El final de Podemos sólo puede ser visto por los millones de españoles que se mueven en el campo de la sensatez, de la preferencia por la estabilidad, de la entrega diaria a su trabajo y a su familia, del respeto a la ley, del esfuerzo por subirse al ascensor social y de la defensa de la unidad de una nación más cívica que étnica que percibe su historia con orgullo sin perder la objetividad, con la satisfacción del que ve desaparecer un enemigo empeñado en destruir todo lo que proporciona equilibrio, prosperidad, seguridad y armonía civil. La formación liderada de manera despótica por Pablo Iglesias, el dirigente que la llevó de rozar con los dedos el sorpasso al PSOE a la dilución humillante en Sumar, fue desde su misma irrupción en las elecciones europeas de 2014 un proyecto hecho de odio a su propio país, de voluntad de división y enfrentamiento entre españoles, de simpatía indisimulada por el terrorismo asesino, de obsesión por escarbar en las bajas pasiones del alma humana para instrumentalizarlas al servicio de la conquista del poder, de gusto patológico por convertir a minorías anómalas en modelos de comportamiento destrozando de paso muchas vidas adolescentes de forma irreversible, de recreo en la fealdad y en la ordinariez, una pugna continua y venenosa, en suma, por demoler la obra de la Transición que, con sus imperfecciones y debilidades, es hoy nuestra mejor garantía de convivencia en paz y de integración en el mundo occidental.
También se les engatusó con la promesa de que los cargos públicos limitarían su sueldo a un máximo de tres veces el salario mínimo interprofesional, que llevarían una vida austera
Podemos nació al calor de la crisis financiera de 2008, cuando una buena parte de la sociedad española experimentó, al igual que sucedió en otros países europeos, una reacción de desconfianza en el sistema, de rechazo y de rencor hacia unas elites económicas y políticas que no habían sabido ni querido prever y prevenir las consecuencias de un endeudamiento tan generalizado como imprudente estimulado por políticas monetarias insensatas. En este clima de indignación y desasosiego acompañado del empobrecimiento y de la pérdida del empleo de amplias capas de la población, nuevos demagogos vieron la oportunidad de medrar ofreciendo soluciones imposibles y exacerbando las protestas callejeras. El 15-M fue la cuna de Podemos, que supo aprovechar magistralmente un estado de opinión deseoso de reformas profundas y de saneamiento de la vida pública. Hay que recordar los famosos círculos, centros de debate y desahogo de las bases, a las que se les prometió una organización que funcionaría de abajo arriba, con los responsables institucionales y orgánicos sometidos al permanente escrutinio de los afiliados y atentos a sus sugerencias, críticas y propuestas. También se les engatusó con la promesa de que los cargos públicos limitarían su sueldo a un máximo de tres veces el salario mínimo interprofesional, que llevarían una vida austera y ejemplar, sin caer nunca en el aprovechamiento de las ventajas y los privilegios de su posición, que por supuesto seguirían viviendo en los barrios modestos y en los pisos sencillos característicos de sus votantes y que nunca caerían en la prepotencia y los vicios de la que calificaron con desprecio de “casta”, grupo social minoritario, dominador y egoísta, explotador de la precariedad de los más, encastillado en sus lujosas mansiones e indiferente a las necesidades del pueblo.
Lejos de cumplir tan solemnes compromisos, en cuanto resultaron elegidos, los estratos superiores de Podemos, empezando por sus líderes más destacados, liquidaron los círculos, se hipotecaron para adquirir chalets en la sierra, se hicieron asistir por niñeras y personal doméstico pagado con dinero del erario, cambiaron radicalmente de estilo de vida y de vestuario, construyeron un modelo de partido centralizado y cesarista en el que abundaron las purgas estalinistas y defraudaron todas las expectativas que en ellos habían depositado sus simpatizantes y cotizantes.
Exhibieron niveles escandalosos de incompetencia, sectarismo y frivolidad, que causaron una profunda decepción tanto en sus adeptos como en la ciudadanía en general
Además de tales fechorías, en aquellas funciones de gobierno y de administración que les fueron encomendadas tras el reparto de ministerios en el Gobierno de la Nación y de consejerías en Autonomías y ayuntamientos fruto de su pacto con Pedro Sánchez, exhibieron niveles escandalosos de incompetencia, sectarismo y frivolidad, que causaron una profunda decepción tanto en sus adeptos como en la ciudadanía en general.
Como a toda gran estafa, a Podemos le ha llegado la hora de responder por sus abundantes mentiras, timos, estropicios y descaros. Así como la desaparición de Ciudadanos, aunque merecida por sus garrafales errores, suscita un sentimiento extendido de pesar, de simpatía y de nostalgia porque al fin y al cabo sus integrantes demostraron siempre las mejores intenciones manteniendo una actitud constructiva y una ejecutoria desarrollada en el terreno de la honradez y la eficacia, el tránsito a la irrelevancia del partido comunista bolivariano produce un alivio y una satisfacción generales, como corresponde a la eliminación del panorama público de un elemento disgregador, corrosivo y tóxico. Es previsible que, tras las elecciones del 23 de julio, la única opción electoral que sobreviva, incluso con vigor, de las tres que han roto el bipartidismo imperfecto, sea Vox, porque Sumar vendrá simplemente a ocupar el reducido espacio de una que ya existía antes de la fragmentación, Izquierda Unida. Dentro de siete semanas se abrirá, pues, un nuevo ciclo político con menos actores en el Congreso, en las Comunidades y en los municipios. Ojalá esta simplificación, visto el desastre de los últimos cinco años, vaya acompañada de una firme rectificación del rumbo de la Nación a cargo de los ganadores.
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