de un adversario político de ETA 'poli-mili' a quien supuestamente se la había dejado caer al despedirse. En realidad pertenece a una conversación del Irgum, la rama armada sionista en el camino por la independencia de Israel en 1947.

Lo cierto es que cada victoria de Xabier Arzalluz iba, paradójicamente, reduciendo su mundo hasta quedarse en la parroquia del nacionalismo vasco, achatándose por los polos. Orador brillante y de eficacia pontifical, podía haber sido lehendakari en varios momentos de su vida... pero escogió el partido, que al fin y al cabo no deja de ser una tribu que aúna los viejos ritos con los nuevos intereses.

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