Opinión

Asco

Me pregunto cuántas cosas no sabremos, cuántas nos habrán ocultado, cuántas conocen sólo quienes las han vivido con el Lama en primera persona

Asco. Mucho asco. Repugnancia. Arcadas. Nauseas. Malestar. Rabia. Cabreo. Furia. Enfado. Indignación. Rechazo. Odio. Desagrado. Aversión. Desprecio. Grima. Una bala de plomo, fría y mortal, directa al pecho, a lo más hondo.

Es lo que me provoca esa secuencia, ese beso en los labios, esa lengua afilada como una flecha reclamando ansiosa una chupada, esa mano octogenaria sosteniendo y tirando, como si nada, de la barbilla de un niño -¡un niño!- hacia su cara, su rostro. El video es repulsivo. Y mucho más todavía, si tenemos en cuenta que quien lo protagoniza es un líder espiritual, una autoridad, un dirigente religioso, un referente mundial y lo más sangrante, un Nobel de la Paz.

Me refiero a esas imágenes del mismísimo Dalái Lama que han dado la vuelta al mundo. Se grabaron en febrero durante un acto en India, pero se han hecho públicas ahora, más de un mes después. Y aquí podemos decir aquello de “más vale tarde que nunca” porque es cierto que, si jamás hubieran salido a la luz, tal vez hubiera ocurrido lo mismo que ha pasado tras su difusión: la más absoluta nada, sin embargo, por muy leve que haya sido el temblor, lo importante es que algo se han agitado los árboles. Y aprovechando ese zarandeo, acciono también mis dedos sobre el teclado para escribir sobre un asunto sobre el que se ha escrito esta semana, sí… aunque no lo suficiente. La noticia ha quedado diluida en mitad de los informativos como la espuma desaparece bajo el chorro de agua. Hasta el punto de que, desde el equipo del maestro del budismo, han creído suficiente un comunicado difundido a través de las cuentas del líder, para suavizar el terremoto, para acallar la rabia, para paliar el asco. Pero no exagero si digo que hay miles de personas, como yo, que continúan con la herida supurante provocada por ese gesto, por esas palabras.

¿Una broma inocente y juguetona? ¿Y así, sin más, se zanja la polémica? Tan sucia como el beso, es la justificación

“Su santidad a menudo toma el pelo a las personas que conoce de forma inocente y traviesa, incluso en público y ante las cámaras. Lamenta el incidente”. ¿De verdad? ¿Una broma inocente y juguetona? ¿Y así, sin más, se zanja la polémica? Tan sucia como el beso, es la justificación. Tan ridícula, vomitiva y bochornosa. Y eso que ni siquiera he mencionado todavía a ese público al que se refiere la propia nota de la oficina del Dalái. Porque sí, además de los objetivos, hay otros tantos testigos de los hechos. Unos asistentes al evento que no sólo aplauden a su gurú, sino que le observan con admiración -porque las mascarillas nunca cubrieron los ojos- y hasta le ríen la gracia, como si la escena pudiera quedarse reducida a eso, a una mera gracia. Escucho las carcajadas, una y otra vez. Suenan secas como las bombas que caen del cielo en plena guerra. Nítidas. Huecas. Y qué decir de esas palmas alabando la aberración, elogiándola como si fuera algo digno de elogio. Es terrible. Me parece terrible.

Miro a ese niño, protagonista a su pesar de la polémica. Su único delito, querer un abrazo de su líder espiritual. Su condena, que una mano adulta busque mucho más que eso y arrastre su cara inocente, primero hacia unos labios y después hacia una lengua que el pequeño rechaza con pudor. El Dalái le responde con un leve manotazo próximo a un brazo y, en un gesto infantil de incomprensión, el chaval levanta ligeramente los hombros. No me gustaría, ni siquiera imaginar, a alguno de mis sobrinos en esa situación.

Toda una vida con un séquito de fieles besando el suelo que pisa; toda una vida siendo venerado; toda una vida tratando de sentar cátedra con su filosofía

Más de ochenta años lleva este hombre casi nonagenario siendo una autoridad mundial. Considerado una reencarnación de Buda, se ha pasado toda una vida difundiendo mensajes en favor de la paz, la tolerancia y el respeto mutuo; toda una vida con un séquito de fieles besando el suelo que pisa; toda una vida siendo venerado; toda una vida tratando de sentar cátedra con su filosofía. Es, al menos, lo que nos ha llegado, lo que nos han trasladado los medios de comunicación, la historia. Sin embargo, me pregunto ahora cuántas cosas no sabremos, cuántas nos habrán ocultado, cuántas conocen sólo quienes las han vivido con él en primera persona. Demasiadas, quizá. Demasiadas.

Puede que el poder difumine la realidad por un tiempo, que la maquille -tal vez- durante años, pero al final, toda sombra y todo colorete, hasta la base de maquillaje más potente desaparece y deja entrever la verdadera cara de quien la luce. Porque no hay máscara -por muy influyente que uno sea- que resista el calor de los focos o el más duro reflejo de un espejo tras el que miran millones de ojos.

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