Asediar a las empresas privadas, tomar al asalto las públicas. Esa es la práctica (no cabe hablar de filosofía, porque sería ofender materia tan señera) empresarial que orienta la labor de este Gobierno en asuntos económicos. Hacer la vida imposible a las empresas privadas y ocupar los puestos de dirección de las públicas con íntimos del presidente del Gobierno o con altos funcionarios del partido. Porque es en la empresa, (privada o pública) donde está el dinero y donde anida la posibilidad, cuando menos, de salir del puesto con una buena hucha cuando la singladura del Gobierno Sánchez embarranque en el arenal del desastre. En plena tormenta provocada por el anuncio de Ferrovial de trasladar su sede social a Holanda, anuncio seguido de una catarata de amenazas por parte del Ejecutivo a la familia Del Pino, algo nunca visto en una teórica economía de libre mercado y en un país miembro de la UE, anteayer supimos que Indra, la joya de la corona del sector público empresarial, había decidido cesar -eso sí, de “mutuo acuerdo”- al hasta ahora consejero delegado Ignacio Mataix, el último de Filipinas, el último alto cargo de la firma que había resistido el asalto frontal lanzado desde Moncloa, vía SEPI, a la empresa de defensa y de tecnologías de la información nada más llegar Sánchez al poder, y cuya primera víctima fue su presidente, Fernando Abril-Martorell, en mayo de 2021.
Murtra quería mandar, aspiración muy humana en todo presidente que se precie, aunque sea de una junta de vecinos,
El nombramiento de Marc Murtra como sustituto en la presidencia de una firma que el Gobierno considera “estratégica para el país” no lo entendió nadie en el mercado. Nadie que no fuera socialista, obviamente. Porque Murtra, muy cercano al PSC catalán, solo ha ocupado puestos políticos y en entidades públicas durante el Gobierno Zapatero, en un caso claro de políticos metidos a improvisados gestores incluso en firmas cotizadas en Bolsa, como es el caso de Indra, y que le vayan dando a los señores accionistas que han arriesgado su dinero en la sociedad. Pero Murtra quería mandar, aspiración muy humana en todo presidente que se precie, aunque sea de una junta de vecinos, y a la que se oponía un Consejo de Administración, el formado en torno a Abril-Martorell, llamativamente independiente, cosa ciertamente rara en España. Fue la segunda fase de la operación: cepillarse a los independientes de Indra, objetivo que reclamaba una operación previa destinada a alterar el equilibrio accionarial. Es ahí donde el Gobierno decide dar entrada en la firma al fondo Amber Capital que preside el franco-armenio Joseph Oughourlian, un misterio el de este tiburón con aparentes dientes de leche convertido, por otro inexplicable misterio que algún día se desvelará, en primer accionista y presidente del grupo Prisa, Diario de Avisos del Gobierno Sánchez, donde ha perdido hasta la camisa, camisa, con su corbata floreada, que el susodicho espera recuperar entrando en Indra gracias a los suculentos negocios que la firma piensa abordar con su división de Defensa, ahora que tanques y drones protagonizan la terrible guerra de Ucrania y la industria de las armas vive un momento glorioso por las cuatro esquinas del planeta. El negro negocio de la muerte.
Lo de que el primer accionista de Prisa, vocero del Gobierno, entre en una empresa controlada por el Gobierno, y con la intención declarada de enriquecerse en el lance, es uno de esos escándalos tan inconcebibles, tan inaceptables en una democracia sana y en una sociedad abierta que sus responsables, todos, empezando por el Gobierno, hubieran saltado por los aires al día siguiente en cualquier país decente. Aquí no ha pasado nada. Tan atiborrados de diarios escándalos estamos que hemos perdido la capacidad de respuesta a cualquier agresión no ya a la decencia, sino al sentido común. Total que la unión de los paquetes accionariales de SEPI (28%), Amber Capital (5,1%, con autorización para llegar hasta el 9,9%) y el grupo vasco SAPA Placencia (5% adquirido a los March y accionista del fabricante de componentes aéreos ITP Aero), logró la dimisión de todos los consejeros independientes en la junta general celebrada el 23 de junio pasado. Una operación concertada de libro, y con la CNMV sentada en el muelle de la bahía, que decía la canción de Otis Redding, mirando distraídamente hacia otra parte. Solo ante el peligro quedó Mataix, aunque todo el mundo sabía que su cabeza pendía de un hilo y que más pronto que tarde terminaría en la calle, como terminó su colega Cristina Ruíz, responsable del negocio de tecnologías de la información (TI).
