La muerte de Javier Arzalluz, a los 86 años de edad, ha conmovido a la familia nacionalista como no podía ser de otra forma. Tiene motivos el PNV –pero sólo el PNV– junto a los sectores más extremistas de la sociedad vasca para honrar a quien durante un cuarto de siglo se convirtió en el personaje más poderoso de la política vasca y contribuyó decisivamente a consolidar el régimen nacionalista.
Javier Arzalluz nació en 1932 en el seno de una familia carlista. Su padre fue requeté en la Guerra Civil y no renegó de sus ideas políticas. Como premio a su participación en la guerra, el régimen le concede un estanco de tabaco y lotería. Murió en 1949, el mismo año en que su hijo Javier entra en la Compañía de Jesús, que durante sus largos años de “maestrillo” le permite graduarse en Derecho. Se ordenó sacerdote en 1963. En 1970 cuelga la sotana. Sus hagiógrafos dicen que lo hizo para dedicarse a la política. Pero la realidad es que todavía llevaba sotana cuando en la Universidad de Deusto se hablaba de que estaba en amores con Begoña Loroño, con quien contrajo matrimonio en 1971.
Desconozco en qué momento de su vida se sintió atraído por la ideología de Sabino Policarpo Arana, el fundador del PNV a finales del siglo XIX y su principal ideólogo. Sus biógrafos cuentan que Arzalluz ingresó en el PNV en 1969, aunque no tuvo una militancia destacada hasta la muerte de Franco en 1975. De su etapa de actividades en la cómoda clandestinidad, Arzalluz nos dejó un recuerdo sorprendente. Reconoció que muchas veces se habían preguntado “¿Qué pasará cuando se muera Franco?”. En 2004 hizo esta revelación: “Nosotros estábamos preparados. Nosotros incluso teníamos armas. Toda una partida de metralletas fabricadas por nosotros. No te puedes hacer una idea lo fácil que es en este país fabricar una metralleta o cualquier cosa con todos los talleres que hay, que muchos son de gente nuestra. Habíamos traído de Venezuela un especialista, digamos, en turbulencias políticas que era nuestro pero había estado trabajando con los americanos, para reunir a la gente joven y formarla. Por tanto teníamos gente y teníamos armas… Yo tenía una pistolita clandestina, que me regaló un puertorriqueño…”.
Arzalluz bebió en las fuentes de Sabino Arana, el fundador de la patria vasca o el “Libertador”, título que le reconoció José Antonio Aguirre, el presidente de la región autónoma del País Vasco en 1936, porque “sacó al pueblo vasco de su decadencia, le recordó su historia, sacudió su voluntad y le colocó en vías de renacimiento y redención”.
Al padre de Arzalluz, requeté en la Guerra Civil, el régimen le premió tras la contienda con un estanco de tabaco y lotería
Sabino Arana no se merece ningún homenaje ni reconocimiento. En realidad fue un sembrador de odio con un pensamiento racista, xenófobo y machista. Y por si alguien se enfurece porque le tilde de machista, el propio Arana nos revela cuál es su concepción de la mujer tal y como se la expresó a su propia esposa: "Uno de tus deberes es estar sumisa a mis mandatos y obedecerme en todo lo que no vaya contra Dios". Y es que para el fundador “la mujer es vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana (…) Es inferior al hombre en cabeza y en corazón. (,,,) ¿Qué sería de la mujer si el hombre no la amara. Bestia de carga, e instrumento de su bestial pasión: nada más”.
A finales del siglo XIX, Arana gritó por primera vez “¡Viva la independencia de Bizkaya!”, que convirtió en “su verdadero grito nacional, clarín de guerra y de combate”. Lo hizo en el caserío de Larrazábal, en Begoña, el 3 de junio de 1893. Pronto se percata de que los 2.217 kilómetros cuadrados de Vizcaya son demasiado pocos para proclamar una República teocrática e independiente. Decide que hay que sumar al proyecto a otros territorios vascos Álava, Guipúzcoa, los territorios vasco-franceses y, por supuesto, a “Nabarra”. Sabino duda en bautizar la nación vasca con los nombres de Euskeria o Euskalerria. Por fin, recibe la iluminación del Altísimo que le sugiera inventar un nuevo vocablo: Euzkadi, así con “z”, que según él significa “reunión de los vascos”. Frente al “Dios, Patria, Fueros, Rey” de los carlistas opone un nuevo lema para el Partido Nacionalista Vasco: “Jaun-Goikua eta Lagi-Zara”, es decir, “Dios y Ley Vieja”.
Sabino Arana, un político teocrático y fundamentalista
Los nacionalistas han impuesto un homenaje permanente a Sabino Arana. En pleno centro de Bilbao, y como demostración del poderío del PNV, se alza “Sabin Etxea” -la casa de Sabino-, donde tiene su sede la Fundación que lleva su nombre. Y en los Jardines de Albia colocaron una gran estatua. Pero a la hora de la verdad el partido oculta el verdadero pensamiento político del Libertador. No es de extrañar porque Arana es el arquetipo de un político teocrático, retrógrado, fundamentalista y ultramontano. Cuando sienta las bases de la independencia vizcaína establece la "anteposición de Jaun-Goikua a Lagi-Zara" de modo que “Bizkaya se establecerá sobre una completa e incondicional subordinación de lo político a lo religioso, del Estado a la Iglesia”.