Desde junio pasado la vida ha sido un pequeño calvario para Mataix, la pieza que al trío de la concertación antes citado le sobraba en el paisaje de Indra para hacer y deshacer a su antojo. Y no se sabe muy bien por qué, pero Nacho Mataix ha aguantado el tipo, seguramente convencido de que le decían la verdad cuando le aseguraban que seguiría en su puesto hasta el final de la legislatura, al menos. Es obvio que le han engañado. Manteniendo el tipo frente a un Murtra que reclamaba poderes ejecutivos pero se veía obligado a aguantarse -el imperativo “ajo y agua”- por culpa del santo temor a los fondos presentes en el capital (Fidelity Management Research, Norges Bank, T. Rowe Price, entre otros) que confiaban plenamente en las capacidades gestoras de Mataix y a los que podría poner en fuga su salida como CEO. Pequeño o gran calvario, porque Mataix ha vivido en estos meses situaciones tan kafkianas como que el presidente de SEPI no le haya recibido durante meses, a pesar de su condición de CEO de la empresa más importante participada por SEPI, y haber tenido que soportar todo tipo de insinuaciones, delaciones y trampas, puñales clavados en la espalda de quien sencillamente estorbaba.
La respuesta hay que encontrarla, muy probablemente, en una indemnización de oro que también pagará su silencio. Así funcionan las cosas cuando se tira con pólvora del rey
Sorprende, por eso, que el despedido haya aceptado de buen grado el paripé, la pantomima organizada por los nuevos amos diciendo que la salida ha sido por “mutuo acuerdo” y aceptando quedarse en el puesto hasta que el Gobierno, incluso a través de head hunter (hay que dar sensación de profesionalidad donde no la hay), encuentre un sustituto. La respuesta hay que encontrarla, muy probablemente, en una indemnización de oro que también pagará su silencio. Así funcionan las cosas cuando se tira con pólvora del rey. ¿Quién será el sustituto? Seguramente otro político metido en camisa de once varas gestoras, porque resulta difícil imaginar que alguien como Tobías Martínez, ex CEO de Cellnex, a quien hoy en este diario se cita como eventual relevo, acepte meterse en semejante avispero. Y bien, ¿qué va a pasar en Indra? ¿Qué quieren hacer con Indra? ¿Cuál es el futuro de Indra? Ah, eso nadie lo sabe, eso sí que es un misterio. El único que lo tiene claro es el granuja de Oughourlian, que pretende recuperar lo invertido en PRISA –es la solemne promesa que le ha hecho el propio Sánchez- con sus intereses, naturalmente. “Estamos presionando para que haya o una división de la compañía entre tecnología y defensa, o una venta total o fusión de la primera (Minsait) con otra compañía", ha dicho a Bloomberg. Una división que, por cierto, se hizo hace ya tiempo.
Es la respuesta del mercado a una operación escandalosa que no tiene un pase; la agresión, corrupción al por mayor, a una empresa española de bandera, una de nuestras pocas grandes firmas tecnológicas, víctima de la iniquidad de un Gobierno que ha hecho de la mentira su razón de ser
El francesito de ascendencia armenia ya ha ganado algún dinero en el lance, porque entró con la acción a 8 y ahora está en 12 euros. Bueno, estaba, porque ayer Indra se pegó un considerable castañazo en bolsa perdiendo más de un 7% (cierre a 11,51 euros). Es la respuesta del mercado a una operación escandalosa que no tiene un pase; la agresión, corrupción al por mayor, a una empresa española de bandera, una de nuestras pocas grandes firmas tecnológicas, víctima de la iniquidad de un Gobierno que ha hecho de la mentira su razón de ser y que no sabe nada de gestionar empresas y mucho menos de competir en la aldea global. ¿Hacerse fuerte en el sector de la Defensa? ¿Entrar a fondo en ITP Aero? ¿Comprar sí, pero qué? Depende de lo que te quieran vender, y depende, sobre todo, de lo que quieras hacer con ello. ¿Cómo lo vas a gestionar? ¿Quién se encargará de la tarea? ¿Con qué criterios? ¿Serán gestores profesionales o será cosa de los cuatro enchufados del PSOE dispuestos, en plan Correos, a llevar a Indra a la quiebra? Nadie sabe lo que quieren hacer. De momento, y esto es lo más alarmante, no han hecho nada en los casi dos años que van desde la defenestración de Abril-Martorell hasta ahora. Absolutamente nada. Indra, como tantas otras cosas, en el alero.
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