Es, sin duda, el racismo -exaltación de la raza vasca- y la xenofobia -odio a todo lo extranjero, singularmente a lo español-, lo que convierte su doctrina en especialmente peligrosa. Para Sabino Arana raza y nación son términos equivalentes. La lengua, el derecho, la geografía o las costumbres son elementos accesorios. Por eso, el día en que Euzkadi sea independiente habrá que practicar la limpieza étnica. Sólo pueden formar parte de la Patria vasca quienes hayan tenido la inmensa fortuna de nacer vascos con un montón de apellidos eúskaros.
Son el racismo y la xenofobia -odio a todo lo extranjero, singularmente a lo español-, lo que convierte la doctrina ‘sabiniana’ en especialmente peligrosa
Recomendar la lectura de los tres tomos de sus Obras Completas sería demasiado. Pero sí vale la pena echar una ojeada a un libro que fue muy difundido en los años de la II República. Me refiero al titulado “De su alma y de su pluma (Colección de Pensamientos, seleccionados en los escritos del maestro del nacionalismo vasco)”. En él están los mimbres ideológicos con los que se construyó el nacionalismo vasco y de los que se nutrió Javier Arzalluz. He aquí una pequeña muestra:
“¡Ya lo sabéis, euzkeldunes, para amar el Euzkera tenéis que odiar a España!” (…) “Si nos dieran a elegir entre una Bizkaya poblada de maketos que solo hablasen el Euzkera y una Bizkaya poblada de bizkainos que solo hablasen el castellano, escogeríamos sin dubitar esta segunda…”. (…) “En pueblos tan degenerados como el maketo y maketizado, resulta el universal sufragio un verdadero crimen, un suicidio”. (…) “Gran daño hacen a la Patria cien maketos que no saben euzkera. Mayor es el que le hace un solo maketo que lo sepa”. (…)“Ved un baile bizkaino presidido por las autoridades eclesiástica y civil, y sentiréis regocijarse el ánimo al son del txistu, la alboka o la dulzaina…; presenciad un baile español, y si no os causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos queda acreditada la robustez de vuestro estómago, pero decidnos luego si os ha divertido el espectáculo o más bien os ha producido hastío y tristeza”. Y así hasta el infinito.
Descalifica a los socialistas por ser “el partido de los burgueses de nuevo cuño”. Pasa lista de los “maketos”, nombre despectivo con los inmigrantes de otras regiones españolas que al calor de la primera Revolución industrial buscaron trabajo en Vizcaya. Comprueba con espanto cómo los maketos -los García, Fernández, Martínez y González- superan con creces a los de pura raza vasca -los Echebarria, Aguirre, Arana y Zabala- dominan en la capital del Señorío. Se alegra del fracaso del genial violinista navarro Pablo de Sarasate al asistir poco público a un concierto suyo en Guernica y ello porque tuvo la osadía de profanar el Árbol Santo interpretando “peteneras y jotas aragonesas”. Conmina a los maestros maketos a que “callen la boca maketa y … váyanse con la música pedagógico-maketil a cualquiera región de España, a aquella, por ejemplo, que llaman la tierra de María Santísima...”. Y exige a los maestros euskaldunes acosar y denunciar a sus compañeros que no hablen euskera y enseñen el catecismo en castellano.
Sabino Arana esboza el programa nacionalista en relación con la "pureza de la raza":
“1º. Los extranjeros podrían establecerse en Bizkaya bajo la tutela de sus respectivos cónsules; pero no podrán naturalizarse en la misma. Respecto de los españoles, las Juntas Generales acordarían si habrían de ser expulsados, no autorizándoles en los primeros años de independencia la entrada en territorio bizkaino, a fin de borrar más fácilmente toda huella que en el carácter, en las costumbres y en el idioma hubiera dejado su dominación.
“2º. La ciudadanía bizkaina pertenecería por derecho natural y tradicional a las familias originarias de Bizcaya, y en general a las de raza euskeriana, por efecto de la confederación; y por concesión del poder (Juntas Generales) constituido por aquéllas y éstas, y con las restricciones jurídicas y territoriales que señalaran, a las familias mestizas o euskeriano-extranjeras”.
Recuerdo que hace unos años leí a un estudiante alemán de la Universidad de Navarra, interesado en hacer una tesis sobre el terrorismo vasco, alguna de las frases que he rescatado de las Obras Completas de Sabino Arana. Su reacción fue de sorpresa: “¡Es lo mismo que Hitler!”
En su Mein Kampf (Mi lucha), publicado en 1923, Adolfo Hitler escribe: “Nadie, fuera de los miembros de la nación, podrá ser ciudadano del Estado. Nadie, fuera de aquellos por cuyas venas circule la sangre alemana, sea cual fuese su credo religioso, podrá ser miembro de la nación. Por consiguiente ningún judío será miembro de la nación. Quien no sea ciudadano del Estado, sólo residirá en Alemania como huésped y será sujeto a leyes extranjeras... Exigimos que se obligue a todo ario llegado a Alemania a partir del 2 de agosto de 1914 a abandonar inmediatamente el territorio nacional... De cada súbdito del Estado habrá de examinarse la raza y la nacionalidad”.
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